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Marihuana, turismo y derechos

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Un “baldón” es una injuria o afrenta, algo que causa vergüenza y deshonor. “Baldón de turismo marihuanero” es el título del airado editorial que publicó el miércoles 3 de enero El Observador. Allí se comentaron noticias incluidas por ese diario en su edición del mismo día y del día anterior sobre la existencia en Uruguay de turistas que, particularmente en Punta del Este, intentan comprar marihuana y con cierta frecuencia lo logran. Ante semejante revelación, el editorialista sostiene que la culpa es del ex presidente José Mujica, por “alentar la drogadicción con la legalización del cannabis”, mediante una norma que “jamás debió aprobarse”. Y de paso señala como proveedores de los turistas, sin aportar nada parecido a una prueba, a los cultivadores hogareños de cannabis y a los clubes de fumadores (ver https://www.elobservador.com. uy/baldon-turismo-marihuanero-n1156025).

Se critica al oficialismo porque algunos de sus integrantes parecen convencidos de que la historia uruguaya comenzó con la llegada del Frente Amplio al gobierno nacional. Como este editorial parece basado en una presunción similar, quizá sea oportuno recordar que el consumo de sustancias psicoactivas por parte de turistas es bastante previo a 2005. Además, sin evidencia disponible de que la cantidad de visitantes que fuman marihuana haya aumentado, ni datos sobre cuántos extranjeros llegan a nuestro país específicamente atraídos por las normas vigentes sobre el cannabis, es temerario que El Observador considere probada la existencia de un “carnaval marihuanero”. En cuanto al suministro, no se puede negar a priori que marihuana cultivada legalmente en Uruguay termine siendo vendida a turistas, pero, como estamos muy lejos de la deseable extinción de los narcotraficantes (especialmente en Punta del Este…), no es posible descartar otras posibilidades, y plantear al barrer que las acusaciones del editorial se parecen mucho a una violación del octavo mandamiento bíblico, ese que dice: “No darás testimonio falso contra tu prójimo”.

Hay, sin embargo, en el fondo de este asunto, una cuestión sobre la que vale la pena reflexionar. Resulta fácil entender por qué las autoridades uruguayas buscaron evitar la afluencia de “turismo cannábico”, pero los derechos humanos son, justamente, propios de cualquier ser humano, con independencia del lugar en que haya nacido o en el que tenga ciudadanía legal. Cuando una persona se traslada de un país en el que cierta conducta está prohibida a otro en el que la misma conducta es legal, resulta difícil argumentar teóricamente que las prohibiciones deben acompañarlo. De hecho, y desde mucho antes de que se hablara en Uruguay de legalizar el cannabis, nuestro país mantiene un lucrativo ingreso de turistas procedentes de Brasil, donde los casinos son ilegales: vienen con la explícita decisión de arriesgar su dinero en nuestros juegos de azar legales, sin que a nadie se le haya ocurrido prohibirles que satisfagan aquí ese deseo, que en algunos surge de la adicción y en otros de la simple afición. Pensemos si se trata de prohibir más o de prohibir menos; de quitarnos un baldón o de sacarnos el balde.

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