Javier Milei podría haber concurrido a las elecciones legislativas locales de la Ciudad de Buenos Aires aliado a la derecha liberal-conservadora del expresidente Mauricio Macri. De haber ido juntos, los partidos Propuesta Republicana (PRO) y La Libertad Avanza quizá habrían conseguido un resultado cercano a 50% de los votos. Pero el mandatario libertario decidió ir en busca de la hegemonía de la derecha, para lo cual debía derrotar al macrismo en su bastión electoral, donde gobierna ininterrumpidamente desde 2007. La capital argentina era el único territorio verdaderamente macrista de la geografía electoral y Milei decidió ir por él, a riesgo de dividir el voto de la derecha y habilitar una victoria del peronismo.
Al final, logró más de lo que se proponía: no sólo desbancó a las huestes de Macri, relegadas a un lejano tercer lugar con 15,9% de los votos, sino que su candidato, el vocero presidencial Manuel Adorni, quedó en primer lugar con 30,1%, frente a 27,3% del postulante peronista de centroizquierda Leandro Santoro. La más baja participación electoral de la historia –53% con voto obligatorio– advierte, sin embargo, de la fuerte desafección política en curso y de los límites del encantamiento libertario.
Los resultados de la elección legislativa porteña del domingo 18 de mayo habrían sido importantes, pero de carácter local –se votó la conformación de la Legislatura de la Ciudad–, si no hubiera sido porque el jefe de gobierno, Jorge Macri, primo de Mauricio, las separó de las nacionales del 26 de octubre con el objetivo de que pesaran más los elementos municipales que nacionales de la política. Pero el efecto fue el opuesto: varios de los partidos decidieron colocar como cabezas de lista a figuras de primera línea y el gobierno se lanzó a transformarla en un plebiscito para el presidente. “Adorni es Milei”, insistió la campaña libertaria, que también buscó unificar bajo sus filas al espacio antiperonista: “Kirchnerismo o libertad” fue su otro eslogan de campaña, para atraer el “voto útil” de derecha ante el temor de este sector de la sociedad a una victoria de Santoro en una ciudad que funciona como una importante “vidriera” política.
Milei se involucró personalmente en la elección y todos sus ministros participaron en el mitin de cierre de campaña de Adorni, el vocero presidencial con estética troll que forma parte del riñón de Karina Milei, la poderosa hermana del presidente, y es una importante pieza del engranaje discursivo-propagandístico del gobierno. En busca de la victoria, Milei no dudó en atacar frontalmente a Macri, cuyo apoyo había sido decisivo en su holgada victoria en la segunda vuelta en 2023 y para aprobar las leyes más importantes de su gobierno, dado que el Poder Ejecutivo cuenta con una escasa representación parlamentaria. La guerra sucia llegó al punto de que se publicara, en la víspera de la elección, un video hecho con inteligencia artificial donde podía verse al expresidente diciendo que su candidata, Silvia Lospennato, se bajaba de la contienda, y llamando a votar por Adorni para evitar un triunfo del kirchnerismo. Un mensaje similar daba la propia Lospennato en otro video igualmente fraudulento. Macri denunció, el mismo día de la elección, un “fraude digital” montado desde el propio gobierno y su ejército de trolls financiados desde el Estado. Milei respondió, implacable contra su exaliado: “Macri está hecho un llorón”.
Desde el principio, Lospennato resultó una candidata ideológicamente desdibujada para la batalla en curso. Para una parte de los electores, la diputada es una especie de wokista, término de moda para descalificar al progresismo, ya que fue una de las impulsoras más visibles de la ley de legalización del aborto en 2020. Todos la recuerdan con pañuelo verde en la muñeca defendiendo con un discurso épico y el puño en alto el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo. Para otra parte de los votantes, es la parlamentaria que, con un discurso antikirchnerista radical, argumentó con la misma efusividad en favor del voto a la Ley Bases, la megaley que sostiene el proyecto de la motosierra de Milei. Poco le importaron en ese momento las veleidades antiwoke del presidente, que lo llevan por el camino del discurso homofóbico de Davos.
Ya en campaña, acorralada por la agresiva propaganda oficial, que incluyó fuertes ataques personales, la diputada candidata intentó sin éxito distanciarse del mileísmo y recuperar el discurso institucional y republicano del PRO contra el estilo brutal de Milei, pero ya era tarde. El propio Macri mantuvo un curioso discurso derrotista durante toda la campaña, incluso cuando acompañaba a su candidata a los medios, sin capacidad de reacción frente a la guerra sin tregua del gobierno: el exmandatario sabe que si se vuelve más crítico del presidente, muchos dirigentes de su partido, así como muchos de sus votantes, no lo van a seguir –la base sociológica para una derecha anti o no mileísta se ha reducido y se puede reducir más si Milei logra mantener la estabilidad económica, aunque sea precaria y socialmente excluyente–. Por otro lado, varias de las figuras más importantes del gobierno provienen de las filas del macrismo, incluido su equipo económico.
No es la primera vez que la derecha cree poder utilizar a la extrema derecha en pos de sus objetivos y poco después se siente devorada por la vorágine de la radicalización. Es lo que le pasó a Macri. Milei vino por ellos y sus defensas se desmoronaron frente a la ofensiva libertaria. La estrategia de Milei es clara: primero derrotar al PRO en su bastión (lo que ya consiguió) y luego cooptar a todos los dirigentes que pueda en la provincia de Buenos Aires, una plaza electoral decisiva en el año electoral; se trata de un territorio gobernado por Axel Kicillof, potencial candidato presidenciable del peronismo, a quien Milei llamó “enano comunista”. La crisis del macrismo es evidente; sus dos presidenciables de 2023 están fuera del partido: Patricia Bullrich es ministra de Seguridad de Milei y una de sus espadas contra Macri, y el exjefe de Gobierno de Buenos Aires Horacio Rodríguez Larreta compitió en una lista separada que le quitó ocho puntos al PRO en la elección del domingo.
El mensaje de La Libertad Avanza al macrismo fue evidente: “Nosotros podemos, ustedes lo intentaron y no lo lograron”, “Ustedes, cuando gobernaron entre 2015 y 2019, fracasaron porque carecieron de audacia ideológica. Nosotros sí estamos haciendo el cambio, no hay lugar para tibios ni para cuidar las formas”. Para los mileístas, el macrismo representa un “antikirchnerismo ineficaz”, que ladra pero no muerde lo suficiente y que, en definitiva, no se atreve a emprender la tarea de destrucción que ellos reclaman. Y, además, saben que en última instancia el PRO no tiene otra alternativa que acompañarlos. El mismo Macri lo dijo, en una entrevista televisiva, luego de la derrota electoral: “Creo que los dos partidos que apoyamos el cambio deberíamos poder convivir”. Casi resignado por la derrota, habló a favor del “cambio”, pero con matices, y ensayó algún tímido énfasis en la “institucionalidad republicana”, que consideró necesaria para “conseguir inversores”. Pero en ningún momento puso en duda al gobierno. No puede hacerlo. Cualquier oposición a Milei hace caer sobre el macrismo la sombra de la “complicidad con el kirchnerismo”, lo que resulta un riesgo imposible de asumir, aunque la alternativa –seguir apoyando a Milei– ponga en riesgo su propia supervivencia, como se ha visto este 18 de mayo.
La derecha con discurso institucional-republicano, más allá de su coherencia al llegar al poder, parece cosa del pasado frente a la “revolución libertaria”. El publicista Agustín Laje, usina argumental del discurso de contrarrevolución cultural del gobierno, resumió el 18 de mayo: “[En el macrismo] creyeron que la clave estaba en los buenos modales, y no en las ideas; que las formas estaban por encima del contenido. La clave era la batalla cultural, destrozar culturalmente al enemigo. Ganarle en el terreno de las ideas, los símbolos, el lenguaje, las historias y las representaciones”. Laje llama a las centroderechas democráticas –como la de Sebastián Piñera en Chile o la de Luis Lacalle Pou en Uruguay– “derechitas cobardes”.
El propio Milei se lanzó a una campaña furibunda contra la prensa, incluido el diario Clarín, otrora denostado por el kirchnerismo, aunque nunca con tal nivel de violencia discursiva. “La gente no odia lo suficiente a los periodistas”, declaró el mandatario. Y les lanzó epítetos como “basuras mentirosas”, “mierdas humanas”, “sicarios del micrófono”. Ya en el gobierno, y tras hacer acuerdos con parte de la política tradicional, sobre todo los gobernadores, Milei parece haber reemplazado en buena medida a los políticos por los periodistas como parte de la famosa “casta” que él habría venido a desarmar. Al mismo tiempo, comenzó a apelar a un discurso antikirchnerista duro, otrora más utilizado por el macrismo, para hegemonizar al bloque antiperonista. De esa forma, aspira a representar a 50% de la sociedad y dejar de ser un tercio del electorado.
Durante casi toda la campaña, las encuestas colocaban a la cabeza a Leandro Santoro con alrededor de 30% –el resultado habitual del peronismo en la ciudad, pero que esta vez podía ser puesto en valor dada la división de la derecha–. Sin embargo, en el último tramo de la campaña se percibió un empantanamiento, junto con la subida de Adorni impulsada desde el activismo de la Casa Rosada. Milei, su hermana y el opaco asesor Santiago Caputo no dudan en utilizar todos los recursos del Estado para construir su proyecto político pese a la ideología supuestamente “anarcocapitalista” de Milei. Al final, no es lo mismo “odiar” al Estado desde los márgenes de la política que desde el centro del poder, cuando resulta muy útil para construir la propia hegemonía. Además, en las cumbres nacional-conservadoras en las que participa, Milei puede ver cómo sus aliados, como Viktor Orbán o ahora Donald Trump, apelan al maldito Estado para impulsar su proyecto reaccionario e “iliberal”.
Frente al declive de Cristina Fernández de Kirchner –enfrentada además con su exdelfín Kicillof– y a un peronismo a la deriva, Santoro optó por provincializar su campaña, distanciarse de los liderazgos nacionales y apostar a un espacio de centroizquierda organizado desde el peronismo local por viejos operadores políticos. La ciudad de Buenos Aires es un territorio históricamente esquivo desde la época de Juan D Perón, y sólo en ocasiones muy particulares, una de ellas bajo la hegemonía de Carlos Menem, el peronismo logró conseguir allí alguna victoria. Por eso, si Adorni era Milei y Lospennato era Macri, Santoro se limitó a ser Santoro. Pero lo que podía ser una fortaleza, no depender de padrinos o madrinas políticas, era también una debilidad: para muchos votantes Santoro simplemente escondía a los dirigentes de una fuerza política que hoy carga con un extendido rechazo social, sobre todo después de la fallida presidencia de Alberto Fernández –de la que Santoro formó parte–, y que se encuentra sumergida en conflictos, como la pelea entre Cristina y Kicillof, que nadie entiende fuera de estrechos círculos de poder.
El candidato peronista, que proviene del ala izquierda de una Unión Cívica Radical casi extinguida como partido, combinó una campaña con tonalidades municipales, cuestionando la ineficiente gestión del alcalde Jorge Macri –plagada además de negocios dudosos–, con un discurso contra la “política de la crueldad”. Un spot en el que desarmaba una motosierra buscó fortalecer su lema de frenar a Milei desde la ciudad. Pese a que cosechó un buen caudal de votos, que incluyó a votantes de izquierda trotskista que se decidieron por el voto útil, no logró un primer lugar que habría cambiado la ecuación simbólica de la elección.
Un dato al margen pero significativo: las dos expresiones de peronismo antiwoke (o por lo menos no woke), que atribuían el retroceso electoral al exceso de progresismo cultural, como Alejandro Kim –el candidato de origen coreano que responde a Guillermo Moreno– y el exjefe de Gabinete de Cristina Kirchner Juan Manuel Abal Medina (un apellido emblemático en el peronismo), lograron 2,03% y 0,51%, respectivamente, pese a su gran presencia en el streaming, sobre todo en el caso de Kim.
Para lograr este triunfo –que no obstante está lejos de ser una ola de votos imparable y no ha logrado evitar una abstención histórica–, Milei contó con la coyuntura económica. Pese a que la inflación sigue siendo alta –2,8% en abril– puede mostrar que está “en baja”. Además, está logrando mantener el dólar barato, incluso luego de la salida parcial del “cepo” (restricciones para comprar divisas), lo que es un ancla para la inflación y les permite a los sectores medios comprar bienes importados en grandes cantidades y viajar más fácilmente al exterior. Su gobierno, por otro lado, ha evitado pasar la motosierra por las asignaciones sociales, lo que ha conjurado la amenaza del estallido, siempre presente en Argentina.
Aunque muchos economistas, incluso liberales, dudan de la sostenibilidad del modelo, el reciente crédito del Fondo Monetario Internacional (FMI) le ha dado aire financiero o al menos –eso se cree– para llegar a las elecciones de octubre sin grandes turbulencias –y sin devaluar el peso–. Pero no se trata sólo de la economía. El mileísmo representa un clima de época más global, en el que las “rebeliones del público”, como las llama Martín Gurri, contra las élites tradicionales, sobre todo políticas y culturales, están trastocando los campos políticos en gran parte de Occidente, poniendo en crisis a las derechas convencionales y alimentando diversas formas de reacción antiprogresista.
La ensayista Beatriz Sarlo escribió un libro sobre Néstor Kirchner titulado La audacia y el cálculo, que daba cuenta de la forma en que el expresidente construyó su poder y su relato político. Milei tiene audacia en exceso; queda pendiente ver cómo funcionarán sus cálculos, y los de su “triángulo de hierro”, conformado con su hermana Karina y Santiago Caputo, en lo que queda de este año electoral, y si la elección porteña se transforma en un trampolín para construir una nueva hegemonía, como imagina un Milei por estas horas exultante.
Pablo Stefanoni es jefe de redacción de Nueva Sociedad, coautor, con Martín Baña, de Todo lo que necesitás saber sobre la Revolución rusa (Paidós, 2017) y autor de ¿La rebeldía se volvió de derecha? (Siglo Veintiuno, 2021). Mariano Schuster es editor de la plataforma digital de Nueva Sociedad. Colabora con medios como Letras Libres y Le Monde diplomatique, y es uno de los coautores y compiladores de ¿Tiene porvenir el socialismo? (Eudeba, Buenos Aires, 2013). Este artículo fue publicado originalmente en Nueva Sociedad.