El presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO, para todos) está colaborando con la agenda antiinmigratoria de Donald Trump, contrariamente a lo que definió en su campaña electoral. Hoy acepta el regreso de migrantes que cruzan la frontera de Estados Unidos, para que hagan la solicitud de visado desde territorio mexicano. Bloquea, además, el acceso de grupos migrantes a los puentes internacionales, hace el listado de los solicitantes de asilo, para beneficio de las autoridades de Estados Unidos, y, por ejemplo, ya apoyó el retorno de 11.000 migrantes centroamericanos a sus países de origen.
En enero último, Estados Unidos emitió un protocolo de protección al migrante que establece el retorno a México de quienes cruzan la frontera, que el gobierno de AMLO acepta. The New York Times tituló su edición del 1º de marzo “El sorprendente nuevo aliado de Trump en México: el gobierno”. Las implicancias inmediatas de este viraje político del gobierno de AMLO es que mantiene un vínculo sin roces con el gobierno de Trump, por lo que se conserva una relación bilateral de profunda interconexión en materia de acuerdos comerciales e información compartida sobre seguridad fronteriza, crimen trasnacional y terrorismo. Asimismo, estos cambios en la política migratoria no tienen un costo político para AMLO, que no baja de una popularidad de 80%; el migratorio es un tema secundario a la preocupación predominante sobre los temas de trabajo, seguridad y corrupción.
Hoy, 11,3 millones de personas –casi 10% de la población mexicana– vive actualmente en Estados Unidos, y sus remesas, superiores a los 30.000 millones de dólares anuales, son por mucho la principal fuente de ingresos del país, según informó el canciller Marcelo Ebrard el pasado 28de febrero. El efecto económico positivo de estas remesas se da primordialmente en sectores de bajos ingresos y en pequeñas localidades del país. 48% de los mexicanos residentes en Estados Unidos es indocumentado y por lo tanto es el sector más débil, y su represión por la migra podría tener efectos económicos y sociales de gran impacto.
Pero la posibilidad de la represión y la negativa de AMLO a pronunciarse sobre “temas electorales internos” de Estados Unidos en sus diarias conferencias de prensa no alcanzan a explicar la modificación de su conducta, que proclama guiada por principios de transparencia y honestidad. La política migratoria mexicana obtuvo precisiones de este nuevo gobierno, principalmente respecto del trato preferencial que deben merecer los migrantes de parte de las autoridades consulares y de la subordinación de estas y su presupuesto a la prioridad de atender lo mejor posible al migrante. Este gobierno de AMLO firmó el Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular, de la Organización de las Naciones Unidas, pero la política migratoria mexicana es evidentemente una política en transición.
Se obtiene una mejor visión de conjunto si se incluye en el análisis del cambio en la conducta de AMLO respecto de la migración, los efectos previsibles del eje del plan de desarrollo de su gobierno, basado en lo que el presidente llama “tres cortinas” de emprendimientos. Al sur, centro y norte del territorio mexicano, se plantean emprendimientos que creen fuentes de trabajo y riqueza de modo que los mexicanos no deban migrar para lograr su sustento. En el sureste, 1.500 kilómetros de vías férreas, “el tren maya”, unirá cinco estados en un circuito turístico que atrae a diez millones de personas al año para visitar las muy importantes riquezas arqueológicas, y además llevará carga. Se sembrará un millón de hectáreas de árboles maderables y frutales y se construirán cientos, si no miles, de kilómetros de carreteras secundarias uniendo las capitales municipales; se las hará no de asfalto sino de concreto y con baja tecnología constructiva, de modo de crear la mayor cantidad posible de puestos de trabajo. Serán 80.000 trabajos creados en forma directa y otros 200.000 en forma indirecta, producto de una inversión de 4.000 millones de dólares. Y además se construirá una nueva refinería, en Dos Bocas, Tabasco. Esa cortina de actividad frenará con ofertas de trabajo la corriente migratoria centroamericana (y no sólo mexicana) que hoy busca el río Bravo.
En el centro del país, uniendo puertos en ambos océanos con una vía férrea a reparar de menos de 300 kilómetros que reduce a siete los al menos 16 días que implica llegar al canal de Panamá al tráfico marítimo del hemisferio norte, se hará un corredor industrial por empresas atraídas por las facilidades logísticas que ofrecen puertos sobre los dos océanos, y que abrirán una cantidad importante de fuentes de trabajo.
Y finalmente, sobre los 3.180 kilómetros de frontera con Estados Unidos desde que este se apropió de territorio mexicano en 1836, se hará una zona franca de 25 kilómetros de ancho, posiblemente la mayor del mundo, con una serie de beneficios: la reducción del IVA a la mitad, de 16% a 8%, la del impuesto a la renta en al menos un tercio (dependiendo de la escala de giro), el precio del combustible, electricidad y gas al mismo precio que está en EEUU (hoy eso significa reducir su costo a la mitad), y la duplicación del salario mínimo. La empleada de una maquiladora consultada por AMLO a la salida de su trabajo le informó –relató este—que trabajaba 48 horas a la semana por 180 dólares al mes. “Más salario es justicia y humanismo”, dijo AMLO. “Vamos a ir con gusto a los templos y a la iglesia, porque estamos cumpliendo con los mandamientos”.
El lenguaje de AMLO es el de un hombre que cree en la bondad intrínseca del ser humano. Descree, por ejemplo, de la posibilidad de que firmas mexicanas establezcan una sede formal en la zona franca para pagar menos impuestos. Haciéndolo –dijo en una de sus “mañaneras”, conferencia de prensa que hace los días hábiles a las siete de la mañana— “los evasores fiscales se van a sentir muy mal con sus familias, con sus hijos. Secundariamente, la evasión fiscal va a ser delito grave (y por lo tanto, no excarcelable), junto con el robo de combustible y la corrupción. Pero no creo que sea necesario ese castigo”.
Esa zona franca, para la cual ya está invitando no sólo a capitales privados, sino expresamente a los extranjeros (léase Estados Unidos), creará una enorme demanda de fuerza de trabajo que actuará de freno a la emigración hacia Estados Unidos. En opinión de AMLO, en un tiempo el vecino país estará solicitando mano de obra mexicana, porque la tendencia hacia el norte, que viene frenándose, se revertirá.