Mundo Ingresá
Mundo

El primer ministro de la India, Narendra Modi (centro), durante la campaña electoral del Partido Bharatiya Janata (BJP) antes de las elecciones a la asamblea estatal de Telangana, en Hyderabad el 27 de noviembre de 2023.

Foto: Noah Seelam, AFP

Narendra Modi o el fin de la democracia india

12 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago

El primer ministro de India parece haber tomado las riendas de un poder cada vez más desmedido para aplicar su proyecto hinduista radical.

Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

Desde que fue elegido primer ministro de India en 2014, Narendra Modi logró poner en el primer plano de la escena de su país la ideología nacionalista hindú de la que se había impregnado desde su más temprana edad. Impuso además un modo de gobierno de los más autoritarios, figurando entre los líderes que orientaron sus países hacia el nacional-populismo y el autoritarismo electoral. En un hecho sin precedentes en la historia de India, este dispositivo político-ideológico se trasladó del ámbito regional al nacional, un mecanismo de extrapolación inédito por su naturaleza y dimensión.

Pero ¿quién es realmente Narendra Modi?1 Es una pregunta difícil de responder no sólo porque el hombre cultiva el secreto sobre gran parte de su vida, sino también porque su personalidad combina facetas muy contrastantes.

Modi es un animal político moldeado por la ideología como sólo lo son aquellos para quienes esta es una segunda naturaleza, un estilo de vida, diría Max Weber. Sin embargo, para entender los resortes de su carisma es necesario explorar lo que lo convierte en una figura excepcional en la historia política india, acercándolo a algunos de sus álter egos contemporáneos como Recep Tayyip Erdoğan, Viktor Orbán, Benjamin Netanyahu y otros que logran ser elegidos y reelegidos, a pesar –o a causa– de su autoritarismo.

Un mero producto de la hindutva

Narendra Damodardas Modi nació el 17 de setiembre de 1950 en una pequeña ciudad de Guyarat, en el seno de una familia de clase media baja e incluso de baja casta, la de los Ghanchi, dedicada a la elaboración y venta de aceite de cocina. Su padre tenía un puesto de té en el andén de la estación local, donde Narendra atendía desde niño.

Sin embargo, la otra familia de Modi no es sino la Asociación de Voluntarios Nacionales (Rashtriya Swayamsevak Sangh, RSS), que encarna el nacionalismo hindú desde su fundación en 1925. Esta ideología presenta el hinduismo como una síntesis de la identidad india, y a los hindúes como hijos de la tierra descendientes del pueblo originario de India, su territorio sagrado.2 Desde esta perspectiva, los miembros de las minorías (los musulmanes, los cristianos, etcétera) sólo pueden ser reconocidos como ciudadanos plenos si juran lealtad a la hindutva y adoptan un modo de vida hindú; en caso contrario, son considerados antinacionales y denunciados, e incluso discriminados y reprimidos.

La RSS se caracteriza por su rigor organizativo, que explica en gran medida su extraordinaria longevidad, ya que el movimiento no ha dejado de crecer y prosperar desde hace un siglo, a pesar de una interrupción en 1948, año en el que fue prohibido luego de que uno de sus miembros asesinara a Mahatma Gandhi, a quien le reprochaba ser demasiado débil en relación con Pakistán.

Modi se sumó a la rama local de la RSS a los ocho años. Se convirtió en miembro permanente a fines de los años 1960 y se instaló entonces en el cuartel general de la RSS regional en Ahmedabad. Fue primero asistente del prant pracharak (responsable de la RSS a cargo de una provincia –prant– del movimiento), antes de llegar a ser él mismo pracharak en 1972. La RSS le encargó luego ocuparse de la rama local de su consejo estudiantil, el ABVP. En esa época, Modi se había inscripto en una maestría en la Universidad de Guyarat, tras haber cursado supuestamente su licenciatura por correspondencia en la Universidad de Delhi.3

Pero a partir de 1975 pasó a la clandestinidad escapando del estado de emergencia que había impuesto Indira Gandhi y que había llevado a prisión a muchos dirigentes de la RSS. En 1978 fue designado responsable de una rama de la RSS en una división compuesta por varios distritos, y devino luego responsable de mayores territorios. En 1981 fue nombrado responsable de coordinar los componentes de la Sangh Parivar presentes en Guyarat, desde el sindicato de agricultores hasta el ABVP, pasando por la Visha Hindu Parishad, el Consejo Mundial Hindú que tenía como objetivo agrupar a las sectas del hinduismo.

