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Cuando publicamos un suplemento especial por la muerte de Mario Vargas Llosa, en todos los artículos había marcas de las tensiones entre su literatura temprana y sus posturas políticas posteriores. Quien abordó el tema más directamente fue Alejandro Gortázar, quien, entre otras cosas, acudió a un viejo debate en el que el propio Vargas Llosa atacaba el tema de la identidad entre creación y creador, y a un estudio de la socióloga francesa Gisèle Sapiro titulado, directamente, ¿Se puede separar la obra del autor?

Algo de eso me rondaba cuando me puse a repasar las novedades de Biblioteca País y encontré un libro llamado Monstruos: ¿se puede separar el autor de su obra?. La estadounidense Claire Dederer, su autora, es crítica cinematográfica y ensayista, y el libro, en su idioma original, tiene un subtítulo más modesto: El dilema de una fan.

Dederer parte de dos casos que la afectaron de cerca. Como entusiasta de la obra de Roman Polanski y de Woody Allen, ha vuelto una y otra vez a las denuncias de abuso sexual que penden sobre ambos cineastas (más que comprobadas en el caso del primero). La contradicción entre lo admirable de la obra y lo despreciable del comportamiento llegó a producirle a la autora, según nos explica, una descompensación física en la forma de un accidente callejero mientras caminaba hacia un estudio de radio para grabar un pódcast sobre El bebé de Rosemary, quizás la película más apreciada de Polanski.

Si para muchos es difícil marcar una frontera entre la “cancelación” de un artista (sea pública o íntima), para Dederer es especialmente complicado, porque su método crítico no se apoya tanto en lo formal o en el comentario de contenidos, sino en la puesta en orden de su propia subjetividad ante el cine. ¿Cómo hacer para desligar, al volver a ver a los clásicos de autores cuestionables moralmente, lo que se ha conocido en los últimos años sobre sus vidas?

Una de las virtudes del trabajo de Dederer es que acumula datos y anécdotas, pero no ofrece soluciones infalibles; de hecho, en su libro hay mucha erudición, pero no un capítulo de conclusiones. Con todo, su mayor logro, me parece, es que no se limita a exponer un tipo de “monstruosidad”. Su libro es la continuación de un ensayo publicado en la Paris Review en 2017 –durante el pico inicial del movimiento #MeToo– que llevaba por título “¿Qué hacemos con el arte de hombres monstruosos?”. Para su libro, expandió la idea.

Por un lado, agregó un capítulo en el que la disonancia la producen la vida y la obra de mujeres artistas. Allí, sobre Doris Lessing y Joni Mitchell pesa el estigma de la madre que abandona a sus niños. Sobre Sylvia Plath, en cambio, la idea de que la muerte de la autora –se suicidó– tiñe inevitablemente la aproximación a su obra. Con el caso de JK Rowling y sus manifestaciones de intolerancia hacia la comunidad trans, Dederer se acerca al problema de la fractura política (también con el de Richard Wagner y su antisemitismo).

Por otra parte, introduce el caso de Vladimir Nabokov, cuya conducta está libre de sospecha (hasta ahora), pero tiene entre su creaciones a Humbert Humbert, el narrador de la novela Lolita, que inequívocamente abusa de una menor. Aquí sí, Dederer empuja con su interpretación y llega a la conclusión de que el escritor buscó mostrar cuán fácilmente podía destrozarse la vida de una niña. (Hay otras lecturas sobre esta obra del gran autor ruso, pero quedan para otro boletín).

Las referencias de Dederer son, mayormente, las de una estadounidense nacida a finales de la década de 1960, aunque si bien muchas de sus reflexiones rondan a figuras como Bill Cosby y Michael Jackson, también se ocupa de otras más canónicas (“genios”), como Pablo Picasso y Ernest Hemingway. El giro más sorprendente, en todo caso, es su duda acerca del grado de monstruosidad que cada cual alberga en sí mismo, especialmente si se trata de artistas.

Entrar a Saer

Hace unos días, Martín Bentancor hizo, a partir de tres novelas, una guía para entrar al universo de Juan José Saer, el escritor argentino fallecido hace 20 años. Entre otras cosas, cita a uno de los personajes de Saer, al que se le escapa bastante sobre la poética de su creador: “No hay más que un solo género literario, y ese género es la novela. Hicieron falta muchos años para descubrirlo. Hay tres cosas que tienen realidad en la literatura: la conciencia, el lenguaje y la forma. La literatura da forma, a través del lenguaje, a momentos particulares de la conciencia. Y eso es todo. La única forma posible es la narración, porque la sustancia de la conciencia es el tiempo”.

A decrecer, compañeros

A principios de siglo, el decrecimiento era, sobre todo, un movimiento anticapitalista y ambientalista con arraigo en algunos países europeos. Ahora sus postulados se examinan desde varias disciplinas. El uruguayo-chileno Mauricio Lima, especialista en dinámica de poblaciones y autor de De expansiones y retiradas, regresa ahora con Austeridad o barbarie, una colección de ensayos en los que plantea que el fin de la era de consumo desmedido de energía, posibilitada por la extracción de petróleo, está llegando a su fin, y que lo que está en juego es cuán violenta será la adaptación a lo que se viene.

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