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El presidente de Perú, Pedro castillo, durante una conferencia de prensa en la que anunció cambios en el gabinete ministerial, el 4 de febrero en Lima.

Foto: Aldair Mejía, Presidencia de Perú, AFP

Una mirada crítica desde la izquierda a las dificultades del gobierno de Pedro Castillo

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El sociólogo peruano Alberto Adrianzén advierte que “en Perú las grandes transformaciones siguen sin concretarse”

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Alberto Adrianzén Merino es sociólogo y estudió Ciencias Políticas en México en los años 70. Ha sido profesor de la Universidad Católica de Lima y de la Academia Diplomática Peruana. Asesoró al presidente Valentín Paniagua (2000-2001) y a la Secretaría General de la Comunidad Andina, y fue integrante y vicepresidente del Parlamento Andino (2011-2016). También fue columnista político del diario peruano La República. Actualmente dirige la revista Quehacer y sus notas se publican en el sitio web La Otra Mirada, cuyo consejo editorial integra.

Tiene una larga trayectoria en la izquierda peruana y miró con entusiasmo el proceso que llevó a Pedro Castillo a la presidencia de Perú. Sin embargo, los acontecimientos que derivaron en la designación de un tercer y un cuarto gabinete de gobierno han despertado críticas entre un sector del progresismo peruano. “Mi temor es que se está produciendo un desprendimiento de un sector de la izquierda que estaba en el gobierno”, advierte el analista peruano.

Pedro Castillo asumió la presidencia en julio de 2021, pero a veces parece que gobierna desde hace más tiempo debido a las sucesivas crisis que ha enfrentado. ¿A qué atribuye tantas controversias?

Tengo un amigo profesor argentino con el cual intercambiamos información, y hace poco me dijo “ya no entiendo nada” de lo que pasa en Perú. Abandonó el seguimiento de Perú como objeto de estudio. Lo digo en broma, pero es un síntoma. En mi opinión, vivimos una crisis que tiene que ver con otra gran crisis, y para entenderla hay que conocer en detalle las características de un país tan complejo como Perú.

Para comenzar de lo más simple a lo más complejo, primero hablemos del personaje Pedro Castillo, hijo de padres analfabetos, campesinos que se vieron beneficiados con la reforma agraria de [Juan] Velasco Alvarado de 1969, que puso fin a la opresión terrateniente. Es importante entender ese cambio. Uno mira fotos de la década del 60 y los hacendados se hacían llevar en litera. Era una sociedad profundamente racista y oligárquica. Entonces Castillo es producto de esos cambios que propició el velasquismo como también las organizaciones campesinas de la década de los 60 y 70.

Si bien su padre es analfabeto y pone una raya cuando firma, Castillo es profesor de primaria en una zona rural, ubicada a tres horas de la capital de Cajamarca. Castillo no tiene militancia en la izquierda; militó varios años en el partido Perú Posible del expresidente Alejandro Toledo, que hoy espera ser extraditado de Estados Unidos por corrupción; fue dirigente sindical y su experiencia principal de liderazgo proviene de una huelga magisterial de 2018. El Sindicato Unitario de Trabajadores en la Educación del Perú [Sutep] siempre ha estado controlado por el Partido Comunista del Perú (Patria Roja), que es maoísta. Pero le surgió una disidencia por la izquierda, con gente que incluso estuvo vinculada a Sendero Luminoso, que siempre tuvo una fuerte base magisterial. Entonces es importante entender que Castillo se hace conocido y emerge como líder con todo ese contexto. Antes que político, Castillo es un dirigente sindical clasista y combativo, como decimos aquí.

Sin embargo, cuando se presentó a las elecciones, en abril de 2021, no estaba entre los favoritos.

Al inicio de las elecciones Castillo tenía 1% de intención de voto. Lo que sucedió con él es parecido a lo que pasó con [Alberto] Fujimori en 1990: apareció de repente y despegó en forma realmente espectacular.

Castillo se comió a todo lo que podía comerse, incluyendo a toda la izquierda más moderna, representada por Verónika Mendoza, que disputaba los primeros lugares en el proceso electoral. Con la particularidad de que su candidatura la presentó un partido, Perú Libre, que en su programa se define marxista-leninista, que está liderado por Vladimir Cerrón, un neurocirujano educado en Cuba, que fue gobernador de la región de Junín y que hoy es acusado de corrupción.

