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Crisis y oportunidad

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La agenda del Frente Amplio (FA) ha sido invadida en los últimos meses por las cuestiones de Venezuela y de Raúl Sendic, que no sólo están en el centro de las críticas opositoras sino que además crean contradicciones de gran intensidad entre los frenteamplistas.

Esas polémicas han determinado que casi no se preste atención a otros puntos débiles del oficialismo, ni a algunos de sus logros. Se habla mucho menos de la seguridad ciudadana o de los problemas educativos; pasó bastante inadvertido el hecho de que el FA, después de un largo período en el que las mayorías legislativas propias le permitieron prescindir del diálogo con los demás partidos, logró sortear sin grandes sobresaltos una rendición de cuentas en la que no contaba, por primera vez, con esa ventaja.

En todo caso, estos debates pueden afectar –y probablemente ya lo han hecho– las intenciones de voto al FA en las elecciones de 2019, al tiempo que exponen diferencias internas relevantes (por las cuales algunos, con indisimulado entusiasmo, reeditan la tesis sobre la existencia de “dos izquierdas” incompatibles entre sí). Pero no todas las consecuencias son necesariamente negativas.

Se ha repetido mucho, desde que lo dijo en 1959 el ex presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy, que en chino la palabra “crisis” se compone de dos partes, cuyos significados son “peligro” y “oportunidad”. Este lugar común de las charlas motivacionales se origina en una mala comprensión del mandarín, pero la idea de que los momentos críticos pueden aprovecharse para avanzar tiene, con ciertas acotaciones, algo de sentido.

La parte interesante de las controversias frenteamplistas en estos meses es que reactivaron fuerzas adormecidas. Pese a que estaba muy instalada la premisa de que lo que vale es la gestión y las cuestiones ideológicas son antiguallas del siglo pasado, se han movilizado energías que no habían comparecido con similar empuje para apoyar o cuestionar resultados fiscales e inversiones extranjeras. Y eso, a su vez, sirve como recordatorio de un antiguo dato.

El largo avance de la izquierda hacia el gobierno nacional se construyó, incluso antes de la fundación del FA, a partir de convicciones ideológicas profundas. Estas no equivalen, por supuesto, a un programa de gobierno o una estrategia política, pero son también indispensables. Quienes se aferran sólo a la ideología corren graves riesgos de caer en el fundamentalismo y la intolerancia, pero sin valores ideológicos la política puede volverse un juego rastrero de cálculo y cinismo.

El FA discute, a propósito de Sendic o de Venezuela, límites éticos que determinan, en última instancia, su identidad. Qué se puede aceptar y qué no en nombre de causas nobles, o para no fortalecer a los contrarios; si realmente corresponde defender en forma incondicional a “los nuestros” porque “los otros son peores”.

Los fundamentos éticos no bastan para administrar el Estado ni para tomar decisiones de gobierno acertadas; ni siquiera son suficientes para conquistar el apoyo de la mayoría y ganar elecciones. Pero mueven al tipo de personas que hace falta para lograr todo lo anterior sin perder la brújula por el camino.

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