“Todo estallará en cualquier dirección
nada quedará que puedas mejorar
los vientos del mundo han cruzado umbral
Y han volcado el orden del alma”
Leonard Cohen

El resultado de las recientes elecciones en Argentina nos lleva inmediatamente a imágenes de un futuro distópico como el que nos pinta la canción de Cohen. O, si nos proponemos ser menos catastróficos, parecería ser como señalara Víctor Hugo en su obra Los miserables con relación a la revolución de 1848 en Francia: una rebelión del pueblo contra sí mismo.

Lo cierto es que cada vez resulta más complejo, por no decir imposible, predecir lo que va a pasar pasado mañana. Las especulaciones –ya que difícilmente se les pueda llamar análisis– viran de un extremo a otro, más motivadas por estados de ánimos o simplemente deseos que por razones medianamente fundadas.

Cuando los acontecimientos se presentan generalmente lo que predomina como reflexión es “no lo vimos venir”, mucho más en el pensamiento de izquierda que en los de derecha.

Ahora bien, si, como buena parte de la “inteligencia” reflexiona, nos encontramos transitando un cambio de época, es muy probable que nuestras maneras de entender los acontecimientos y las prácticas políticas deban intentar no caer en lugares “confortables” por trillados y conocidos.

“Es fascismo”

Señalar a estas nuevas derechas como fascistas o neofascistas puede terminar siendo una de esas explicaciones confortables por conocidas, pero que realmente nada explica sobre estos nuevos fenómenos.

Como sostiene Martin Mosquera en un artículo publicado en la revista Jacobin el 17 de noviembre, el fascismo es un tipo particular de reacción autoritaria, que tiene la capacidad de unificar una política reaccionaria con un movimiento de masas.

Sin esa fuerte movilización de masas, sin esa “electricidad moral” que se sustancia en la calle o en la plaza, el fascismo no se produce.

Por otra parte, el fascismo logró desplegar una gran autonomía política y estatal. La idea de que fue fundamentalmente en el período entre guerras la respuesta del gran capital para frenar la revolución obrera, ha sido en gran medida descartada.

Este debate, que tiene todas las características modernistas propias del siglo XX, no termina de dar en el blanco para comprender la dinámica posmoderna de este capitalismo tardío.

Lo que parece estar operando es una radicalización del proceso de individualización en la sociedad y el abandono de lo público por sectores cada vez más grandes de la población.

En los países democráticos, donde el voto sigue siendo obligatorio, se podría estar dando una especie de “delegación radical” de la gestión de los asuntos comunes de la sociedad.

La mercantilización creciente de todos los aspectos de la vida humana llega a la política y esta se convierte en una especie de exhibidor donde los “clientes”, antes ciudadanos, cambian a sus representantes como de marca de detergente. Un porcentaje cada vez más grande de ciudadanos elige porque no tiene más remedio, para volver a recluirse en su círculo individual, hedonista, de consumo.

Jacques Derrida en Los espectros de Marx advertía que la relación entre deliberación y decisión y el funcionamiento de los gobiernos ha cambiado; no solamente en sus condiciones técnicas, su tiempo, su espacio y su velocidad, sino también en su concepto. El político se convierte cada vez más, casi de manera exclusiva, en un personaje de representación mediática y el político “profesional” conforme al antiguo modelo tiende hoy a resultar estructuralmente incompetente.

Es que en buena medida es el propio poder mediático el que acusa, produce y amplifica la “incompetencia” de los políticos tradicionales. Y no es que muchas veces esta incompetencia pueda ser real, sino que las dificultades de gobernar democracias cada vez más complejas en un mundo globalizado no terminan de ser comprendidas ni abordadas.

Las “nuevas derechas” o simplemente las derechas agiornadas al capitalismo tardío y su modelo de radicalización de las desigualdades, que no se proponen más que gestionar este statu quo, parecen moverse como pez en el agua en esta coyuntura.

El poder legítimo que recibía el “político tradicional” del antiguo espacio político (parlamento, partidos, asambleas, etcétera); parece ser sustraído por el espacio mediático y lo obliga a convertirse en una simple silueta, sino en una marioneta en el teatro de la retórica televisiva.

Los ejemplos de Donald Trump y el propio Milei parecen ser muy consistentes con este enfoque.

Posmodernidad y capitalismo tardío

Frederic Jameson sostiene en Valencias de la dialéctica que el capitalismo tardío o tercer estadio del capitalismo –globalizado, posmoderno, posfordista, que comienza su auge con los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher– se podría definir como la incorporación de todas las dimensiones de la vida humana al proceso de mercantilización.

La posmodernidad en tal sentido se presenta como una etapa histórica del capitalismo que lo incluye todo, desde el trabajo a la forma que se construyen los pensamientos y las fantasías en las cabezas de la gente.

Los anhelos de todos por ser parte de este mercado mundial en buena medida es reforzado por los circuitos de información global y por el entretenimiento (principalmente de Hollywood y la televisión norteamericana), que no sólo refuerzan los estilos internacionales consumistas, sino que, además, lo que es más importante, bloquean la formación de culturas autónomas y alternativas basadas en valores y principios diferentes.

En la posmodernidad y la globalización reina el mercado y la razón cínica (muchas personas son conscientes de la gravedad de los acontecimientos pero no están dispuestos a hacer nada para modificarlos).

Stuart Hall habla de un “combate discursivo” como la modalidad primaria en la que las ideologías son legitimadas o deslegitimadas. La saturación de la cultura del consumismo fue a su vez acompañada de la deslegitimación de conceptos como el nacionalismo, el Estado de bienestar, los derechos económicos y el socialismo. A todo esto la razón cínica lo considera cada vez más como quimeras, sepultadas por el “fin de la historia”.

En la posmodernidad y la globalización reina el mercado y la razón cínica (muchas personas son conscientes de la gravedad de los acontecimientos, pero no están dispuestas a hacer nada para modificarlos) desmontando todo sentido de camaradería y solidaridad.

La razón cínica también instalaría una especie de fe instintiva en la banalidad de todas las formas de acción o praxis, y un desánimo milenario que no puede explicar la adhesión apasionada a una variedad de otras soluciones sustitutivas y alternativas, muy notablemente el fundamentalismo y el nacionalismo religioso, pero también toda la gama de intervenciones apasionadas en iniciativas y acciones locales y en políticas enfocadas en una única cuestión.

Otro aspecto central de este capitalismo tardío para Jameson resulta de la centralidad de la tecnología, que se presenta como el logo cultural o código preferido por este tercer estadio del capitalismo, el modo que le gustaría que pensáramos sobre él. En tal sentido resulta clave distinguir entre esta apariencia tecnológica, que por supuesto es un fenómeno cultural, y la estructura socioeconómica del capitalismo tardío que todavía se sigue correspondiendo con los análisis realizados por Marx en el siglo XIX.

¿El proyecto Argentina?

Son varias las investigaciones que señalan que Estados Unidos asumió el golpe de Estado contra el gobierno de Salvador Allende como una prioridad.

Ya en 1955 el Departamento de Estado estadounidense puso en marcha el “Proyecto Chile” para la formación de economistas chilenos en la Universidad de Chicago.

Es así que la dictadura de Pinochet se propuso transformar la relación entre Estado, economía y sociedad. Los “Chicago boys”, formados por el economista Milton Friedman, se propusieron y lograron de la mano de una criminal dictadura militar impulsar su plan de reformas basado en la reducción drástica del empleo estatal, la eliminación de varios organismos del Estado, y la privatización de la salud, la educación y las pensiones.

Los resultados son conocidos y los procesos posteriores también.

Si se analizan las propuestas del presidente electo argentino, las similitudes son obvias, pero el contexto no.

Como se señalara anteriormente, la posmodernidad y el capitalismo tardío (pos-caída del socialismo real) vienen configurando un nuevo mundo, podríamos decir un cambio de época.

Las distintas dimensiones de este cambio de época resultan inabarcables e innecesarias para los propósitos de este artículo, pero sí resulta necesario y de manera sintética esbozar algunas.