Uno podría decir que Castillo viene de un radicalismo social, más igualitario, y que toma distancia de Lima, que tiene diez millones de habitantes; aquí están las principales empresas y la modernidad, pero te alejas 100 kilómetros de la capital y ya tienes problemas con la electricidad, con internet.

Castillo tenía el lema “no puede haber pobres en un país rico”, una idea que encaja con cierta bronca de la provincia con la capital y del racismo que todavía existe. Hace pocos días hubo un entredicho entre la presidenta del Congreso y una alcaldesa del interior del país; en un momento determinado la presidenta, que es de Acción Popular y es una “pitucaza”, como decimos acá, le dice a la alcaldesa “usted está en mi casa, no me hable así”, como si fuera un típico diálogo entre la patrona y la empleada doméstica o trabajadora del hogar.

Estamos en un país dividido, y el personaje Castillo viene de un lado de ese país dividido. En mi opinión, que su aparición haya sido tan impredecible también refleja la falta de percepción y de conocimiento del lado que llamamos más moderno y limeño. Creo que Castillo tiene pánico escénico, no tiene idea de cómo se gobierna, nunca ha sido alcalde. Castillo ha sido dirigente sindical, hacía marchas y hablaba bien, pero ser presidente no es fácil, requieres muchas cosas que él no tenía. Además, es un personaje que tiene atrás a un partido marxista-leninista, Perú Libre, y un personaje como Vladimir Cerrón, que es un sectario político y cuya pelea principal, como él mismo dice, es contra lo que él llama la izquierda caviar.

¿Cómo es la trayectoria de Perú Libre dentro de la izquierda peruana?

En los años 80 un sector de parte de la izquierda peruana ya habíamos renunciado al marxismo-leninismo. Sin embargo, hay que decir que la matriz y la principal tradición de esa izquierda ha sido comunista. Todos hemos sido comunistas, marxistas-leninistas, incluyendo al maoísmo y el trotskismo. No es como en Chile o Uruguay, donde hubo y hay un Partido Socialista diferente del Comunista.

Y el otro factor importante es el APRA [Alianza Popular Revolucionaria Americana] que desde su aparición en 1930 logra una gran hegemonía popular. Es el único partido que consolida lo que podríamos conceptualizar como un “pueblo aprista”, con padres, hijos y nietos apristas. El APRA fue la representación de una élite provinciana que marcó la política peruana del siglo XX y que convirtió al Partido Comunista en una minoría política.

Por lo tanto, el marxismo-leninismo es una ideología que pocos discuten en Perú, fuera de los círculos del Partido Comunista del Perú (Patria Roja) o del Partido Comunista Peruano, o los rezagos del senderismo, sobre todo después de la caída del Muro de Berlín, el fin de la Unión Soviética y el fin del conflicto armado en mi país. Perú Libre debe de ser uno de los pocos partidos que se definen como maxista-leninista.

Creo que el proyecto de Cerrón es convertir a Perú Libre en el partido hegemónico de la izquierda peruana. En noviembre hay elecciones regionales y municipales, y muchos de los demás partidos de la izquierda, entre ellos Nuevo Perú, de Verónika Mendoza, no han logrado inscribirse legalmente. El único partido que va a tener una inscripción válida es el de Cerrón, con lo cual posiblemente pueda sacar una buena votación. También Juntos por el Perú, que en mi opinión es aliado fiel de Castillo y Perú Libre.

Hay que recordar que el voto por Castillo es más identitario que ideológico. El sur siempre ha votado por izquierda (siempre se habla del “Cusco rojo”), y esa votación fue clave en los triunfos de [Alejandro] Toledo [en 2001], de [Ollanta] Humala [en 2011] y en el tercer lugar de Verónika Mendoza [en 2016], mientras que el norte, que es más costeño, moderno y capitalista, votó siempre por el APRA o por la derecha. Entonces es un voto que tienes capturado no por ideología sino por identidad. Es una forma de protestar.

¿El gobierno de Castillo está logrando representar a esa identidad?

Creo que estamos ante un fenómeno más macro, que es la emergencia y la representación de lo plebeyo en Perú, algo que se ha dado más por lo que podemos llamar evolución y peso demográfico que por un proceso autodirigido por una élite. La informalidad y las economías ilegales han sido uno de los espacios donde ha crecido este grupo social. Hay universidades que han surgido en Perú para los hijos de estos nuevos grupos sociales que han logrado llegar al gobierno. Por lo tanto, tienes un conflicto que también es racial. Es la primera vez que la derecha pierde la administración de gobierno en manos de un grupo plebeyo, y reaccionó en forma prácticamente negacionista. La derecha desde un inicio le ha negado el triunfo a Castillo, todavía hay una comisión parlamentaria que investiga el supuesto fraude en el proceso electoral, que nunca se pudo probar.

