Subir seis pisos por escalera porque el ascensor no tiene mantenimiento, copiar del pizarrón a oscuras, acostumbrarte a ir al baño sin papel higiénico son algunas de las situaciones cada vez más habituales para los estudiantes y docentes de las universidades públicas argentinas.
El desfinanciamiento al sistema universitario público que el gobierno de Javier Milei lleva a cabo en Argentina desde que asumió en diciembre del año pasado actúa como ola expansiva que sumerge de a poco, pero sin pausa, a los distintos sectores que conforman el sistema educativo; los docentes se encuentran entre los más afectados.
Un dato: el promedio salarial de un docente hoy en Argentina no supera la línea de la pobreza. En tanto, en los hogares pobres se percibe un ingreso promedio de 407.171 pesos, mientras que la canasta básica argentina se ubicó en 709.318 pesos durante el primer semestre de 2024 según indica el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec). A su vez, el organismo oficial dijo que esta diferencia se incrementó con respecto al segundo semestre de 2023 en 37,8%.
Como respuesta al ajuste presupuestario, a lo largo de todo este año se hicieron tres marchas federales universitarias masivas, hubo más de 30 ocupaciones en universidades de todo el país, clases abiertas, paros nacionales e intervenciones artísticas diversas para llamar la atención sobre esta situación.
En la primera marcha federal, realizada el 23 de abril, la figura de Piera Fernández de Piccoli, la presidenta de la Federación Universitaria Argentina (FUA), se destacó como la voz principal de una movilización que reunió al menos medio millón de personas en la Plaza de Mayo y cientos de miles en el resto del país. “No queremos que arrebaten nuestros sueños, nuestro futuro no les pertenece; la educación pública nos salva y nos hace libres”, enfatizó a partir de la lectura de un documento que cerró esa jornada.
La líder estudiantil es oriunda de la ciudad cordobesa de Río Cuarto, tiene 27 años y acumula más de una década de militancia en distintas causas vinculadas siempre a la educación. “A los 15 años fundé junto a otros compañeros el centro de estudiantes de mi colegio secundario”, recuerda en diálogo con la diaria mientras se le escapa una sonrisa. Es un pasado que siente vivo, que la impulsa a sostener la lucha estudiantil y amplificarla hacia todos los sectores estudiantiles universitarios del país. Este año se recibió de licenciada en Ciencias Políticas en la Universidad Nacional de Río Cuarto, Córdoba, la carrera de la que más adelante dirá que “fue amor a primera vista”.
Con la segunda marcha federal universitaria realizada el 2 de octubre, Piera reafirmó su figura y se convirtió en una de las voces más resonantes de la escena nacional en defensa de la universidad. En esa oportunidad volvió a pronunciar un discurso que respondía directamente a uno de los agravios que, por esos días, el gobierno difundía en redes y medios nacionales cuando afirmaba que la universidad pública era sólo para estudiantes ricos, que allí los pobres no llegaban.
Precisamente, fue en la presentación del Palacio Libertad (ex Centro Cultural Kirchner), cuando el presidente Javier Milei dijo que “la universidad pública nacional hoy no le sirve a nadie más que a los hijos de los ricos y a los de la clase media alta”. Sin embargo, Piera aseguró que esto es falso y tomó los últimos datos disponibles del Indec para demostrar que el 42,3% de los estudiantes universitarios provienen de los cuatro deciles de menores ingresos. De estos alumnos, la mayoría (90,91%) asiste a universidades públicas.
Entre las respuestas que la líder estudiantil dio a diversos medios argentinos, remarcó que entre el 48% y el 68% de quienes ingresan a universidades públicas en Argentina son la primera generación de su familia en acceder a estudios universitarios, según datos del Indec, buscando demostrar el rol importante que cumple la universidad pública en la efectiva movilidad social ascendente.
En este contexto, la diaria se acercó a conversar con Piera para intentar comprender el conflicto universitario argentino de este último año y conocer cuáles son las próximas acciones que tienen previstas.
Después de las movilizaciones de este año en resistencia al desfinanciamiento impuesto por el gobierno, y en un intento de proyectar sobre lo que se viene para 2025, ¿qué conclusiones podés sacar?
Creo que, una vez más, es fundamental que todos los sectores reivindiquemos el rol de las universidades, una herramienta esencial por la movilidad social ascendente que ofrece a sus estudiantes, especialmente ahora que estamos en un contexto en el que no sólo se la está desfinanciando, sino que se la está cuestionando y deslegitimando constantemente.
