Una de las cuestiones de fondo que determinan la situación de la seguridad social en general, y de los llamados cincuentones en particular, es el notable aumento de la expectativa de vida. En el caso de la crisis que atraviesa en estos días al Frente Amplio (FA) debido al asunto de los cincuentones, este factor incide por partida doble, ya que no sólo agrava los problemas a resolver, sino que además determina que el elenco a cargo de buscarles soluciones esté dominado, desde hace décadas, por figuras cuya expectativa de vida política se extendió mucho más de lo que era previsible cuando comenzaron sus carreras.
Tabaré Vázquez y Danilo Astori nacieron en 1940 y votaron por primera vez en las elecciones nacionales de 1958, las primeras del siglo pasado en las que el Partido Nacional le ganó al Colorado. Tenían 31 años de edad cuando se realizó el primer acto de masas frenteamplista, 33 cuando se consumó el último golpe de Estado, 44 cuando asumió el primer gobierno electo tras la dictadura, 49 cuando cayó el Muro de Berlín y 65 cuando el FA asumió por primera vez el gobierno nacional, hace casi 13 años, con Vázquez como presidente y Astori como ministro de Economía y Finanzas. Hoy (por lo menos al cierre de esta edición), sus roles son los mismos y los dos tienen 77 años, una edad más que jubilatoria en nuestro país.
La historia de las relaciones políticas entre ambos ha combinado cooperación y conflicto, y registra más armisticios que armonía. En 1989, el perfil público de Astori (que proclamaba “esto se sigue llamando revolución”) era, de los dos, el más satisfactorio para el promedio de los militantes frenteamplistas, pero luego se fue moderando gradualmente y perdió esa sintonía con “las bases”, mientras Vázquez se volvía más hábil en las artes caudillescas, alternando actitudes de confrontación con otras dialoguistas, y por lo general actuando, en cada coyuntura y cada ámbito, de la forma que podía darle más rédito.
Ahora se desarrolla una nueva pulseada entre los dos, y parece demasiado optimista considerarla la última. Vázquez ya no tiene por delante desafíos electorales, y es probable que sus mayores aspiraciones políticas personales se refieran, en la actualidad, a los niveles de popularidad con que terminará el período de gobierno y al juicio de la historia. Astori, en cambio, no ha eliminado de su agenda la posibilidad de llegar a la presidencia de este país, cuya economía dirige desde hace más de 12 años, y eso contribuye a que valore de otro modo no sólo las condicionantes económicas que puede afrontar el próximo gobierno, sino también las políticas que él podría recibir, desde el FA, si llegara a ocupar ese cargo que le ha sido tan esquivo. Desde su punto de vista, por lo tanto, ganar o perder en el debate sobre los cincuentones se carga especialmente de significado.
El desenlace de esta puja que no empezó ayer, en gran medida personal y por el poder, incidirá mucho en el futuro de todos. Quizá sea hora de que otros actores, menos añosos, se animen a terciar para resolverla y apropiarse de ese futuro.