Retomo a Velasco Alvarado porque me parece importante. Con la liberación de los campesinos de la opresión terrateniente, él logró cambiar al país y propuso una nueva representación política. Hay que tener en cuenta que en Perú los analfabetos votaron por primera vez en el año 80 del siglo pasado. Pero ese modelo de inclusión social y unidad nacional que proponía Velasco Alvarado no fue posible; por eso el golpe de Estado de 1992 y la Constitución de 1993 son expresiones o constituyen lo que defino como una contrarrevolución a la revolución velasquista, con la refundación de un modelo neoliberal con fuerte base en la economía informal (incluyendo las variantes delincuenciales del narcotráfico, la minería ilegal, la tala de bosques).

Por eso, en mi opinión, la sociedad peruana es prácticamente irrepresentable hoy día, más aún si tienen casi el 80% de la población viviendo en el sector informal. Hace unos años pasó por acá [el sociólogo francés Alain] Touraine y le dijimos que se quede un tiempo en el país, pero él dijo, en tono de broma, “me voy para Chile, este país es irrepresentable”. Eso me parece fundamental entenderlo. Si hay algún tipo de analogía es con Bolivia, con la diferencia de que Evo [Morales] la tenía clara desde un principio, era una persona altamente politizada. Me acuerdo de que, en una coversación con Evo, que incluí en un artículo reciente sobre el triunfo de Castillo, me dijo: “En este país alguien tiene que perder”. Mi impresión es que eso no es algo que esté presente en la cabeza de Castillo, esa idea de que la política también es conflictividad y que ello requiere estrategias y manejo de la política.

¿Evo tenía mayor preparación que Castillo?

Sí, claro. Para comenzar, se autodefinía socialista. Tiene una larga trayectoria de lucha política. Ha sido congresista y candidato a la presidencia. Además, estuvo rodeado de intelectuales más formados, incluso al momento de reflexionar sobre la irrupción de lo plebeyo, como [Luis] Tapia y el propio [exvicepresidente Álvaro] García Linera. Y el MAS [Movimiento al Socialismo] no se parece en nada a Perú Libre; es un partido muy arraigado en los movimientos sociales, con una larga lucha contra la privatización del agua, que se había tumbado un presidente. Además, Evo ganó la presidencia en 2005 con más de 50% de los votos y Castillo ganó en segunda vuelta por 40.000 votos, que es la misma diferencia que le había sacado [Pedro Pablo] Kuczynski a Keiko [Fujimori] en 2016, como si nada hubiera cambiado.

Creo que los liderazgos de Evo y [Rafael] Correa, si bien son diferentes, llegaron para poner cierto orden y terminar con una situación de caos político en esos países. Castillo, sin embargo, es un personaje muy débil y con poca capacidad para manejar una coyuntura tan compleja como esta. No se trata de seguir haciendo lo mismo, es el momento de la transformación, una necesidad que desde hace tiempo está puesta en el tapete.

Por ejemplo, nuestra situación es diferente de la de Chile, que viene de un largo proceso de debate constituyente. Hay que volver a mirar a Chile, que en los 70 toma un camino distinto al de los “fierros”. Mientras una parte de esa izquierda optó en los 60 y 70, sobre todo en América del Sur, por la lucha armada, Salvador Allende y el socialismo chileno prefirieron el camino electoral y democrático. Allende fue presidente luego de ser derrotado varias veces. Su triunfo no fue algo fortuito. Fue parte de un proceso que venía de atrás. Algo similar sucede en el Chile actual. El proceso constituyente chileno se instala después de muchas batallas o luchas. Tiene mucha historia atrás (la lucha contra las AFP, la movilización estudiantil, etcétera). Acá en Perú no hay una acumulación de fuerzas de ese tipo, más bien hay un vacío político en el país. Hay un vacío de representación que nadie ha podido solucionar hasta ahora.

Hoy está planteado un posible proceso de vacancia contra Pedro Castillo. ¿Los movimientos sociales saldrían a defenderlo para evitar una destitución?

Hay una gran separación entre los ciudadanos y la política, el interés político del ciudadano es bastante menor. La despolitización de la gente es muy grande y la pandemia acentuó el problema.