A mediados de la década de 1980, Modi ya era reconocido por su talento como organizador, y cuando LK Advani se convirtió en presidente del Partido Popular Indio (Bharatiya Janata Party, BJP) en 1986, decidió recurrir a sus servicios en el seno del partido. Por eso, en 1987 fue transferido a la agrupación política creada por la RSS en 1980, el BJP, para ocupar el puesto clave de secretario de organización en la cúpula de la rama guyaratí del partido.

En 1995, por primera vez en su historia, el BJP ganó la mayoría de las bancas en la Asamblea de Guyarat. Esta victoria se atribuyó en gran medida a Modi, quien desempeñó un papel clave junto con el veterano del partido que se convirtió en jefe de gobierno, Keshubhai Patel.4 A fines de los años 1990, Modi fue ascendido al cargo de secretario general del partido en Nueva Delhi, donde asumió como responsable del ala juvenil del BJP. Sin embargo, Modi deseaba volver a Guyarat y, desde Delhi, se propuso desplazar a Keshubhai Patel del poder. Apoyado por el primer ministro AB Vajpayee, y más aún por su padrino de siempre, el viceprimer ministro LK Advani, Modi reemplazó a Patel al frente del gobierno de Guyarat en el otoño de 2001.

El Guyarat de Modi: un “modelo” y trampolín

En Guyarat, Modi construyó un sistema político basado en cuatro pilares complementarios. Se convirtió primero en el hindu hriday samrat (emperador de los corazones hindúes), tras un pogromo antimusulmán que tuvo lugar menos de seis meses después de que asumiera el cargo. Esta violencia, que se tradujo en la muerte de alrededor de 2.000 personas, tuvo como factor desencadenante el ataque a nacionalistas hindúes –atribuido a musulmanes locales– en un tren en la estación de Godhra. Modi no sólo permitió que el brazo armado de la RSS –comenzando por los esbirros del Bajrang Dal5– llevara a cabo sangrientas operaciones de represalia, sino que aprovechó para poner a prueba un nuevo repertorio político, tras haber disuelto prematuramente la Asamblea del Estado con el fin de organizar elecciones regionales en un contexto sumamente extraordinario. Durante la campaña electoral del otoño de 2002, Modi impuso en efecto un estilo nacional-populista que sólo Bal Thackeray, líder del vecino Maharashtra, había impulsado también con una lógica xenófoba, tal como lo reflejan sus reiterados ataques contra islamistas, e incluso contra los musulmanes en general y el vecino Pakistán, acusado de estar detrás de los llamados “ataques yihadistas” de los que Guyarat habría sido víctima. Modi se erigió en tribuno defensor de los hindúes de Guyarat, un tema predilecto que devino una de sus marcas de fábrica y lo convirtió en “emperador de los corazones hindúes”.

Pero a partir de 2003, Modi desempeñó otro papel, el de la modernización económica, al erigirse en vikas purush (hombre del desarrollo). En efecto, inauguró un nuevo encuentro, Vibrant Gujarat [Gujarat vibrante], reunión bianual a la que se invita a los sectores de negocios –muy bien representados en Guyarat, el estado de donde provienen algunas de las familias industriales más importantes de India (como los Tata o los Ambani)–. Así, Modi adquirió recursos adicionales transformando la economía política de Guyarat: si bien este estado era conocido por su red de pymes, apostó en cambio por los megaproyectos ofreciendo condiciones más atractivas a los inversores, particularmente a través de unas 60 zonas económicas especiales (territorios libres de impuestos para atraer inversiones); a cambio, estos industriales estarían dispuestos a financiar sus campañas electorales. La dupla que Modi formó con Gautam Adani, un pequeño empresario cuyo ascenso fue meteórico, es el símbolo de este capitalismo clientelista.

