Javier Milei construyó las elecciones de este domingo como un plebiscito, casi un test existencial sobre su gobierno y, contra todo pronóstico, las ganó, con un resultado que resultó tanto más contundente por cuanto fue nacional, fue sorpresivo y se dio en sus propios términos, es decir, sin alianzas ni concesiones.
Una vez más, Milei demostró que no se puede gobernar la Argentina desde el centro; como Menem y Kirchner, confirmó que para ejercer el poder hay que pararse en un borde.
La primera explicación es la vigencia del voto antiperonista. Como desde hace 80 años, el antiperonismo sigue siendo la identidad política más intensa de la Argentina, y la secuencia electoral de este año parece haberla activado.
En efecto, por su peso electoral y por lo inesperado de su resultado, las elecciones bonaerenses del 7 de septiembre funcionaron como una primera vuelta que despertó al pueblo antiperonista dormido, un silencioso 17 de octubre al revés.
Esta tendencia se verificó en el fracaso de las terceras fuerzas tipo Provincias Unidas y sobre todo en la evolución electoral en la provincia de Buenos Aires, donde los libertarios obtuvieron casi 700 mil votos más que en septiembre, repitiendo la parábola de Macri en 2019, cuando, agitando el mismo fantasma, logró reducir la distancia con el Frente de Todos de los 14 puntos de las PASO a los 7 finales.
Si la primera explicación es el “voto estratégico”, la segunda es el “voto económico”. Pero la afirmación implica reconocer una sutileza. Una de las teorías más recurridas de la ciencia política es aquella que propone que el comportamiento electoral está guiado sobre todo por la percepción económica, en particular de los meses previos a los comicios.
En este caso, sin embargo, tanto las encuestas de satisfacción individual como los datos duros de consumo venían registrando una caída (desde marzo) y un desplome (en los últimos dos meses). ¿Y entonces? Por un lado, evidentemente, la estabilidad económica, la baja de la inflación y el dólar barato (tres cosas que son la misma cosa) siguen teniendo una enorme importancia para la vida cotidiana de las personas.
Por otro, pareciera que entre los votantes libertarios primó la voluntad de otorgarle más tiempo al gobierno, una inesperada paciencia en la era de la ansiedad y las redes. Las encuestas cualitativas entre los votantes de Milei recogían la idea de que todavía se merecía una oportunidad. El gobierno, que las conocía, acertó con su eslogan de no tirar el esfuerzo por la borda.
Una intuición social profunda completa la idea. A diferencia de otros países de América Latina (en Perú acaba de jurar el doceavo presidente en dos décadas, sin que el sol se devalúe ni la inflación se dispare), en Argentina la debilidad política y la inestabilidad económica son, como los matrimonios de antes, indisolubles.
La hiperinflación de 1989, el estallido de la convertibilidad en 2001 y los meses finales del gobierno de Macri, con el dólar desbocado y el gobierno obligado a reperfilar la deuda, fueron sedimentando una memoria social que asocia las derrotas electorales con el caos económico (por suerte ya no con el estallido social).
La ayuda condicionada de Estados Unidos reforzó esta percepción a niveles casi extorsivos. “No me gusta Milei, pero tengo miedo a lo que puede pasar el lunes”, habrán pensado muchos. No es la primera vez que sucede: en 1995, Menem obtuvo su reelección con el 50 % de los votos en medio de la primera crisis económica de la convertibilidad, con la recesión instalada y un aumento explosivo del desempleo, que justo antes de las elecciones marcó el récord de 18,4 %.
En agosto del 2023, cuando Milei ganó las PASO, publiqué en la web del Dipló un artículo en el que trataba, igual que hoy, de entender las razones del batacazo. Decía allí que la victoria expresaba dos cosas.
La primera, más obvia, era el hartazgo de buena parte de la sociedad con el desempeño de los últimos tres gobiernos (el segundo de Cristina, el de Macri y el de Alberto), el rechazo profundo a una economía que no lograba crecer ni distribuir desde hacía una década y el repudio a una configuración política –la grieta– que no le servía a nadie –salvo a sus protagonistas–.
La segunda, más difícil de definir, era la parte del voto que no miraba al pasado, sino al futuro. Milei como expresión de una voluntad social de reseteo profundo luego de años de parálisis gubernamental e impotencia gestionaria. En otras palabras, Milei no era sólo un instrumento de venganza –un puñal–, sino también una expectativa: el deseo de un shock. Ese shock se produjo, y la sociedad este domingo lo reconoció con su voto.
Estas explicaciones más circunstanciales se sobreimprimen sobre un paisaje social permanente, que corresponde analizar. El ascenso y la consolidación política de Milei se explican también por el proceso, lento pero progresivo, de conformación de un nuevo tipo de sociedad, astillada y rota luego de quince años de persistente estancamiento económico, pandemias y sequías.
Sepultada bajo los escombros de mil crisis, esta sociedad parcialmente lumpenizada, que vive desenganchada del Estado, alberga la nueva subjetividad de un pueblo mileísta cuya adscripción al capitalismo no es resultado de una reflexión ideológica, sino de una experiencia vital determinada por el lugar que ocupa en la economía y el mercado laboral, algo que en su momento captaron bien los sociólogos, acostumbrados a mirar abajo, y los antropólogos, habituados a lidiar con lo ajeno.
Como toda realidad sociológica, se trata de un rasgo permanente que hay que considerar al lado de las explicaciones más contingentes, como la que mencioné al principio sobre el adelantamiento de las elecciones bonaerenses como catalizador del voto antiperonista.
Pablo Semán y Cristina Kirchner: ayer los dos tuvieron razón.
El fracaso de la oposición fue tan importante como el triunfo del gobierno.
El intento de Provincias Unidas de crear una fuerza capaz de terciar entre Milei y el kirchnerismo fracasó, con las resonantes derrotas de Córdoba y Santa Fe, alejando el sueño de una opción económicamente sensata y políticamente moderada.
Pero el principal interrogante es el que enfrenta el peronismo, herido por la debacle nacional y la derrota en la provincia de Buenos Aires, donde Santilli se impuso… ¡Con la boleta de Espert! Ayer no sólo ganó el gobierno; también perdieron el peronismo y su estrategia de llevar adelante una no campaña con un no candidato, lo que nos lleva a lo de siempre: como venimos insistiendo desde hace tiempo, el peronismo debe producir una renovación programática urgente, porque de otro modo puede quedar condenado a un futuro de irrelevancia similar al que enfrenta el radicalismo.
Y esto, independientemente de lo que pase: incluso si el plan económico de Milei termina hundido en su propia inconsistencia, si el dólar se desboca y la inflación rebota, en ningún lugar está escrito que lo que viene después será necesariamente el peronismo. A Milei lo puede suceder un líder de derecha clásica, un cocinero, Agustín Laje, un policía, otro Milei.
Un último comentario, casi epistemológico. El exceso de microclima nubla los análisis. Los cambios sociales y las mutaciones políticas existen, pero son más lentos y persistentes de lo que muchas veces se acepta.
Así como la llegada al poder de Milei en 2023 no implicó el advenimiento del fascismo (hipótesis que había quedado suspendida con los resultados bonaerenses, como si una derrota provincial pudiera ser suficiente para frenar a los camisas pardas negras), tampoco ahora ha consolidado un dominio absoluto del poder libertario, ni una hegemonía total de sus propuestas y sensibilidades.
Luego del previsible rebote de los mercados, la fragilidad del plan económico seguirá ahí, al acecho de una sociedad cansada que, sin embargo, le dio al gobierno una nueva oportunidad, quizás la última.
*La versión original de este artículo fue publicada por Le Monde Diplomatique edición Cono Sur.