La Constitución peruana establece que ante la vacancia presidencial y de los vicepresidentes, el presidente del Congreso asume la presidencia y convoca a nuevas elecciones. La pregunta es qué tipo de elecciones se convocan: ¿solamente presidenciales, o generales? En el año 2000, cuando cayó Fujimori, hubo un acuerdo del Congreso para acortar el mandato legislativo y permitir elecciones generales. Ahora la derecha quiere convocar sólo a elecciones presidenciales, pero 70% de la población quiere que se vayan todos. Entonces convocar sólo elecciones presidenciales como quiere la derecha provocaría una crisis grande, porque la gente no los quiere, el nivel de desaprobación del Congreso es muy alto, la gente detesta a los políticos. Ese es el dilema. Además, porque si convocan a elecciones generales podrían perder la mayoría que hoy tienen en el Congreso.

Otra estrategia de la derecha en el Congreso es lo que llamo el proceso de domesticación del Ejecutivo. Hoy las derechas en el Congreso y en la sociedad se niegan a aceptar la asamblea constituyente y ya han comenzado a limitar el poder del Ejecutivo y romper el equilibrio entre ambos poderes (renuncias de ministros, voto de confianza). Ahora acaban de expropiar el poder a la voluntad popular, que es el referéndum, porque ahora cualquier referéndum debe ser legalizado por el Congreso, con lo cual se sustituye en los hechos al Tribunal Constitucional. Es una cosa absolutamente ilegal. Lo que está haciendo la derecha con todo esto es acorralar al gobierno para imponer los futuros gabinetes y las políticas públicas. Esa es la otra táctica que están utilizando si fracasa la vacancia.

Hace unos días trascendió que la presidenta del Congreso, María del Carmen Alva, y otros congresistas estaban discutiendo cómo implementar el proceso de vacancia, en un taller que organizó la fundación liberal Friedrich Naumann.

Es la misma fundación alemana que trajo a Leopoldo López [el opositor venezolano] en la campaña presidencial para apoyar a Keiko y que ha financiado el encuentro en Quito con Mario Vargas Llosa. Es evidente que sus principales vínculos son con la derecha peruana, al punto de que su director está casado con una asesora fujimorista. Más allá de eso, creo que lo que están discutiendo es qué hacer si no consiguen los votos en el Congreso para la vacancia.

¿El anticomunismo de la derecha peruana se reconfiguró desde la llegada de Pedro Castillo al gobierno?

El año 1930 es un momento constituyente y de fin de un ciclo en la historia peruana y el inicio de otro. Aparecen actores importantes, como el aprismo y el comunismo; hay un cambio en el Estado y aparecen nuevos sectores sociales, clases madias, empleados públicos, obreros. Es difícil entender a José Carlos Mariátegui y [Víctor Raúl] Haya de la Torre sin pensar en estos nuevos sectores.

En ese proceso, la derecha en lugar de optar por un partido político, digamos liberal, capaz de representar estas demandas de estos nuevos sectores, opta por la represión y establece una alianza con los militares. Acá no hay partidos de derecha. En Perú el primer partido que se crea, en 1870, es el Partido Civil, como contraposición al militarismo. Luego, a mediados de la década del 10, la derecha crea el denominado Partido Futurista, integrado por intelectuales liberales que eran bastante buenos, pero que después de la dictadura de [Augusto] Leguía, que duró 11 años [1919-1930] y que tenía una impronta plebeya, que reivindica al indio, ellos se pasan a la derecha reaccionaria. Como dijo José de La Riva Agüero, que fue un gran intelectual de derecha: no somos conservadores, somos reaccionarios. Es el temor a lo plebeyo, a la multitud.

No hemos tenido una derecha ilustrada, liberal. Aquí el liberalismo nunca ha existido como corriente consolidada, como quizás sí sucedió en Uruguay. La derecha siempre recurre a lo mismo. Velasco Alvarado decía que ellos habían dejado de ser el perro guardián de la oligarquía, en referencia a los militares.

Para la derecha el APRA era comunista; la Constitución del 33 prohíbe a los partidos “internacionales” para evitar al aprismo y al comunismo. Y después con Sendero Luminoso, que también es parte de la izquierda, aunque una parte lo niegue, se reactiva el antivelasquismo con el anticomunismo. Velasco cambia el insulto de “comunista” a “velasquista”.

