Uruguay, en su diversidad cultural, ideológica, social y política, ha sabido transitar la historia de la modernidad nacional en un modelo de lucha, único e intransferible en el mundo, que es nada más ni nada menos que la unidad del campo popular. Sin embargo, este no es un concepto sencillo ni unívoco, y se resignifica por medio de las experiencias y avances mismos que convergen en el seno del pueblo.
La idea de superación conjunta, concreción de un estadio superior de felicidad, basado en la solidaridad y la acción, han sido pilares fundamentales de nuestro movimiento sindical, cooperativo, estudiantil, cultural y social. Tal es así, que desde hace ya más de cinco décadas viene coordinando acciones y plataformas, e incluso siguen renovando el compromiso solidario de considerarse aliados estratégicos, una y otra vez.
La mayor fortaleza que ha tenido el campo popular han sido sus valores solidarios, democráticos, combativos, proletarios, antioligárquicos y antiimperialistas. Debemos tener presente que, al igual que la unidad, el concepto de democracia tampoco es unidireccional y se realimenta.
Hoy, la emergencia de las luchas feministas en la región visibiliza otras formas de desigualdad. Resulta que no somos tan iguales como pensábamos, que no todes tenemos igual acceso a la palabra, ni a la cultura, ni a los servicios, ni a la salud, ni al trabajo, ni a la justicia, e incluso ni a la identidad, y que estas desigualdades no son sólo de clase, sino que son de raza, de género, de orientación sexual, de origen geopolítico, etcétera, lo que desnuda la complejidad de las relaciones de poder. ¿Con qué fin, entonces, los movimientos feministas ponen tanto énfasis en estas desigualdades?
La experiencia humana nos marca que la sensibilidad por lo injusto ha sido el motor de todos los cambios sociales en busca de la igualdad; visibilizar otras formas de desigualdad estructural tiene como objetivo primero resignificar nuestro sentido de la justicia –por lo tanto, de la democracia– y como objetivo fundamental el acercamiento de la humanidad a la liberación de los pueblos.
Entendemos que las fisuras mayores del campo popular residen en las asimetrías de poder que existen en su seno. El patriarcado es aliado estratégico del capital: invisible y perverso, en el silencio más absoluto de la complicidad cultural, ha instalado en nuestro pueblo desde el comienzo de la historia de la humanidad estas asimetrías que socavan la unidad, en la medida en que atentan contra la democracia y la justicia internas.
Cuando hablamos de la construcción de un poder popular desde una perspectiva feminista, hablamos de un poder que es ejercido de forma equitativa en el seno del pueblo. Para esto, es imprescindible destruir la barreras que nos lo impiden, desjerarquizando y descolonizando los conocimientos, nuestra ética y nuestras prácticas, deconstruyendo la hegemonía cultural existente, que nos subsume y divide, en cuanto consolida una estructura social en el pueblo jerárquica y desigual (y todas sus formas de organización familiar, política, social, cultural, empresarial).
Una de las características particulares del feminismo popular, sobre todo del feminismo latinoamericano, es la permanencia de referentes intelectuales y la ausencia de lideresas, colocando al sujeto colectivo como autogestor y promotor de la lucha. Otra característica es su capacidad de asimilación de las diferentes perspectivas, buscando la neutralización de los dogmatismos y la jerarquización de saberes (tarea que bien hace el sistema preponderante).
Las vivencias de los hombres y las mujeres en el campo popular, sea en una cooperativa, en un sindicato, en la actividad política, etcétera, no son las mismas. Tampoco lo son para el hombre blanco que para el hombre negro, ni para quien vive en Parque Rodó que para el que vive en el Cerro, ni para quien es cis o para quien es trans. Ejemplos de estos tenemos muchos; lo importante es poder conceptualizar la implicancia que tienen estas desigualdades en el ejercicio del poder en la unidad interna, y que el feminismo es un movimiento y un posicionamiento (ético e ideológico) que busca habilitar a todes a hacer un ejercicio equitativo del poder.
Sortear las trampas de los poderosos en este momento histórico no será tarea fácil: la incansable producción y reproducción del discurso conservador (a través de la justicia y los medios masivos de comunicación) consiste en fortalecer los dispositivos culturales que consolidan estas desigualdades colocando falsas contradicciones, buscando invisibilizar a quienes ejercen el poder de forma centralizada y concentrada. La vigilancia epistémica permanente da la oportunidad de no perder el sur y estrechar filas para resistir las complejidades del poder hegemónico.
Sabemos que cuando el neoliberalismo y el conservadurismo se instalan, quienes se ven más perjudicades son les más débiles. Aquelles que más lejos están de cumplir el mandato de la masculinidad hegemónica. Generar condiciones de equidad en el seno del pueblo no sólo nos acerca al proceso de emancipación, sino que es estratégico porque desarrolla posibilidades para que todes podamos hacer frente a esta embestida neoliberal en igualdad de condiciones. Promover la eliminación de las asimetrías de poder que existen en el seno del campo popular, y continuar desarrollando sujeto colectivo, es el mejor mecanismo de autodefensa que podemos tener en esta coyuntura.
Soledad López es militante social y política de izquierda.