Pensando en los próximos cuatro años, sabemos que van a ser tiempos de permanentes tensiones entre el sistema universitario y el gobierno a partir de que hay una definición política muy clara por parte del Poder Ejecutivo que busca desfinanciar de manera determinante al sistema universitario y al sistema tecnológico y científico nacional. Por todo esto, vemos que va a ser un conflicto de largo aliento que va a requerir poner en juego todas las instituciones de la democracia. ¿Cómo? Poniendo en valor todo el acompañamiento que la sociedad argentina sostiene para defender el vaciamiento del sistema universitario, reivindicando el lugar que sigue ocupando en nuestra cultura e historia.
Acerca del acercamiento a la política, ¿cómo y cuándo iniciás tu carrera en la militancia estudiantil? ¿Qué significa la política en tu vida?
Mi participación política comenzó en el colegio cuando tenía 15 años, fui una de las fundadoras del centro de estudiantes de mi secundario. En esa época empecé a sentir la necesidad de formar parte de los debates en torno a mi proceso de aprendizaje escolar para poder discutir contenidos y conocer cuáles eran los criterios de evaluación en las clases. Yo era de las que siempre querían participar en las capacitaciones docentes o en los debates acerca de las novedades curriculares que comunicaba la provincia, porque pensaba que era importante formar parte del proceso de aprendizaje y enseñanza desde una mirada crítica. Partiendo de esta necesidad es que arranca mi interés por la política y la militancia.
A los 15 años fui la presidenta del centro de estudiantes de mi colegio en Río Cuarto, Córdoba. Más tarde, formamos la unión de estudiantes secundarios a nivel local con un espacio de construcción colectiva entre los distintos centros de estudiantes que había en la ciudad. En aquel momento luchábamos por que se instalara el voto optativo a partir de los 16 años para elegir las autoridades locales de mi provincia, algo que se terminó logrando. En esos primeros años también tuve mi primer acercamiento partidario a la Unión Cívica Radical [partido político para el que continúa militando] y reafirmé que todas esas conversaciones sobre el proceso de aprendizaje y de enseñanza que me interesaban tenían que ser parte de una discusión colectiva más grande: nadie aprende solo y nadie transita una carrera universitaria en soledad, es un camino que se va construyendo con otros, ya sean docentes, estudiantes o autoridades.
¿Cuándo decidiste estudiar la carrera de Ciencias Políticas y qué conocimientos nuevos creés que te aportó la universidad pública?
Cuando estaba en el último año del secundario decidí estudiar la carrera de Ciencias Políticas gracias a una sugerencia de mi hermana mayor, que ya estaba cursando las primeras materias de la carrera de Filosofía y Letras en la universidad pública de mi ciudad. Hasta ese momento, venía pensando en estudiar Historia, aunque también me gustaba Filosofía, pero no estaba decidida, y cuando ella me muestra el plan de estudios de la licenciatura en Ciencias Políticas me enamoré automáticamente de esa carrera. En especial porque tenía un poco de todo lo que a mí me interesaba estudiar: historia, filosofía, comunicación y arte, economía. Intuía que iba a ser una carrera que iba a disfrutar mucho de cursar y estudiar, y así fue. Obviamente también tuve en cuenta la salida laboral que podía aportarme y todos los conocimientos nuevos para poder hacer análisis político, participar en consultoras políticas, brindar asesoramiento comunicacional a candidatos o estrategias de campaña. Más allá de todas esas posibilidades, en lo que más me aportó fue en la transformación como persona no sólo por los contenidos, sino por haberla cursado en la universidad pública, donde la pluralidad de voces tiene un espacio importante.
¿Qué análisis podés hacer de las acciones realizadas durante todo este año por la comunidad universitaria? ¿Hubo articulación entre los distintos espacios?
El saldo es positivo, aunque falta bastante. Tuvimos mucho diálogo entre los distintos espacios que somos parte del sistema universitario, como son los gremios docentes y no docentes, los centros de estudiantes, los rectorados, independientemente del partido político al que cada uno perteneciera. Nos unimos a pesar de las diferencias con el objetivo principal de defender a la universidad pública de nuestro país, y considero que eso es un gran triunfo.