¿Por qué Modi necesita tanto dinero? Para saturar el espacio público, como lo requiere su estilo populista. En los años 2000, este estilo era a la vez fruto de sus inclinaciones personales y una necesidad. Modi prescindió así del aparato del partido y la familia de la Sangh en general para relacionarse directamente con los electores. En las elecciones de 2007 y 2012 esto se tradujo en la contratación de asesores de comunicación (indios y estadounidenses), la creación de un canal de televisión, el uso sistemático de las redes sociales y los hologramas... Si bien esta logística es propia del populismo, los mensajes transmitidos a través de estos canales no lo son menos: Modi se presenta como una víctima del establishment y, en particular, del gobierno encabezado por Manmohan Singh en Nueva Delhi, cuya dirección está influenciada por Sonia Gandhi, heredera de una familia –los Nehru-Gandhi– a la que Modi describe como elitista (mientras que él proviene de la plebe) y cosmopolita, e incluso proislámica (mientras que él es un “hijo de la tierra”, defensor de los hindúes).

La cuarta y última dimensión del “sistema Modi” implementado en Guyarat en los años 2001-2014 atañe a las instituciones. A la cabeza del gobierno del estado, Modi politizó el aparato estatal de varias maneras. En primer lugar, arremetió contra la Policía. En 2002 ascendió a los representantes de las fuerzas del orden que habrían permitido el pogromo para “darles una lección” a los musulmanes y, en cambio, relegó a los demás. Paralelamente, recurrió a los servicios de funcionarios que necesitaba para transmitir su autoridad, más aún cuando no confiaba demasiado en los líderes de su propio partido. Algunos servidores del Estado le resultaron además muy útiles para estrechar lazos con los grupos que jugaban la carta de un capitalismo clientelista, gracias a prácticas de migración del sector público al privado de una dimensión inédita. Además de la administración, otras instituciones perdieron su autonomía, comenzando por el sistema judicial, víctima de intimidación e infiltración y debilitado por la proliferación de puestos vacantes.

En 2014 Modi construyó un “sistema” de una temible eficacia basado en una ideología etnonacionalista capaz de seducir a la mayoría hindú, una nueva economía política hecha de innumerables connivencias, un repertorio nacional-populista del que él es pieza clave y que cultiva a través de hechos excepcionales como el pogromo de 2002, y la puesta en vereda (y a su servicio) del aparato estatal que, sumado a su relación directa con “el pueblo”, lo emancipa en parte de la “familia de la Sangh” de la que dependen en general los líderes del BJP. Incapaces de frenarlo y conscientes de su popularidad, los jefes de la RSS adhirieron a su candidatura al cargo de primer ministro en 2013.

El sepulturero de la democracia y el secularismo indios

La hazaña que Modi logró desde 2014 no ha sido suficientemente señalada por los observadores de la vida política india: en pocos años, este hombre que nunca había ocupado cargos nacionales traspuso a toda India un sistema político que desarrolló en su región, que no es la región más poblada del país (lejos está de ello) ni integra el crisol formado durante mucho tiempo por el norte de habla hindi. En efecto, las cuatro dimensiones analizadas anteriormente siguen operando y socavan las bases de la democracia y el secularismo indios.

El nacionalismo hindú del que Modi sigue siendo heraldo –aun cuando en público evite las provocaciones en contra de las minorías– se traduce en un desplazamiento de los musulmanes (e incluso de los cristianos) al estatuto de ciudadanos de segunda clase. Este proceso es producto, en primer lugar, de las maniobras de las organizaciones de vigilancia, que actúan como una verdadera policía cultural en las calles y en los campus universitarios para impedir, manu militari, que los jóvenes musulmanes frecuenten a las jóvenes hindúes (en nombre de su lucha contra lo que denominan la “yihad del amor”, una operación de seducción que apuntaría a convertir a las hindúes al islam).

Combaten también la “yihad de la tierra”, para disuadir a los musulmanes de adquirir u ocupar viviendas en los barrios de mayoría hindú –lo que constituye un verdadero proceso de guetización–. Peor aún, en nombre de la protección de la vaca, animal sagrado por excelencia en el hinduismo, los vigilantes persiguen –e incluso linchan– a los criadores musulmanes de ganado que transportan bovinos.

