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Caras y caretas

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El martes, cuando el Poder Ejecutivo dio a conocer su anunciada respuesta al movimiento de “autoconvocados” Un Solo Uruguay por cadena de radio y televisión, la aparición inesperada de Fernando Vilar como encargado de transmitir el mensaje causó extendidos debates, referidos en gran parte a temas que podríamos llamar de técnica política; básicamente, cuáles fueron los objetivos de la elección de Vilar y qué resultados pudo dar.

Se señaló que el Ejecutivo, con o sin intención, había desviado la atención hacia el comunicador en vez de centrarla en lo comunicado, y se especuló con la posibilidad de que la idea fuera ahorrarle costos políticos al presidente Tabaré Vázquez. Se discutió si la opción por Vilar, cuyo perfil público es poco asociable con el oficialismo, había sido un error, una respuesta táctica a la presencia de oradores como Walter Serrano Abella o Jorge Landi en el acto que los “autoconvocados” llevaron a cabo en Durazno, o un gesto simbólico para contrarrestar la polarización planteada por Un Solo Uruguay. Muchos asumieron que lo sucedido había tenido características algo grotescas, e irritantes por distintos motivos para frenteamplistas y opositores.

Quizá comentarios como los antedichos representen sobre todo las opiniones de personas especialmente interesadas en la política y activas en redes sociales. Sin estudios al respecto no corresponde descartar, por ejemplo, la posibilidad de que en otros sectores de la ciudadanía la presencia de Vilar haya aumentado el atractivo y la credibilidad del mensaje. Sea como fuere, parece más interesante considerar el impacto de la novedad en cuestiones de fondo, relacionadas con el papel de la política en la sociedad.

Gobernar es una actividad indudablemente política. Incluye tomar una enorme cantidad de decisiones que no derivan en forma exclusiva y automática de un análisis “objetivo”, sino que implican también metas, hipótesis, preferencias y apuestas. Está claro que, a su vez, el discurso de los “autoconvocados” acerca de la situación del país y el modo de mejorarla expresa una posición político-ideológica contrapuesta a la que predomina en el oficialismo.

Cada parte trata de convencer a la mayor cantidad posible de personas de que sus opciones surgen del correcto análisis de la realidad y la búsqueda sincera del bien común; las elecciones nacionales miden cada cinco años, entre otras cosas, quién tuvo más éxito en esa tarea. Así funciona la democracia representativa, pero no conviene que se convierta en un concurso de disfraces. Si la disputa por la opinión pública se apoya sobre todo en las apariencias y pasa a depender demasiado del acierto con que cada parte tercerice su comunicación, podrá ganar coyunturalmente una u otra, pero a la larga todos perderemos.

Por otra parte, en general los códigos de ética del periodismo (incluyendo el del sindicato de la prensa uruguaya) reprueban que los comunicadores pongan su imagen y su credibilidad al servicio de intereses publicitarios. Esto también deberían comprenderlo y respetarlo, por el bien de todos, la oposición y el oficialismo.

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