Los estados nacionales parecen estar en una crisis permanente, ya que son cada vez más ineficaces para abordar de manera integral los principales problemas contemporáneos.

Si señalamos algunos de los principales, como pueden ser el cambio climático, la profundización de las desigualdades, los problemas migratorios, el crimen organizado, el endeudamiento, etcétera, parecen inabordables a escala nacional.

Pero como contraparte de esta realidad, enfrentamos la mayor crisis del multilateralismo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. En este escenario lo que sí parece consolidarse cada vez más es el poder de las grandes corporaciones. Es más, parecería que estas intentan asumir de manera decidida la gobernanza global.

Esta dinámica es muy consistente con la radicalización de las posturas contra el Estado y contra lo público, que las derechas “libertarias” y ultraliberales vienen enarbolando.

Estas grandes corporaciones vienen dominando áreas estratégicas como lo son las nuevas tecnologías, la inteligencia artificial y las comunicaciones, a la vez de construir una burocracia transnacional jamás vista en la historia.

Si seguimos este razonamiento, el triunfo político del primer proyecto “libertario” de derecha parece ser el complemento ideal del “gobierno de las corporaciones”.

Conviene recordar que entre las primeras felicitaciones recibidas por Milei se encuentra la de Elon Musk, quien ya ha anunciado importantes inversiones en la región.

No te rindas

Las consecuencias de este modelo ultraliberal son más que conocidas, no hará más que profundizar la desigualdad y la exclusión de grandes sectores de la población.

Pero parecería por lo menos aventurado especular con que el agravamiento de las condiciones de vida de vastos sectores populares pueda provocar algún tipo de “interrupción” al gobierno recientemente electo.

Ni la indignación ni el espontaneísmo de las masas tienen la capacidad de frenar estos procesos, sin un proyecto o programa político que logre interpretar sus necesidades y anhelos. Y en el caso de Argentina el proyecto político que se propuso representar lo “popular” fue decepcionante en varias dimensiones, siendo en buena medida el principal responsable de la situación actual.

En el mundo son varios los ejemplos en la misma dirección, desde las primaveras árabes, Occupy Wall Street o los chalecos amarillos; parece más factible, como dice Mark Fisher, imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo.

Como lo demostró la elección en Argentina, parece que la derecha comprendió lo que antes la izquierda practicaba: una campaña electoral no es sólo una instancia para juntar votos, sino para generar conciencia política.

La derecha entonces se aboca a construir mayorías sociales conservadoras, asumiendo que los votos luego “caerán” solos. Inclusive, aunque se gane la elección, si la derecha es la que pone el marco político e ideológico en el que se enmarca la campaña electoral, se habrá perdido.

Derrida, en la obra ya citada, sostiene que hay un espíritu del marxismo al cual no está dispuesto a renunciar. Es más bien cierta afirmación emancipatoria y mesiánica, cierta experiencia de la promesa que se puede intentar liberar de toda dogmática e, incluso, de toda determinación metafísico-religiosa, de todo mesianismo. Y una promesa debe prometer ser cumplida, es decir, no limitarse sólo a ser “espiritual” o “abstracta”, sino producir acontecimientos, nuevas formas de acción, de prácticas, de organización, etcétera.

Las campañas electorales en países democráticos y con voto obligatorio tienen el efecto de sacar a amplios sectores de la sociedad de su aislamiento hedónico consumista y, por un rato nomás, prestar atención a la política.

Es la oportunidad de poder salir de lugares comunes, promesas fáciles y difíciles de concretar, e instalar un debate de ideas que siembre esperanza sobre un futuro, que no sea la triste repetición de nuestro presente. Generar conciencia de que una nueva realidad requerirá transformaciones profundas y estructurales, y la izquierda tendrá que tener (como repite y ejemplifica Pepe) una absoluta coherencia entre lo que predica y lo que practica; sin ello, toda victoria electoral terminará siendo una victoria pírrica.

Marcos Otheguy es integrante de Rumbo de Izquierda, Frente Amplio.