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La formación docente: más allá de los concursos

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Nos hemos visto en la necesidad de hacer una intervención como profesores de Formación Docente y de Educación Secundaria, a partir del artículo publicado en este diario, titulado “La vida es bella: una fantasía posible para la formación docente”.

En primer lugar, sostener que la formación de cualquier profesional asegura la calidad por inscribirse en un esquema institucional universitario refleja una linealidad de pensamiento preocupante y una gran falta de autocrítica. Sobran ejemplos de institutos mundiales que forman profesionales de nivel terciario de calidad, que escapan a la lógica de la estructura universitaria, en áreas técnico-científicas y artísticas. Anclar la formación de calidad únicamente al ámbito universitario es desconocer otras instituciones generadoras de conocimientos tan importantes para la humanidad como aquellos que son originados en una universidad.

El segundo punto que se plantea es la formación y caracterización del profesor. Se ha parafraseado a Hanna Arendt para describir cómo debería ser un profesor y cuál sería su impulso vital. Compartimos que es deseable “cuestionar a fondo el estado presente de las cosas”, pero no que la realidad actual pueda ser englobada y calificada como “mezquina”, “vana”, “desapasionada” y “sin amor al mundo”. La formación docente y la enseñanza secundaria tienen centenares de docentes que fomentan el pensamiento crítico y la reflexión y ¡vaya si tienen apretado el “acelerador de las ganas a fondo”!

Por otro lado, se plantea que la enseñanza no está o no debería estar sometida a la lógica del capitalismo; que se quiere no sólo docentes universitarios profesionales sino “amantes rigurosos que despierten conciencia, que hagan de la clase una fiesta, un goce, un entreacto que nos proteja del monopolio de la productividad”. No es necesario que fundamentemos que la enseñanza está sometida a la lógica capitalista. Se puede ver en la privatización y comercialización que impulsan las agencias del statu quo del sistema y que en Uruguay aterriza en formato de participación público-privada y toda una suerte de nuevos actores como los animadores, talleristas, referentes, coaches, supervisores, etcétera. Una racionalidad de mercado educativo que se anuda con la proliferación de planes y programas que recortan drásticamente los contenidos y que terminan, como denuncian la Asamblea Técnico Docente de Secundaria y la Federación Nacional de Profesores de Educación Secundaria, siendo planes empobrecidos para estudiantes pobres.

Por si esto fuera poco, la lógica capitalista se puede ver también en la realidad socioeconómica de nuestros alumnos. El magisterio y el profesorado uruguayo asisten a diario a una realidad acuciante, con estudiantes muy heterogéneos, que presentan dificultades de aprendizaje, problemas socioeconómicos que van desde lo alimenticio (en varios liceos se da de comer, aun en los que no hay tiempo extendido) hasta la vestimenta, la salud e, incluso, la vivienda. Es en ese contexto que miles de profesionales de la educación ejercen a diario su tarea.

Sería bueno que aquellos docentes universitarios que no conocen la realidad educativa del país pudieran acercarse a algún salón de los liceos de los barrios periféricos o de los pueblos olvidados del mal llamado “interior”. Para que no pierdan, como les sucede a muchos tecnócratas, el sentido de la realidad: adolescentes mal comidos, mal dormidos, con problemas de violencia doméstica, que deben encargarse de sus hermanos. Lo que intentamos poner en evidencia es que no sólo con una formación académica sólida se pueden abordar los problemas que a diario se suscitan en un aula. Reducir la discusión únicamente a una cuestión de formación es empobrecer el debate y generar falacias peligrosas.

Entonces, si la intención es construir, seamos ante todo honestos y tengamos la mayor altura ética al exponer los temas educativos. Se expresa que se quiere “defender el derecho adquirido de unos pocos antes que la educación de mayor calidad que se merecen nuestros muchos y queridos estudiantes”. Esta frase desnuda la intención final de la opinión formulada: en realidad, no importan tanto los estudiantes de primaria y secundaria, porque, en última instancia, todo queda reducido a la crítica a los próximos concursos en formación docente. Hay que tener honestidad intelectual y exponer los intereses propios, desligados de un planteo basado en contraposición de derechos. Desde nuestro enfoque, el problema de fondo no es el concurso abierto o cerrado, o los derechos adquiridos de unos frente a la necesidad de una mayor calidad de educación, sino que la formación docente atraviesa una reforma que muchos tememos que responda a las lógicas de las políticas globales que, claramente, se vienen implementando desde la década de 1990. Se busca adaptar la educación a las transformaciones del mundo. Sí, adaptarla, integrarla a esa realidad, pero no formar sujetos capaces de proponerse transformarla.

Para terminar, un breve comentario sobre la siguiente frase: “Olvidemos si los egresados vienen de un lado o de otro, superemos la falsa oposición, mezclemos todo lo mejor, venga de donde venga, si es bueno, y si no es tan bueno, mejorémoslo”. Olvidar la tradición de la formación de profesores y maestros en Uruguay, para incrustar todo en un nuevo esquema institucional y/o de formación profesional, es no sólo un retroceso, sino una gran equivocación de base. El acervo que existe desde lo disciplinar, pedagógico y didáctico en la formación docente en Uruguay no puede ni debe ser olvidado nunca, ni siquiera en las propuestas experimentales cuasi genéticas de quienes plantean quimeras. En ese sentido, la postura política que defendemos incluye la creación de una institución con autonomía y cogobierno, con un sentido profundamente humanista, y que recoja este acervo. Idea que parece haber sido olvidada por casi todos.

Daniela Pagés es profesora de Matemática y profesora de Didáctica de la Matemática del Consejo de Formación en Educación (CFE); Diego Suárez es profesor de Ciencias Biológicas y profesor de Botánica II del CFE.

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