Además del triunfo de la coalición de derechas el domingo 24, es importante resaltar el final con empate técnico que abrió una coyuntura diferente a la temida por unos y esperada por otros. Los fenómenos son multifactoriales. Por eso no hay que buscar las razones de ese empate solamente en el video de Guido Manini Ríos, ni exclusivamente en el enorme crecimiento de la militancia, ni en la fórmula; fueron más y muchas las causas.
El contexto internacional conformó, sin duda, el escenario electoral más difícil de los últimos años. La avanzada coordinada de la derecha a nivel internacional, las movilizaciones populares con saldos de muertes y lesiones graves en Ecuador, Chile, Bolivia y Colombia, la cacería de dirigentes en Bolivia, el tiro al blanco practicado por los carabineros chilenos, con el resultado de cientos de militantes con lesiones oculares graves, fueron algunos de los sucesos que enmarcaron el proceso electoral uruguayo. Al mismo tiempo, hay que agregarle el uso generalizado de las redes, no ya como un ágora de intercambio de ideas, sino como el conjunto de herramientas para manipular la opinión de la gente. Estos recursos fueron utilizados por los partidos de derecha a lo largo y ancho del globo, junto al control de los grandes medios de comunicación, que machacaron su versión de la vida y el mundo. Y por último, los golpes de Estado a presidentes democráticamente electos como Dilma Rousseff o Evo Morales imprimieron a la coyuntura una sensación de destino insoslayable. Aun ahora, con los resultados a la vista, lo que sucede en otros países sigue siendo percibido como un plan orquestado para la destrucción de los progresismos del continente.
En ese sentido es necesario enriquecer el nivel de los debates. Las críticas a la coalición multicolor deben ser en lo que corresponde, sin sumarnos a la banalización que llevaría a una oposición superficial. De hecho, nosotros también somos una coalición, y lo que la derecha hizo fue aprender de nosotros. En la estructuración y en las estrategias. Critiquemos sus políticas y evitemos la superficialidad.
La incursión de Cabildo Abierto en la política nacional es uno de los componentes más riesgosos del nuevo período, que puede tener como consecuencia la derechización del proceso en base a lógicas militares y con consecuencias militares. Si la guerra es la continuación de la política por otros medios, nuestro papel es evitar la continuación de viejas oposiciones militaristas por medio de la política.
El rol de las encuestadoras fue un factor activo para la desmoralización de la militancia toda, tanto de la dirigencia como de la militancia de base. No es la primera vez que sucede; sin embargo, la escasa diferencia entre uno y otro candidato deja planteada la duda de qué hubiera pasado si las agencias no nos hubieran convencido de que perdíamos. Es muy probable que hubiéramos podido repechar un poco más.
Simultáneamente, la militancia frenteamplista deconstruyó los prejuicios de su dirigencia en lo que refiere a la participación. Una vez más demostró madurez para evaluar la coyuntura y actuar en consecuencia. El conjunto del Frente Amplio (FA) debe reconocer este fenómeno y aprender de él para reconformar una fuerza política capaz de encarar los nuevos tiempos con unidad. Los colectivos recientemente creados, los comités, las redes, viejas y nuevas formas de organización se potenciaron mostrando una capacidad de delinear estrategias electorales. Hubo a lo largo de estos 15 años un traslado de saberes y compromisos a los trabajadores que implementaron los programas del FA en cada una de sus áreas. Nadie mejor que las y los arquitectos para enumerar todas las obras edilicias que se habían realizado, nada mejor que las y los trabajadores de la salud para relatar cómo se había implementado el Sistema Nacional de Salud, nada más elocuente que las y los trabajadores de la cultura para reconocer la recuperación de teatros en todo el país y las políticas impulsadas por el Ministerio de Educación y Cultura, que permitieron a cientos de artistas, por primera vez, vivir de su trabajo.
Durante estos años, la movilización popular dio muestras de reservas morales y de energía que el FA no supo o no pudo articular con su propio accionar político en la base y en los territorios.
