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Sobre la golpiza a un joven que rapiñó: Breaking Bad o el derecho a convivir en paz

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La brutal paliza, con submarino incluido, bien publicitada, que gente “bien” como “nosotros” le propinó a un joven que rapiñó, mal, unos pesos, muestra que nuestra sociedad corre el riesgo de degradarse paulatinamente. Breaking Bad (2008-2013) es una serie, con éxito insólito, que puede ser un espejo donde mirarse.

El personaje central es un tímido y humilde profesor de Química que, aprovechando su conocimiento, se convierte en fabricante de metanfetaminas. Luego, en narcotraficante. La degradación progresiva del profesor Walter White no tiene límites. Una vez en la pendiente, nada lo detiene: miente, asesina, monta una red de tráfico, comete atrocidades. Lo hace “por el bien y el futuro de su familia”. Tiene cáncer, va a morir y quiere dejarles un futuro. Además, ha sido un hombre gris y sin coraje que ahora se destapa. La serie muestra cómo personas “como nosotros” cometen pequeñas, medianas y grandes corruptelas. Es casi inevitable la identificación con esos seres: “nosotros” podemos terminar igual que “ellos”. Es complicado.

En relación con un artículo de El Observador, que oficia como defensor de la corporación de escribanos, algunos de ellos siempre reacios a colaborar con las medidas antilavado, Martín Vallcorba, coordinador de Inclusión Financiera del Ministerio de Economía y Finanzas, reaccionó en Twitter: “¿Se está reclamando el “derecho” de hacer negocios simulados? ¿de documentar una donación como una venta? ¿Se está defendiendo que un escribano certifique una operación en la que se dice que se recibió cierta cantidad de dinero que sabe que no existió?”.

Vamos a ponernos de acuerdo: si se trata de combatir el crimen organizado (que gira no sólo en torno a las drogas), no se hará sólo mediante el ataque a las bocas de venta. Se corta también, y en forma más inteligente, atacando los mecanismos de lavado de activos. El mercado regulado del cannabis, tan vilipendiado y tan poco defendido, ha tenido al menos un mérito: más de 30.000 usuarios ya no concurren a las bocas. Con respecto a las rapiñas y sus productos es inevitable razonar que la receptación (compra de cosas robadas) efectuada por gente “bien”, “nosotros”, realimenta las rapiñas de “ellos”. Se podría decir que la mayoría de nosotros somos honestos y trabajadores. Promover la cultura de la paz es impedir que nos envilezcamos y asumir que el miedo no puede ser la palanca para generar más violencia. Que podemos ser protagonistas para disminuir la inseguridad.

La promoción de la cultura de la paz

Un encare serio del tema de la seguridad ciudadana debe abarcar las diversas violencias que se han desatado en nuestra sociedad. Sin renunciar a aplicar la ley, tener una mirada más equitativa sobre cómo, cuándo y por qué se extendió la sed incontrolable de hacer guita con lo que venga.

La coordinación de múltiples agencias del Estado es imprescindible. Es necesario dejar de centrar en la Policía un tema complejo que la supera. Es evidente que el fenómeno de las violencias es más abarcativo. Una política criminal (que sigue ausente, entre otras cosas, porque no se reconoce su ausencia) tiene componentes a analizar que superan la necesaria aplicación de la ley penal.

Investigar el fenómeno del crimen sigue siendo un desafío. Supone una actitud responsable. No pasarse facturas recurriendo a datos sesgados que fungen como coartadas más que como explicaciones racionales.

Nicolás Trajtemberg dijo el 5 de agosto, en entrevista con El País: “El problema de la izquierda es que no hay una comunicación clara. La delincuencia y el crimen han aumentado, de eso no hay dudas, y no hay un relato de hacia dónde se va. Por otro lado, hay una derecha, muy oportunista, que sólo plantea un camino de incremento de costos penales pero desde la deshonestidad. ¿Por qué desde la deshonestidad? Porque es un camino que no es bueno, que es costoso y [por el] que además habría que decirle a los ciudadanos: ‘Miren: queremos reducir el crimen y proponemos aumentar las penas. Pero está claro que aumentar las penas sólo en leyes no cambia nada. A lo sumo puedo acelerar los tiempos de captura y de procesos, pero para eso necesito millones de dólares destinados al Poder Judicial, millones a la Fiscalía, millones a la Policía. Y para eso le tengo que aumentar los impuestos o perjudicar a la salud, a la educación’”. Es un planteo serio y honesto. De un académico que piensa y aporta críticamente lo suyo.

