Este fin de año sin duda que ha resultado atípico; nunca disfrutamos de un mundial en esta época del calendario. Y si algo nos faltaba para quedar inmersos en la celebración del fútbol, el destino, pero sobre todo el juego, llevó a nuestros más cercanos vecinos a lo más alto del podio mundialista.

Hace unos días el periodista Alejandro Fantino le realizaba una entrevista a uno de los pensadores más lúcidos del Río de la Plata: Alejandro Dolina. Y le preguntaba si puede ser posible que todos los problemas graves y profundos que sufre el pueblo argentino queden prácticamente “suspendidos” por un partido de fútbol.

Después de meditar unos segundos, Dolina respondió: sin ilusión, el fútbol no sirve más.

Para fundamentar su respuesta citó al poeta, crítico y filósofo romántico inglés Samuel Taylor Coleridge, quien sostenía que para disfrutar del hecho artístico hay que tener fe poética y suspender la incredulidad. La traducción de esto resulta bastante lógica y simple: el actor que observamos sobre el escenario no muere de verdad ni es el rey de Dinamarca, pero para disfrutar de la obra, del hecho artístico, hay que suspender la incredulidad y creer por un momento que sin duda es el rey de Dinamarca.

Por tanto, si uno concurre al teatro, o al cine, y Dolina agrega a un partido de fútbol, hay que suspender la incredulidad, entregarse a la fe poética y creer que un gol de Messi nos va a hacer la vida un poco mejor. Y en la medida que lo creamos es probable que así suceda, ya que la vida está compuesta de ilusiones.

Las celebraciones en Buenos Aires mostraron la mayor concentración popular de la historia de ese país; dicen que más de cinco millones de personas esperaron sin incredulidad poder saludar a su selección.

No hace tanto tiempo la política y los partidos políticos también lograban alumbrar esperanzas y movilizar a la sociedad, pero parece que esto se debilita cada vez más.

El filósofo español Daniel Innerarity en su libro “La política en tiempos de indignación”1 sostiene que la mayor amenaza para nuestras democracias es que la política se convierta en algo prescindible, ya que habría poderes bien concretos que intentan neutralizarla, pero también a la disolución de la lógica política frente a otras lógicas invasivas, como la económica o la mediática, que tratan de colonizar el espacio público.

En estos tiempos de incertidumbre el debate político se presenta ante la sociedad cada vez más como un diálogo de sordos, polarizado, muchas veces irrelevante o muy alejado de los principales problemas de las personas.

Los intercambios se moralizan y sobredimensionan, se pone el foco en la descalificación del otro buscando socavar su probidad, cuando lo que parece estar horadando a las democracias, más que la corrupción, es la mala política.

Estas dinámicas autorreferenciales o centradas en la lucha por el poder lo que están provocando cada vez más es el aumento del descreimiento y la desconfianza de los ciudadanos.

“El antagonismo ritualizado, elemental y previsible, convierte a la política en un combate en el que no se trata de discutir asuntos más o menos objetivos sino de escenificar unas diferencias necesarias para mantenerse o conquistar el poder”.2

Lo que parece estar sucediendo es que estas dinámicas autorreferenciales o centradas en la lucha por el poder lo que están provocando cada vez más es el aumento del descreimiento y la desconfianza de los ciudadanos. Tal es así que varios analistas sostienen que en los procesos electorales más recientes, los pueblos, más que elegir nuevos gobernantes, rechazan a quienes los gobernaron.

Parece bastante claro que nos encontramos en un momento histórico trascendente; más que a una época de cambios, nos enfrentamos a un cambio de época.

Si hay momentos trascendentes para alcanzar algunos acuerdos que permitan reducir la desesperanza o la incertidumbre, este parece ser uno de ellos. Y el costo de no tener la capacidad de fijar un rumbo plural e inclusivo puede ser demasiado alto, sobre todo para aquellos que más necesitan del amparo del Estado y de sus gobernantes.

Las sociedades que se polarizan difícilmente tengan la capacidad de transformarse y de estar a la altura de los desafíos de este tiempo.

Volviendo al inicio de la nota, esto implicaría recobrar la capacidad de tener fe poética, y que la política y los políticos desarrollen debates provechosos y honestos sobre las posibles soluciones a los principales problemas que tienen nuestros ciudadanos, volver a lograr que la política ilusione y por sobre todo tenga la capacidad de generar propuestas que den esperanza.

Marcos Otheguy es dirigente de Rumbo de Izquierda, Frente Amplio.


  1. Daniel Innerarity. La política en tiempos de indignación. Editorial Galaxia Gutenberg. Barcelona 2020. Página 21. 

  2. Ibídem. Página 142.