El secularismo indio no sólo se ve debilitado por estas prácticas, sino también por una reforma del derecho, tal como lo refleja la Ley de Enmienda de la Ciudadanía de 2019 que reserva a los refugiados no musulmanes de Bangladesh, Afganistán y Pakistán el acceso a la ciudadanía india. Además, muchos estados gobernados por el BJP aprobaron leyes que dificultan en gran medida los matrimonios interreligiosos y las conversiones.

El capitalismo clientelista implementado por Modi en Guyarat en los años 2010 adquirió una nueva dimensión desde que asumió el cargo de primer ministro. Que sólo un puñado de empresarios se haya beneficiado de esta economía política a escala estadual era ya algo destacable, pero trasponer ese “modelo” a escala nacional es realmente extraordinario, más aún cuando los ganadores son prácticamente los mismos. Valiéndose de estos recursos, Modi –cuyo partido ha gastado más de 3.500 millones de dólares en la campaña electoral de 2019– sigue dominando la escena pública. Sin embargo, sus técnicas de comunicación se han vuelto más sofisticadas. En primer lugar, el poder se ha empeñado en reducir la diversidad de opiniones que constituía la riqueza de los medios de comunicación indios, al permitir especialmente a los grandes oligarcas adueñarse de los canales de televisión más populares –y a veces críticos, como NDTV, que pasó a la órbita del grupo Adani–.

En segundo lugar, Modi diversificó su repertorio. El registro del hombre fuerte que protege a la sociedad contra Pakistán y las élites cosmopolitas y corruptas está acompañado por otro tipo de discurso, más social, incluso psicosocial. En efecto, Modi lanzó numerosos programas de ayuda a los pobres, como el que consiste en ofrecer una garrafa de gas (con su foto) a todas las amas de casa necesitadas. Paralelamente, desde 2014, participa en una entrevista mensual radiofónica, Maan ki baat [La palabra que sale del corazón], en la que intenta hablarles a sus conciudadanos como un padre, e incluso como un gurú.

Pero el impacto más fuerte de la proyección de Modi a escala nacional atañe naturalmente a las instituciones. Su llegada al poder se tradujo en una personalización del modo de gobierno que es inherente al populismo. No sólo el partido se vio encarnado e incluso sintetizado en su figura en las elecciones de 2014, sino que los diputados –que habían asumido todos con su bendición– le debían su elección. La Lok Sabha (Asamblea del Pueblo, cámara baja del Parlamento), donde el BJP obtuvo la mayoría absoluta por primera vez en su historia, se convirtió en una escribanía de las decisiones del gobierno. El propio gobierno se transformó en un conjunto de personalidades de segundo orden donde los ministros –seleccionados de manera tal que no le hicieran sombra al primer ministro y, por ende, en general poco competentes– le prestaron todos juramento de fidelidad.

Por otra parte, Modi se esforzó por someter a las instituciones capaces de ofrecerle resistencia. La Corte Suprema, reconocida por su independencia, fue su primer objetivo. En el verano de 2014 presentó en el Parlamento un proyecto de ley con el fin de cambiar el modo de designación de los jueces. Mientras que hasta entonces estos eran seleccionados por sus pares reunidos en un colegio judicial –una forma de cooptación que disgustaba a toda la clase política–, actualmente esta selección recaería en un comité de cinco personas (en el que los magistrados serían minoría). La Corte Suprema invalidó esta enmienda a la Constitución india no bien se promulgó, pero Modi logró hacer que los jueces la acataran de otras maneras.

En primer lugar, los jueces que le disgustaban no fueron designados, lo que significó dejar vacante un número creciente de puestos y afectar el funcionamiento de la Corte. Por más que el presidente de la Corte le implorara al gobierno que aprobase las decisiones del colegio judicial, nada hizo al respecto, y a partir de 2017 el Poder Judicial se resignó a elegir sólo a candidatos susceptibles de ser aprobados por el poder.

En segundo lugar, los nacionalistas hindúes lograron infiltrarse en la carrera judicial asegurándose el ascenso de simpatizantes en el nivel de los tribunales locales, regionales y luego de la Corte Suprema.

En tercer lugar, los jueces a los cuales la Policía podía reprocharles algo (la profesión judicial no está exenta de corrupción) fueron objeto de una creciente extorsión por parte del poder que bastó para volver dóciles a quienes daban muestras de independencia.

Finalmente, el gobierno de Modi utilizó también la zanahoria ofreciéndoles a los jueces que se jubilaban –en general, a partir de los 60 años– “empleos posjubilación” prestigiosos y/o lucrativos. En pocos años, a partir de 2017, la Corte Suprema india, que hasta entonces era un modelo para los sistemas judiciales de todo el mundo, renunció a su papel de contrapoder: o bien validó las decisiones del gobierno, cualesquiera fueran –incluso las más ilegales, como la creación de los “bonos electorales”, que permiten recaudar fondos anónimos para financiar las campañas electorales, criticada sin embargo por la Comisión Electoral–, o bien optó por no pronunciarse: así, el reclamo judicial de 2019 sobre la abolición del artículo 370 de la Constitución que reconocía cierta autonomía a las regiones de Jammu y Cachemira aún no fue analizado por los jueces...

Otras instituciones fueron desestabilizadas por el régimen, como la Oficina Central de Investigaciones, versión india del FBI, o el Banco de Reserva de la India, que tuvo tres presidentes en dos años.

En cada oportunidad, el modus operandi de Modi ha sido el mismo. Primero, intenta reemplazar al jefe de la institución en cuestión. Cuando este se resiste, el puesto queda vacante o la persona es víctima de una campaña de desacreditación. Finalmente, alguien cercano termina ocupando el cargo supremo –y, en muchos casos, se trata de un hombre que ya ha trabajado con Modi en Guyarat–.

Está claro que Modi tiene todos los rasgos que caracterizan a un líder populista y autoritario, y sus intentos de poner en vereda a los contrapoderes resultaron de una temible eficacia. Pero muchos estados se resisten al BJP y, si bien apoyan a Modi en las elecciones generales, se niegan a apoyar a su partido en las elecciones regionales, de manera tal que todo el sur de India y muchas regiones de la periferia oriental (como Orissa y Bengala Occidental) y septentrional, donde se concentran las minorías sij y musulmanas (como en Punjab y, por supuesto, Jammu y Cachemira), están fuera del alcance de Modi. Sin embargo, la oposición deberá recuperarse en el corazón indio del cinturón hindi si espera derrocar a un régimen que ha establecido allí su base. En este sentido, las elecciones regionales que se celebrarán a fin de año en Rajastán, Madhya Pradesh y Chhattisgarh servirán de muestra.

Christophe Jaffrelot es doctor en Ciencias Políticas e investigador del Instituto de Estudios Políticos (IEP) de París. Enseña cuestiones políticas de Asia Meridional en Sciences Po. Una versión más extensa de este artículo fue publicada por Nueva Sociedad, traducida por Gustavo Recalde. La versión original, en francés, se publicó en La Vie des Idées.


  1. Para profundizar sobre este tema, véase C Jaffrelot: L’Inde de Modi. National-populisme et démocratie ethnique, Fayard, París, 2019, disponible en inglés en una versión aumentada: Modi’s India – Hindu Nationalism and the Rise of Ethnic Democracy, Princeton UP, Princeton, 2021; y Gujarat under Modi. Laboratory of Today’s India, Hurst, Londres, 2023. 

  2. Sylvie Guichard: “Populismes indiens” en La Vie des Idées, 15/11/2016. 

  3. Nilanjan Mukhopadhyay: Narendra Modi: The Man, The Times, Tranquebar, Nueva Delhi, 2013; Pravin Sheth: Images Of Transformation: Gujarat & Narendra Modi, Team Spirit, Ahmedabad, 2014. Los estudios de Modi están envueltos en el misterio, y sus diplomas que se han hecho públicos no corresponden a ninguna disciplina conocida. 

  4. Vinod Mehta: Lucknow Boy: A Memoir, Penguin, Nueva Delhi, 2011, p. 209. 

  5. Organización juvenil extremista hindú [N. del E]. 

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

¿Te interesa el acontecer internacional?
None
Suscribite
¿Te interesa el acontecer internacional?
Recibí la newsletter Mundo en tu email todos los domingos.
Recibir
Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura