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Hace siete años, el título principal de nuestra portada fue “Primeras letras de la libertad”. Cuando comenzamos a escribir esas letras, sabíamos que la tarea no tendría fin. Es lo que tiene la libertad: nunca está completa, nunca segura.

Igual había que empezar. Este proyecto nació de una tentación irresistible: sentimos que lo que deseábamos era socialmente necesario en aquel preciso momento.

Queríamos y queremos hacer periodismo, un oficio que resulta fácil describir: sólo se trata de ver, entender y contar. Sin embargo, esas tres tareas son artes de las que siempre queda mucho que aprender, y al mismo tiempo es preciso evitar que el propio aprendizaje melle nuestras herramientas de trabajo. A veces la experiencia embota la capacidad de contemplar todo como si fuera la primera vez o la última, de dudar y repensar ante lo que nos parece obvio, de cuidar la elección de las palabras y la construcción de los relatos (el idioma requiere rienda firme para que no nos lleve, una y otra vez, donde no hay nada nuevo).

Otras veces dan miedo cosas tan simples como ver, entender o contar. Contra eso no sirve, a la larga, jugar al superhéroe solitario. Hay que andar juntos para construir y sostener nuestra manera de mirar, de comprender y de expresarnos.

En ese andar se ve, cuando estamos dispuestos a verlo, que todo lo anterior no alcanza. Las escuelas de periodismo no enseñan administración de empresas; un antiguo sentido común indica que otros se ocuparán de que las cuentas cierren, los sueldos se paguen y nuestros mensajes lleguen a destino. El problema es que, de ese modo, son otros también los que pueden decidir a quién se le rinden cuentas y a quién no; qué se compra, qué está en venta y a qué precios; a quiénes y hasta dónde vale la pena que lleguemos.

Decidimos tomar otro camino, hacernos cargo. La cooperativa la diaria nació con 25 integrantes, cuenta ya con 39 y el mes que viene vamos a ser 42. Se puede.

Entramos sin pedir permiso a un terreno alambrado. Mucho antes de que en Uruguay estuviera planteado como una posibilidad cierta el matrimonio igualitario, los diarios siempre pudieron casarse con quien quisieran. Con cualquier partido, con cualquier grupo económico, con cualquier religión o secta. Lo que no estaba previsto ni bien visto era que se quedaran solteros, que no se casaran con nadie. Desde que apareció la diaria hay unos cuantos que la miran de reojo, le atribuyen relaciones clandestinas o ansían que siente por fin cabeza, con alguien que la mantenga.

De todos modos, el ambiente ha cambiado un poco en estos siete años, y es posible que hayamos contribuido a que cambiara. En 2006, cuando decidimos publicar en cada edición a cuántos domicilios llegábamos, detallando cuántos correspondían a ventas efectivas (suscripciones pagas), cuántos a promoción para potenciales suscriptores y cuántos a obsequios, hubo quienes se preguntaron si habíamos perdido la razón o mentíamos. En octubre de 2008, cuando esas cifras comenzaron a ser auditadas y certificadas por el Instituto de Verificación de Circulaciones (IVC) argentino, aquellas dudas se disiparon y muchos se convencieron de que estábamos totalmente locos. Por viveza criolla se había consolidado la costumbre de mentir al respecto, para ganar con engaño avisadores públicos y privados. El primero que dijera la verdad iba a quedar en gran desventaja. Pero nos pareció que valía la pena, porque queríamos hacer un diario en el que se pudiera confiar y apostábamos, además, a que los avisadores verían el valor de un negocio más transparente. Vaya uno a saber si demostramos algo o si la locura es contagiosa: ahora se anuncia que el mismo IVC auditará, desde el mes próximo, las ventas de los periódicos El País, El Observador y Búsqueda. Bienvenidos.

No es el único terreno en el que las reglas de juego deberían ser mejores. Por ejemplo, resultaría muy saludable la existencia de leyes básicas para la distribución de la publicidad estatal, que representa una parte sustancial de los ingresos de muchos medios de comunicación y se paga con dinero de todos. O que, en la parte del país donde se venden más periódicos, las autoridades no legitimaran el monopolio de su oferta en quioscos. En algunas áreas pudimos inventar nuestro propio camino, sin violentar las normas ni esperar a que cambiaran. En otras, seguimos esperando.

Esperamos también que, ahora que la llegada de la televisión digital permite abrir el juego (que hasta ahora han jugado muy pocos), el Estado no reduzca su estatura con lógicas de gobierno, y el gobierno no la reduzca con lógicas de partido, o de sector. Esperamos que haya oportunidades para nuevos proyectos viables, y la diaria forma parte de un colectivo de profesionales y empresarios del mundo de la comunicación que aspira a ser concesionario de un canal. Ojalá podamos probar también desde allí nuestra capacidad de impulsar cambios. Tiene que ser posible hacer televisión un poquito mejor en Uruguay, ¿verdad que sí?

Como se ve, seguimos cayendo en bellas tentaciones. Será por la famosa picazón del séptimo año, que pone a prueba los compromisos y cuestiona las rutinas: queremos ir a más. Un Día del Futuro cada año no era poco en este país retrovisor, y ahora tenemos un suplemento mensual. En pocos días comenzaremos a enriquecer nuestra oferta con la revista Lento, escrita con tiempo, para leer con tiempo y sobre nuestro tiempo. Les recomiendo que lean el encarte que viene con esta edición aniversaria, y sobre todo que lean la revista. Confiamos en que la van a disfrutar tanto como nosotros.

El director de Lento es Gabriel Lagos; el actual Directorio de la cooperativa la diaria, elegido el año pasado, no tiene entre sus integrantes a quien firma. Son señales de que el proyecto ha crecido, se ha fortalecido y es capaz de reproducirse, de que depende más de nuestras fuerzas combinadas que de cualquier persona en particular. Eso también nos hace más libres y lo festejamos, junto con los siete años y las 1.800 ediciones. Gracias a todos.

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