Ya desde fines de 2023 empezamos a notar que, en los plenarios del Consejo Interuniversitario Nacional [CIN], que es el lugar donde las agrupaciones estudiantiles y los distintos gremios tienen lugar para poder manifestar a los rectores un diagnóstico de la situación y las demandas generales del sector, los diagnósticos que aparecían en la conversación eran muy similares, con gran preocupación sobre lo que se proyectaba para inicios de 2024. Luego de que el gobierno entrante tomara las primeras definiciones presupuestarias demostrando el feroz recorte que iba a hacer al sector educativo, nos condujo a la necesidad de construir un freno y trabajar en unión para dar visibilidad al reclamo a nivel nacional.
¿Qué rol tiene la juventud y, en particular los universitarios, en el armado de un nuevo proyecto político? ¿Lo ves posible?
Me gusta pensar que somos una generación que viene a torcer el curso de la historia, una bisagra que intenta dar respuesta a la crisis que la dirigencia política nacional, y también global, profundiza constantemente. Somos una generación que, por un lado, nos preguntamos cómo un futuro mejor es posible cuando estamos atravesando puntos de no retorno de la crisis climática, o cuando vemos que en Argentina no está garantizado el acceso a derechos humanos básicos, como el derecho a una vivienda digna. Pero, por el otro, creo que estamos obligados a no resignarnos, a probar algo nuevo. A partir de repensar la democracia, yo creo genuinamente que podemos cambiar el curso de las cosas. En el caso del conflicto universitario particular, observo que no sólo ha despertado a una generación que parecía estar dormida, sino que también demuestra que hay otras formas de construir diálogos democráticos a partir de las construcciones plurales, con diferencias de opiniones, pero con el consenso fundamental de que la educación es un derecho humano que debe ser garantizado.
Creo que somos una generación que puede hacer las cosas de una manera distinta, con una mirada más humana sobre la praxis política, con mayor empatía en los espacios de toma de decisiones relevantes. Quizás suene utópico, puede ser, pero también creo que no tenemos otra opción. Es una tarea difícil pero indispensable para seguir pensándonos como una humanidad más solidaria. Hay que volver a hacer el ejercicio de imaginarnos en qué mundo queremos vivir y accionar en conjunto para que sea más justo e igualitario.
¿Cómo observás a la juventud argentina en relación con la opinión que tiene sobre la clase política? ¿Qué podés decir de la idea del presidente que, en varias ocasiones, manifestó ser un “topo” que viene a destruir el Estado desde dentro? ¿Hay legitimidad social para que avance en ese sentido?
Creo que Javier Milei, como otros fenómenos de carácter similar, es el resultado de un proceso de muchísima frustración que la sociedad argentina viene atravesando con su dirigencia política desde hace varios años, algo que nos tiene que hacer reflexionar acerca de qué errores han cometido los distintos partidos políticos.
Sinceramente, no creo que toda la sociedad argentina haya acompañado el proyecto político del actual gobierno con un convencimiento absoluto sobre lo que él planteaba, como es la idea de destruir el Estado. Creo que se apostó por la necesidad y la esperanza de votar algo distinto para que las cosas mejoraran, en un contexto pospandemia en el que se había profundizado la desigualdad y las juventudes se habían visto afectadas especialmente.
En la actualidad, veo con mucha preocupación la pasividad que se mantiene ante los discursos de odio que instala permanentemente el gobierno nacional. Creíamos, quizás ingenuamente, que como país habíamos construido algunos consensos democráticos lo suficientemente fuertes donde el insulto, el agravio, la violencia, incluso el discurso de aniquilación del otro no tenían lugar en la democracia argentina. Sin embargo, la violencia escala y no observo la suficiente preocupación o respuesta como sociedad ante esto. En particular, en el ámbito universitario hay un fuerte odio desde los discursos públicos, amplificados por las redes sociales, que está enfocado sobre la militancia estudiantil hacia el interior de las universidades.
Esta nueva normalidad, insisto, requiere que miremos críticamente hacia atrás y que actuemos con coherencia hacia delante, que busquemos de manera colectiva una nueva forma de hacer política. Y en este sentido, considero que el proceso universitario que se estuvo gestando y nutriendo durante todo este año es sumamente importante para nuestro presente, pero también de cara al futuro, porque demuestra que se pueden construir diálogos democráticos desde las diferencias profundas.