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Gerontocracia: no son ellos, somos nosotros

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José Mujica estuvo presente cuando su amigo Daniel Vidart recibió el Gran Premio a la Labor Intelectual del Ministerio de Educación y Cultura, el miércoles 19, y un periodista aprovechó la ocasión para preguntarle cómo tomaba las encuestas de opinión que lo ubican como una de las figuras políticas más simpáticas para los consultados y preferidas para la candidatura a la presidencia entre los frenteamplistas. El ex mandatario respondió, risueño, que es difícil entender a este país, una “gerontocracia” en la que “hablan de renovación y después apuestan a los viejos”. Puso como ejemplo, además del propio, que “el Partido Colorado levantó” con el regreso a la actividad sectorial, a los 82 años, de Julio María Sanguinetti (algo que está por verse, ya que los colorados rondan el 10% de intención de voto). De todos modos, Mujica reiteró que él ya tiene tomada la decisión de no ser candidato.

Gerontocracia es, según la Real Academia Española, el “gobierno o dominio ejercido por ancianos”. La situación en Uruguay no corresponde de modo estricto a esa definición, pero se acerca bastante a ella. Incluso si tomamos con pinzas, como corresponde, los resultados obtenidos por las empresas encuestadoras, que en los últimos tiempos han afrontado serias dificultades para evaluar con acierto la opinión pública. Tenemos un presidente de 78 años, y anteayer fue noticia que una persona de la misma edad –el ministro de Economía y Finanzas, Danilo Astori– anunciara que decidió abstenerse de participar en la competencia por la sucesión de Tabaré Vázquez. Y no es porque a Astori le parezca problemática la perspectiva de un mandato que terminaría con casi 85 años, sino porque los sondeos de opinión le son adversos, pese a que es uno de los mayores responsables de que el Frente Amplio haya ganado tres elecciones nacionales consecutivas y mantenga una importante chance de triunfar otra vez el año que viene.

Hay quienes sostienen que, con las actuales tendencias al aumento de la expectativa de vida, la permanencia de la tercera edad en los primeros planos políticos no es por sí misma un problema, y que en todo caso cabría preocuparse por el hecho de que no aparecen figuras capaces de desplazar a la vieja guardia. Es indudable, sin embargo, que la edad avanzada implica dificultades para adecuar el pensamiento a los acelerados cambios del país y el mundo, pero vale la pena profundizar un poco acerca de los motivos por los que no se percibe que haya figuras de relevo potentes.

La visibilidad, el prestigio y la construcción de liderazgos en escala nacional no son sólo producto de la excepcionalidad de algunas personas, ni del aporte que pueden realizar los especialistas en marketing electoral. Los altos dirigentes son, en importante medida, el resultado de esfuerzos colectivos; aunque parezca que su propia grandeza los eleva sobre una multitud para guiarla, al mirar más de cerca se ve que son levantados en andas por mucha gente organizada y tenaz. En ese sentido, el declive de la participación política tiene bastante que ver con la ausencia de renovación.

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