Libros Ingresá
Libros

Mañana, primer libro de cuentos de Lucía de León

3 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago

Una amable porosidad.

Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

Los 11 cuentos que componen Mañana, el primer libro de Lucía de León, forman parte de un tejido más amplio apoyado en importantes momentos de descubrimiento. El descubrimiento es desplazamiento. Leonor Courtoisie ha observado que “las escalas se desarman entre centro y periferia, la intimidad diminuta y la inmensidad del origen de la existencia”. En cierto sentido, dentro de esta oscilación la extrañeza sutil de la protagonista juega a favor de los develamientos casi crónicos, los destellos pasajeros y los ritos musicales que marcan el encuentro de épocas, en una coreografía de barrios que recobra al pasar los gestos de las diferencias sociales.

A su vez, este leve conflicto propio del tránsito, captado por el descubrimiento de la escritura propia, da una especial composición a la voz narrativa. En Mañana la dimensión gentil del tono no sólo levanta la experiencia y la arrastra a su modulación, sino que, a fuerza de no juzgar, comienza a doblegar eventos traumáticos que subyacen en los cimientos de la narración. A veces las experiencias vitales logran contraerse por un gesto de amabilidad que las encapsula, otras veces son expuestas en el devenir de la aceptación. En todo caso, la categoría ideológica de la violencia se desliza como una fórmula ingenua que postula sus detalles mínimos en la cotidianidad rememorada.

La saturación de la gentileza impone una irresistible normalización. Los cuentos de Lucía de León muestran un estilo que va indicando hasta dónde se puede enterrar con amabilidad aquello que provoca dolor.

Incluso en el aura apocalíptica del cuento “El resplandor” se percibe cierta benevolencia del tono, como revelación de un trabajo demoledor sobre la densidad del lenguaje. A pesar de la amenidad de la construcción ficcional, algunos momentos delatan una notable plástica de la escritura, como sucede en un pasaje del cuento “Sobre el pavimento”: “De pronto había empezado a sentirme dentro de un coágulo: la sangre perdía su liquidez y se convertía en una especie de gel que cruzaba el río y entraba lentamente por las ventanas mal cerradas del ómnibus”.

Por otra parte, cierta imposición vívida de la imaginación y del recuerdo reluce en la impregnación de atmósferas íntimas que dan contexto y profundidad a cierto melancólico nomadismo. Los personajes emergen como catalizadores marcando lateralmente el desarrollo emocional de la protagonista. Entre estos escenarios, se entrelazan con naturalidad los encuentros sexuales juveniles y las tensiones afectivas. A su vez, no se puede eludir el constante intento por esquivar una gran presencia disolvente: la aparición episódica de la compleja figura paterna que rasga constantemente la gentileza del estilo.

Darse cuenta

En otros cuentos la narradora utiliza la atmósfera musical como vehículo para reconectar con el recuerdo familiar. La música, cargada de nostalgia, entrelaza momentos de la infancia y un presente difícil de la vida de su padre. La banda sonora, los discos y los temas sobrevuelan como una onda que matiza la dimensión emocional del recuerdo en “The John Lennon Collection”.

En “Limones pintados”, la cultura teatral y el estilo art déco de los edificios y objetos trazan el escenario para la historia de amor entre Juanjo y un tío abuelo, Antonio, que acaba de fallecer. Esta relación se despliega a través de una sensibilidad que se transmite en los objetos cotidianos. La sensualidad y la ternura impregnan el relato, convirtiéndolo en un arte de sí mismo. El decorado, cargado de significados, viaja a través de generaciones: los platos Limoges, los vasos antiguos y una violeta africana se fusionan con las caminatas, los gestos cómplices y la dinámica familiar. Poco a poco, la nostalgia que rodea la figura teatral del cuento se atenúa gracias a la expresividad de los lugares, la Ciudad Vieja, el cine Trocadero, la plaza Zabala y el Palacio Taranco.

Hay un punto de inflexión introspectivo en la vida de la protagonista que a veces parece presentar una parte de sí en cada uno de los cuentos. La transición entre la periferia y el centro se convierte en una metáfora de crecimiento en “Darse cuenta”. Una incipiente mirada social se desliza hacia la ciudad reflejando la desigual convivencia de clases. La mención podría ser común dentro de otras narrativas, pero el libro, a través de un detalle de la ironía, logra establecer, al paso, un especial contraste distante.

En este cuento lo inquietante de la nueva vida adulta se manifiesta por medio de un extraño y familiar tiempo de potencia futura. Este recurso, que extrae su resonancia de la novela El hermano mayor, de Daniel Mella, configura otro tipo de temporalidad sobre lo que parece por venir pero que inevitablemente ha sucedido. El cuento también revela al padre distante y su pareja alcohólica, configurando un entorno de verdadero desconcierto emocional retratado en el consumo. Es interesante notar cómo dentro del cuento la protagonista ensaya una escritura que da cuenta de las vivencias de su propio estilo por venir.

En otros cuentos la narrativa logra intuir una expresión carente de juicios y prefiere deslizarse sobre los hechos. En esta primera muestra de la interesante escritura de Lucía de León hay una intención clara de corregir, de transformar lo espontáneo a través de la ficción y redimir la marca de una exclusión en la que la escritura se redefine como elección de depuración consciente, apelando a la cruda exposición de los personajes. “Y no lo juzgás, porque si lo escribís se juzga solo”, dice la protagonista mientras perfila en sus hojas el extracto social de sus primeros personajes.

Mañana, de Lucía de León. 96 páginas. Club, 2024.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

¿Te interesan los libros?
None
Suscribite
¿Te interesan los libros?
Recibí cada dos martes novedades en lanzamientos de libros, recomendaciones y entrevistas.
Recibir
Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura