En un mundo cada vez marcado por la incertidumbre, la nueva utopía de la transparencia se transforma en un motor más del desencanto que supuestamente esperaba conjurar.
A partir de la caída del socialismo real, en algunas exrepúblicas del Pacto de Varsovia se instala el relato y las acciones políticas para equiparar los crímenes del nazismo con los del comunismo.
Lo peor de estos enfoques simplificadores de la dimensión moral sería cuando se individualizan los escándalos y se minimizan las condiciones estructurales que los hicieron posibles.
Debemos comprender colectivamente que hay límites, que el medio ambiente debe ser preservado con urgencia, que resulta más que razonable que ciertas zonas busquen ser resguardadas de por lo menos algunos comportamientos y prácticas invasivas y depredatorias.
Estas dinámicas autorreferenciales o centradas en la lucha por el poder lo que están provocando cada vez más es el aumento del descreimiento y la desconfianza de los ciudadanos.
La sociedad mercadocéntrica en la cual vivimos no sólo ha profundizado las desigualdades, sino que termina vaciando el debate público de cualquier perspectiva moral en temas relevante
Este descreimiento que crece día a día en la política y en las instituciones que heredamos de la ilustración alimenta el descreimiento y el crecimiento de alternativas “políticas” mesiánicas o autoritarias.
Si, como se puede observar, la calidad de nuestra democracia comienza a ser amenazada, no habría tarea más relevante para los próximos años que la construcción de un gran frente político y social en su defensa.