Entonces el anticomunismo en Perú es muy fuerte. La campaña de la segunda vuelta se centró en eso, en decir que Castillo era funcional al comunismo. Por eso es imposible entender cómo Castillo decidió poner a Héctor Valer como primer ministro, que justamente hacía campaña contra Castillo diciendo que el comunismo era sinónimo de pobreza. Más allá de que haya durado sólo tres días en ese cargo [dimitió por denuncias de violencia familiar], ese episodio [de la primera semana de febrero de 2022] demuestra que cuando la política llega a ese nivel de hipocresía es porque estamos fatales. Aquí lo que tenemos es una derecha neoliberal que no es liberal.

Hace unas semanas, en una entrevista con la AM 750, hablabas de la incidencia de los pequeños partidos sin definición ideológica, que operan más pensando en los negocios y como esquemas mafiosos.

Acá hay mucha plata en la política, y estos son partidos con dueño, que no te expulsan, sino que te despiden. Por ejemplo, [el exalcalde de Trujillo] César Acuña Peralta es el dueño del partido Alianza para el Progreso y también de una cadena de universidades. Ahora salió un libro sobre sus negocios [Plata como cancha] que ha generado mucha polémica. Aquí decimos “como cancha” cuando es un montón. O también [José] Luna Galvez [de Podemos Perú], que también es dueño de universidades. Otro fenómeno son los partidos “vientre de alquiler”, a los que se les paga. Por ejemplo, Hernando de Soto se presentó por Avanza País, que es un viejo partido que le alquiló esa inscripción para presentarse. O el caso del [exarquero del club Alianza Lima y exalcalde del distrito limeño La Victoria] George Forsyth, que se presentó por un partido evangélico [Restauración Nacional] que era un vientre de alquiler.

En Perú la evasión tributaria y la economía informal son fenómenos que incluyen a millones de personas. La aparición de estos partidos tiene que ver con ese desborde de lo plebeyo. Hasta hace poco era muy difícil crear un partido, necesitabas unas 700.000 firmas, pero eso se eliminó. Y además la ONPE [el órgano electoral] te autorizaba una de cada tres firmas, entonces para la izquierda, que siempre anda floja de plata, era muy difícil llegar a esa cantidad, pero no era difícil para los Acuña o los Luna.

En definitiva, no hay un sistema de partidos en Perú, no hay sujetos sociales que sean representados por partidos. Los partidos son corruptos y el Congreso está penetrado por los lobbies.

No existe un sistema de partidos que permita definir qué cosas son las prioridades en el país. Y el Estado para resolver los conflictos inventó las mesas de diálogo, entonces tenemos como mil mesas de diálogo. Los problemas se patean para adelante, porque el Estado carece de capacidad administrativa y es ineficiente, por eso tenemos más de 200.000 muertos [por la pandemia]. Somos un país más centroamericano que sudamericano. Falta el Estado y no hemos tenido, como llamo, un “momento hobbesiano”. Falta un [Thomas] Hobbes que cree el Estado. Necesitamos cambiar el Estado, el sistema, el poder y los grupos sociales que tienen el poder. Una revolución social y política, en el mejor de los sentidos. Y que sepa que tiene por delante la construcción de la democracia, que es otro problema para la izquierda acá. Todavía hay sectores muy duros en la izquierda que siguen teniendo como modelos a Venezuela y Nicaragua.

¿Ese sector de la izquierda que Cerrón denomina “caviar” ya le soltó la mano a Castillo?

Creo que hay un sector de la izquierda, del que me siento parte, que ya se está desilusionando de Castillo. La discusión tanto sobre el gabinete de [Héctor] Valer y ahora con el de Aníbal Torres han sido un punto de fractura. No puedes tener a un ministro de Salud [Hernán Condori Machado] que promueve la pseudociencia. Cerrón acaba de decir en una entrevista a un semanario que ha hecho una alianza tácita con el fujimorismo para derrotar a la izquierda caviar. De otro lado, creo que un interés importante de Cerrón y Perú Libre es poner gente en la administración pública, sin importar quiénes son ni si tienen capacidades. Más allá de esa defensa cerrada del marxismo-leninismo.

Hace unos días Castillo anunció la participación del Ejército en tareas de seguridad. ¿Cómo cayó el anuncio?

