El sacerdote católico Jaime Fuentes, integrante del Opus Dei y actual obispo de Minas, dedica considerables energías a la difusión y defensa de sus opiniones, poniendo al servicio de la fe las habilidades que desarrolló como periodista. Entre otros medios, utiliza el envío de archivos de audio (que los interesados pueden solicitar por Whatsapp al 093990038), y esta semana publicó tres textos sucesivos, del miércoles al viernes, en el blog que mantiene (desdelverdun.org). El tema de estos mensajes episcopales fue el sumario iniciado a la directora del liceo 1 de Salto, Diana Lucero, a raíz de un taller sobre sexualidad en ese centro de estudios, para estudiantes de quinto y sexto, que ella permitió realizar a un grupo de madres de alumnos.
Está muy bien que Fuentes dé la cara por sus ideas y las exponga. Lo que no está nada bien es que falte a la verdad. Suponemos que no se lo enseñaron cuando estudió en la Universidad de Navarra, y que ni siquiera la Escuela Oficial de Periodismo española, que habilitaba a trabajar en la época franquista, sostuvo jamás que en este oficio correspondiera mentir. Suponemos también, por supuesto, que los obispos deben esforzarse por cumplir el octavo mandamiento.
Sostuvo el prelado que Lucero fue separada de su cargo porque en Uruguay, como en otros países, hay “una embestida contra la FAMILIA y contra la IGLESIA, porque enseña y defiende el MATRIMONIO, tal y como ha sido querido por Dios desde la creación del mundo” (las mayúsculas están en el original). Y agregó que, en su opinión, “la reacción contra la directora […] es un claro aviso: si alguien no está de acuerdo con la ideología dominante, aténgase a las consecuencias”. Para desembocar en que, “de hecho, está planteada una guerra: la CULTURA DE LA MUERTE contra la CULTURA DE LA VIDA”, y que “nadie puede abstenerse en esta lucha: estudiando las cosas con serenidad, escuchando con atención, hablando con claridad, rezando con intensidad”.
Pues bien: resulta que, aunque el obispo da por veraz el comunicado del grupo que organizó el taller, y asevere que “en ningún momento se habló de religión”, sino que “se hablaba desde la biología y desde una perspectiva humanística”, él mismo añade de inmediato que algunos estudiantes “pidieron más información y se les dio un folleto sobre el tema, que tenía una imagen de la Virgen”. Por otra parte, cuesta pensar que no haya visto la filmación de un pasaje del taller que se ha difundido ampliamente, en el que constan varias referencias religiosas (y algún disparate “desde la biología”).
En el terreno de las creencias cabe lo inverosímil, y Fuentes está en su derecho de creer que un dios quiso, “desde la creación del mundo”, que el matrimonio tuviera el sentido que le atribuyó muchísimos años después el catolicismo. Tiene derecho también a sentirse involucrado en una guerra cultural mundial. Sería excelente que, en el ejercicio de esos derechos, tuviera la prudencia de no atribuir intenciones terroristas a las autoridades de la enseñanza, y la humildad de seguir su propio consejo, “estudiando las cosas con serenidad”, en vez de negar lo que evidentemente sucedió en el liceo salteño.