Mañana se cumplirán 29 años de la desaparición física de Raúl Bebe Sendic, y esta es siempre una oportunidad para recordarlo, que es nada más ni nada menos que volver a pasarlo por el corazón.
Yo conocí a Sendic por 1986 siendo un gurí, junto a otros jóvenes que nos habíamos arrimado a la militancia política y social, peleando contra la dictadura y por la recuperación democrática.
Por lo tanto, no conocí al Sendic guerrillero ni fuimos parte de esa generación que le tocó vivir en un mundo pautado por la polarización instalada por la Guerra Fría, impulsos fascistas y autoritarios para frenar la organización y movilización popular, y los sueños utópicos de un montón de jóvenes que estaban convencidos de que la revolución estaba a la vuelta de la esquina.
Me tocó conocer a un hombre amable, al que le gustaba mucho más escuchar que hablar (y no por su limitación física, a raíz de un balazo tirado a quemarropa), que conservaba una sonrisa pícara y cómplice producto de un sentido del humor siempre a flor de piel.
Me tocó conocer a un dirigente político que entre las primeras cosas que encaró (luego de años de reclusión en condiciones inhumanas) fue interiorizarse del pensamiento económico, político y social más actualizado del mundo, y por eso convocó a estudiantes y profesionales jóvenes para armarse una buena biblioteca. Hay que recordar, sobre todo para las nuevas generaciones, que en aquellos años no había celulares, computadoras ni, por supuesto, internet, aunque les parezca mentira.
Tuve el privilegio de encontrarme con un ser humano sensible y con una inteligencia destacable, que en los primeros encuentros que mantuvimos jamás habló del pasado, nunca nos dio lecciones, y lo que más me asombró fue que en ningún momento habló mal de nadie y no le asomaba ni pizca de odio contra los que tendría fundadas razones para denostar.
Sin ojos en la nuca ni cartas en la manga, nos propuso pensar y trabajar por el futuro, sin esquemas, con cabeza propia y creatividad. Es así que conversamos sobre robótica y los impactos que tendría en los sistemas productivos y en las relaciones sociales. Conversamos sobre biotecnología y los impactos que los nuevos descubrimientos en esta materia tendrían en la ciencia, y sobre los desafíos ecológicos que tendría la humanidad si se seguía profundizando el modelo de desarrollo capitalista mercantilista y depredador.
Si pensamos que estábamos en 1987, cuando estos temas por lo menos en Uruguay no eran parte de ningún debate público, cobra una enorme dimensión por dónde andaba la cabeza del Bebe: sin duda que asumiendo desafíos del presente, pero sobre todo pensando en los grandes desafíos del futuro.
Ahora bien, todo esto que relato se queda corto si no hablamos de la ética de Raúl, de la que mucho nos hablaban otros compañeros que habían compartido con él otra coyuntura del país y del mundo, muy distinta a la que nos tocó a nosotros.
Se rescataba de él su sobriedad y su inclaudicable obsesión por practicar una absoluta coherencia entre lo que se predica y lo que se hace; algunas de estas cosas se le notaban en sus modos y sobre todo en su mirada.
Hace tiempo, Henry Engler decía en una entrevista que el Bebe era un prototipo del “hombre nuevo”, ya que era una expresión cabal del imperativo categórico de Kant, que sostiene que debemos actuar pensando que nuestros actos se pueden convertir en una ley universal. Y yo agrego otro imperativo que establece que un acto es moral si consideramos a otro ser humano como un fin en sí mismo, y no como un medio para alcanzar un fin.
El Sendic que yo conocí expresaba a cabalidad estos principios éticos. En una época en la que todo se relativiza, en la que la política está en cuestión por apartarse entre otras cosas de estos principios, en la que la integridad cotiza a la baja en un mercado en el que todo se compra o se vende, recordar a Sendic no sólo es una obligación, es un legado.
Marcos Otheguy es senador del Frente Amplio