La presencia de militares en las calles es una demanda que cuenta con el apoyo de la opinión pública. Si se miran las últimas encuestas queda claro que el tema de la inseguridad ciudadana ha desplazado, por ejemplo, a las preocupaciones que se tenían sobre la pandemia o la covid-19. Hoy el tema de la seguridad ciudadana es la principal preocupación de una población que se siente atemorizada por un crecimiento desmedido de una violencia delincuencial, sobre todo urbana, que es cada día más visible y también más violenta. Ello se refleja en el crecimiento casi explosivo no sólo de robos al paso o pequeños, sino también en el número de asesinados por encargo, es decir, por sicarios y por la presencia de bandas tanto nacionales como extranjeras. Sin embargo, me interesa decir que con esta decisión el presidente Castillo ha comenzado a cambiar de estilo de gobierno. Se le ve más en las calles que dentro del Palacio de Gobierno, ya sea inaugurando o anunciado o prometiendo obras, viajando, junto con los ministros, a las provincias. También enfrentando las críticas de los principales medios de comunicación, en particular del grupo El Comercio, que controla cinco o seis diarios, canales de televisión. Se podría decir que la mayoría de los medios están en contra del presidente no sólo porque sean medios de derecha, sino también porque las decisiones presidenciales o son polémicas o equivocadas. Sin embargo, creo que hoy estamos frente a un presidente más activo en lo público y diría más interesado en subir en unas encuestas que hasta hoy día no le son favorables.

Están alineados también en respaldar el proceso de vacancia.

Sí, claro. Pero también hay que decir que este gobierno por sus errores, como se dice, se está comprando todos los boletos para esa rifa. Fíjate que el actual ministro de Energía y Minas es un minero informal, o los casos de corrupción que involucrarían, algunos de ellos, al propio presidente. Mi temor es que se está produciendo un desprendimiento de un sector de la izquierda que estaba en el gobierno y hay que ver si votaría a favor de este nuevo gabinete. Quizás sea mejor una buena crisis antes que esta letanía y este sufrimiento.

Usted conoció desde adentro al gobierno de Humala. ¿Encuentra puntos en común con ese proceso?

Fui asesor hasta 2006 del presidente Valentín Paniagua. Cuando muere ese año, ingresé a lo que aquí se llamó el nacionalismo de Ollanta Humala. Fui parte de su Comisión Política, también jefe de campaña fuera del país en la segunda vuelta. Creo que Humala era más ordenado y tenía más criterio, aunque su mujer [Nadine Heredia] controlaba mucho el gobierno, algo parecido a lo que le pasa en Nicaragua a [Daniel] Ortega [con Rosario Murillo]. Además, Humala fue rápidamente penetrado por los lobbies. Por eso fue que a los pocos meses el grupo de izquierdistas que participó tanto en la campaña de 2006 como en la de 2011 rompimos con Humala y nos salimos del gobierno. Algo de eso le está pasando a Castillo, que, al igual que Humala, acaba de designar a un ministro de Economía de perfil neoliberal. Eso hoy es visible en este gobierno, luego de la salida del ministro de Economía Pedro Francke, que milita en el partido Nuevo Perú de Verónika Mendoza.

Por eso pienso escribir un artículo que se titula “De Cecilia Blume a Karelim López”. ¿Quiénes son estos personajes? La primera es una promotora de intereses y asesora empresarial muy bien vinculada a los grandes grupos económicos formales y lo que podemos llamar las élites de las clases altas. La segunda es también una promotora de intereses, pero, digamos, una “plebeya”; muy ligada, al parecer, con los empresarios emergentes del sector formal e informal, que fue a visitar a Castillo varias veces. Ambas tienen orígenes sociales muy distintos, viven en barrios también distintos, han ido a colegios y universidades distintos, pero ambas hacen un trabajo similar: promueven los intereses de otros en la relación con el Estado.

¿Terminará Castillo su período de gobierno?

Veo muy difícil que termine. He estado releyendo a Walter Benjamin, que entiende a la catástrofe no como el fin de las cosas, sino como reiteración; es decir, más de lo mismo. Creo que en Perú vivimos en esa catástrofe desde hace tiempo, no salimos de esa especie de bucle y seguimos dando vueltas y vueltas. El debate es el mismo que en 2018: vacancia o cierre del Congreso. En definitiva, no cambió nada, todo sigue igual. Me temo que estamos entrando en una fase de descomposición, porque todo sigue igual. Estos pactos oportunistas de Cerrón con las mafias políticas para evitar una vacancia, en definitiva, no hacen más que prolongar los problemas que hemos tenido siempre. Lamentablemente, las grandes transformaciones siguen sin concretarse y muchos de los que apoyamos a Castillo hoy estamos más cerca de la disidencia por no decir de pasarnos a la oposición.

Este artículo fue publicado originalmente por la Agencia Regional de Noticias.

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