Ciudad Gótica: cómo combatir bandidos en campaña electoral

En el polo opuesto, asistimos atónitos al lanzamiento de la candidatura a la diputación del ex fiscal Gustavo Zubía. Tiene ribetes góticos. De Ciudad Gótica. Pretende emular a Batman: solución rápida y furiosa ante aquello que los tontos frutillas no nos damos cuenta o no tenemos el valor de enfrentar. Recórcholis. En entrevista con Búsqueda, planteó algo de lo poco que se parece a una propuesta: “Le llevé un proyecto a [el comandante en jefe del Ejército, Guido] Manini Ríos que proponía que los formalizados sin prisión, en lugar de mandarlos a alguna escuela [...] recibieran algún tipo de formación en el Ejército, no bélica, nada de armas ni otras yerbas. Formación militar en algún tipo de regimiento donde el individuo vaya a cumplir horario, realizar tareas de organización, de trabajo [...] Mando. Disciplina militar”. ¿Y si los jóvenes “ni-ni” se resisten a quedar encerrados en un regimiento? ¿Si quieren fugarse? Recurrir al Ejército para sustituir cárceles de adultos y menores infractores que no han funcionado es sencillamente una burrada. Recurrir al viejo mito conservador sobre la disciplina puede juntar algún voto. No soluciona nada. Como todo enunciado, tiene efectos. Envilece las pulsiones más primarias de ciudadanos y ciudadanas que tienen miedo, y de alguna manera acumula violencia. El entrenamiento militar no incluye en sus manuales teoría y práctica de tacho, picana y plantón. Pero desgraciadamente ha sido la herencia maldita en códigos y valores que impunemente han contagiado nuestra convivencia. No es una buena base para la disciplina moral.

Hay antecedentes de entrenamiento militar a civiles por parte de las Fuerzas Armadas. En 1969 el gobierno colorado militarizó a todos los funcionarios bancarios que eran llevados desde sus trabajos a los cuarteles. El 2 de octubre de 1969 falleció a causa de un ataque cardíaco el bancario Carlos Alberto Cánepa, de 42 años.

Convivir en paz es un desafío urgente. Salvo para quienes, emulando a Primo de Rivera, fundador de la Falange, siguen creyendo que “a última hora, siempre ha sido un pelotón de soldados el que ha salvado a la civilización”. El histrionismo electoral, con alardes de porte de armas, no reúne estatuto para el debate. Aporta poco y ensucia todo. En realidad, se parece más a otro personaje de Ciudad Gótica: el Guasón. Tiempo atrás, un viejo luchador, cuando alguno alardeaba con los fierros, recomendaba sabiamente: limale la mira.

Milton Romani es licenciado en Psicología y fue secretario de la Junta Nacional de Drogas.

Errata

Recibí una llamada del general Pedro Aguerre Albano, quien en términos amables y fraternales me indicó que hay una imprecisión en mi nota del 9 de agosto. Ahí se afirma: “El 2 de octubre de 1969 falleció a causa de un ataque cardíaco, en el Regimiento Nº 9 de Caballería, el bancario Carlos Alberto Cánepa, de 42 años”.

Me dice que él era el jefe de la unidad en esos días, cuando recibió más de 300 bancarios por el decreto de militarización. Se sintió en la responsabilidad de aclarar que su conducta fue correcta. Que este funcionario se sintió mal e inmediatamente lo trasladó al Hospital Militar, donde se negaron a atenderlo. Cuando volvió, y como seguía mal, lo trasladaron nuevamente y, a riesgo de ser sancionados, enérgicamente dijeron que lo iban a dejar en Emergencia y que lo tenían que atender. Carlos Alberto Cánepa falleció días después en el Hospital Militar y no en el Regimiento.

Agradezco su llamada y me honra la amistad con el general Pedro Aguerre Albano, con quien compartí diez años en la Comisión Especial de Defensa del Frente Amplio que presidió el general Víctor Licandro. Me honra darle trato de general, grado al que accedió por ascenso en reparación de los militares destituidos y, en su caso, luego de 11 años de prisión. Mis disculpas del caso por la imprecisión que induce a atribuirle responsabilidades que no le corresponden.

Milton Romani

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