Los avances programáticos en estos 15 años han creado, en algunos aspectos, una nueva cultura en el pueblo uruguayo, a tal punto que la coalición de derechas se vio obligada a prometer que no habría retroceso en la agenda de derechos. Lejos de pensar que sólo hubo mejoras económicas, debemos reconocer que se hizo un proceso de enseñanza-aprendizaje en materia de derechos reclamados por la sociedad, por ejemplo, por el feminismo y la comunidad LGTBI, y reconocidos y legislados por los gobiernos frenteamplistas, que implicó un cambio cualitativo de relevancia para la sociedad uruguaya actual. En ese plano, logramos, en parte, lo que nos propusimos: que los valores impulsados se convirtieran en cultura. En otros campos, por el contrario, el FA no logró evitar que la derecha reconstruyera un relato en el que ella no aparecía como responsable de la crisis del 2002 y las percepciones de grandes sectores de la población evolucionaron hacia valores más conservadores. No pueden subestimarse a futuro las campañas orquestadas, con muchos recursos y respaldos internacionales, para promover el miedo, la xenofobia, la aporofobia, el odio al feminismo y a la izquierda.
Hubo errores de la presentación electoral, básicamente porque se pensó que el quid era ganar votos de centro y que para eso se debía empatizar con el ciudadano medio que valora a la persona trabajadora, exitosa incluso a contracorriente, y buena gestora. Ofrecer certezas fue el leiv motiv de la presentación electoral. Y tener un candidato que pudiera hacerlo. Una de las debilidades de esa estrategia fue que no generaba empatía con las grandes mayorías de trabajadores y trabajadoras, que son, por lo general, poco o nada exitosos, aunque se rompan el alma trabajando.
Los cambios en los comandos de las campañas dieron la imagen de una campaña errática. Sin embargo, hay que reconocer puntos altos: la Ola Esperanza consiguió levantar el estado de ánimo de los frenteamplistas, logrando niveles de movilización no previstos hasta ese momento, y el Voto a Voto supo dar en el clavo con las necesidades del discurrir de la campaña en el último período.
El desgaste de 15 años de gobierno, con escasa participación de la fuerza política en su rol pedagógico, como promotor de nuevas políticas y como agente de los cambios, se puso en tensión en este último período. Recordemos que las grandes convocatorias a la movilización popular durante estos años no provinieron del FA sino de las iniciativas populares: voto rosado, el No a la Baja y el No a la Reforma, las marchas del 8 de marzo y el 25 de noviembre, del 20 de mayo y la Marcha de la Diversidad. Durante estos años, la movilización popular dio muestras de reservas morales y de energía que el FA no supo o no pudo articular con su propio accionar político en la base y en los territorios.
Es necesario incorporar al análisis el rol que jugó la renovación generacional. Con los tres principales líderes en edad de no renovar su mandato, a diferencia de lo que ha sucedido en otros países de la región, el FA puso en la escena política a varios líderes y liderezas capaces de disputar la centralidad de la conducción política. Sin embargo, hay que reconocer que la construcción de nuevos dirigentes no es un proceso que se pueda realizar de un día para otro. Los liderazgos se cocinan a fuego lento y requieren tiempo. Nuestra militancia estuvo a la altura del desafío.
La cercanía entre militantes, ya sea de dirigentes como de las bases, y la población en su conjunto fueron las claves para lograr la votación del 24 de noviembre. Miles de mujeres y hombres y un enorme conjunto de jóvenes lucharon por el FA, por su proyecto de cambios, y pusieron en valor lo mucho que se había avanzado. El hipercriticismo idiosincrático uruguayo tuvo que rescindir su estoicismo y dejó lugar a una mirada más profunda y abarcadora de nuestra realidad, conscientes de que la fuerza política está conformada por personas diversas que quieren un mundo mejor.
Adriana Cabrera es escritora y fotógrafa.