Al mismo tiempo que se cierra el ciclo de gobiernos progresistas en Uruguay, aparece una investigación sociológica que describe las peripecias de las clases populares de distintos barrios de Montevideo. Mediante la coordinación de dos equipos de trabajo de la Universidad de la República y la Sorbona, Detrás de la línea de la pobreza, de Verónica Filardo y Denis Merklen, narra las condiciones de vida en contextos de alta vulnerabilidad y explora lo que el Estado hace para responder a la cuestión social. Una mirada profunda sobre las relaciones sociales de algunos segmentos de las clases populares se combina con un diagnóstico institucional de una parte del Estado social que libra a diario sus batallas en el territorio.
Hay una conclusión que mueve los hilos de todo el libro: a pesar de los grandes avances registrados en materia de desarrollo social durante los últimos 15 años en Uruguay, un número importante de personas todavía vive en condiciones inaceptables, y aunque las políticas sociales han llegado a ellas, no han podido sustentar trayectorias de salida de la pobreza. Esta conclusión de trazo grueso no debería soslayar que los dispositivos estatales de ayuda han sido esenciales para sostener la vida diaria de miles de familias. Frágiles, pero necesarios. Insuficientes para transcender una situación arraigada, pero imprescindibles como soportes básicos.
El estudio muestra cómo una parte del Estado social se moviliza, se aproxima para brindar ayuda y se focaliza en individuos y familias que requieren una intervención urgente. Bajo el principio estratégico de la “proximidad”, los operadores de los distintos programas del Ministerio de Desarrollo Social encarnan al Estado en el territorio y les ponen el cuerpo a las situaciones más difíciles. Casi siempre carentes de herramientas para responder en plenitud a las necesidades del otro, los operadores penetran en el espacio de la intimidad de las personas vulnerables y funcionan como bisagras entre dos mundos, el mundo de la precariedad y el mundo institucional.
Relatos, reflexiones y muchas situaciones de tensión pueblan las páginas de este libro. Todo adquiere una resonancia inequívocamente vivencial. Detrás de la línea de la pobreza es una investigación que sistematiza testimonios para comprender la importancia capital de los soportes que otorgan las políticas sociales. Pero la perspectiva del libro va más allá al advertir que el complejo entramado de lógicas institucionales a veces genera resultados no deseados. También reconoce que, a pesar de los grandes esfuerzos del Estado, hay asuntos decisivos que no han podido ser desplegados como se requiere. Por ejemplo, las políticas de vivienda son el componente del Estado social que reviste mayor debilidad. Por su parte, el trabajo estable y protegido está lejos de la realidad de muchos barrios pobres, y los esfuerzos, muchas veces inconexos, han tendido a reforzar la lógica del barrio sin garantizar la expansión de las fuentes principales de la integración social (trabajo estable y servicios públicos robustos).
La investigación da cuenta de una serie de tensiones. Al tiempo que las políticas sociales mejoran los lazos y los vínculos entre los participantes (esto puede observarse con claridad en el Plan Juntos), muchas veces los perturba y los inestabiliza. También la proximidad puede ser tanto cercanía como opacidad, articulación certera como intervención arbitraria. A pesar de los esfuerzos institucionales de coordinación e innovación, para la perspectiva de los beneficiarios los operadores no son más que personas concretas, portadoras o no de soluciones a sus problemas. De la misma forma, las políticas sociales intervienen en barrios en los que abunda el trabajo precario y en grupos sociales estructurados por relaciones de solidaridad localizadas. Los operadores de las políticas sociales lo saben, aunque casi siempre tienen que funcionar como si no lo supieran.
Pero más allá de descripciones y exploraciones –algunas de ellas de singular agudeza–, este libro se destaca por su punto de vista. Los autores impugnan las visiones predominantes de la pobreza como un conjunto de personas en una determinada situación o en un lugar indeseable del cual hay que ayudar a salir. En estas visiones, la pobreza aparece inmersa en un mundo sin relaciones sociales o políticas. Al contrario, el enfoque de la investigación adhiere expresamente a la noción de clases sociales: en efecto, detrás de la línea de pobreza lo que se halla es un segmento de las clases populares inserto en un espacio complejo de relaciones sociales.
La vida de los sectores más precarios de esas clases populares están atadas a formas de solidaridad en el territorio. El barrio es un espacio social denso, compuesto de intercambios, sentimientos y códigos que regulan la lucha por la supervivencia. En esos barrios lo que hay es trabajo precario, y sobre esa base se imponen las lógicas inmediatistas para obtener recursos. Las personas instaladas en la precariedad no saben de qué está hecho el mañana, no pueden proyectarse mínimamente, ni trascender el horizonte en el cual están inscriptas. No lo pueden hacer no por falta de visión, de ambición o por defectos de su voluntad, sino porque las condiciones de su mundo social no se los permite.
El mundo de la vida de la precariedad está marcado por las fronteras borrosas entre lo legal y lo ilegal, y sobre esas zonas de “distancia institucional” con la ley (y con los discursos de los “derechos”) discurren las peripecias de hombres y mujeres cuya energía sólo está puesta en sobrevivir. Hombres y mujeres que tienen que esperar sin mucha esperanza, y mientras lo hacen se desplazan de aquí para allá para apenas sostenerse. Trayectos de cuerpos que se gastan, rutinas aplastantes que socavan todas las relaciones. Cuando los hay, trabajos agobiantes y mal remunerados. Todos los días, el peso de los cuidados y trabajos domésticos, que afectan dramáticamente a las mujeres.
El gran mérito de la investigación de Filardo y Merklen es su perspectiva de análisis. Recuperan la densidad de la cuestión social en tiempos en los que predominan las lecturas de individuos sin responsabilidad, subculturas agobiantes y racionalidades malvadas. Recorren los barrios pobres de Montevideo observando y escuchando, aunque sin esa “ilusión empirista” que cree que la mera cercanía con la gente y sus problemas alcanza para entender el mundo social que habitan. Una sociología que vuelve por sus fueros y que invita a replanteos profundos luego de un tiempo de discursos que han vacilado ante la narrativa neoliberal. Una sociología cada vez más necesaria para afrontar los tiempos que vienen.