En 1964 el sociólogo Aldo Solari en su Réquiem para la izquierda se refirió al error de ciertos sectores intelectuales de la izquierda uruguaya que, según él, se empeñaban en criticar a los partidos tradicionales por apelar a las prácticas clientelísticas, entendidas como medios para influir en los procesos electorales.
A partir de los resultados de le elección del domingo 27, en la que el Frente Amplio (FA) sólo logró retener tres departamentos (Montevideo, Canelones y Salto), perdió tres (Paysandú, Río Negro y Rocha) y fue derrotado en los restantes (en algunos con una diferencia abrumadora), al igual que como ocurrió tras el balotaje, pueden leerse por estas horas comentarios en redes sociales de militantes frenteamplistas que cuestionan (en muchos casos duramente) a los ciudadanos del interior del país que no optaron por el FA en esta contienda. A 56 años de aquellas reflexiones de Solari, parece confirmarse la existencia de “cierto rasgo iluminista y aristocratizante que convive en una parte de la izquierda uruguaya”.
Durante la campaña hacia las elecciones departamentales fueron varias las denuncias (tanto en medios de prensa como en redes sociales) relacionadas con la compra de votos por parte del oficialismo a cambio de recibir canastas alimenticias. Esta poco digna “estrategia” no es de ahora, sino que precisamente responde a una práctica histórica que fue implantada varias décadas atrás por blancos y colorados. Hablamos de una estructura burocrática fuertemente ligada a la existencia de los caudillos locales que, tal como el autor decía, “la izquierda no logra entender” y que hoy sigue sin entender.
Es que en general, aun con 15 años de experiencia en el gobierno nacional, al FA le ha costado interpretar a la ciudadanía que habita más allá de Montevideo y Canelones. Al FA le ha costado entender e interpretar la cultura de la gente del interior, particularmente de localidades de “tierra adentro”, donde el Partido Nacional (PN) logró abrumadoras victorias en la mayoría de los municipios. Particularmente, desde el punto de vista de la gestión y la militancia, al FA le ha costado practicar lo que es altamente valorado por la ciudadanía de cientos de pagos del interior: la cercanía y presencia constante en los territorios. Más allá de lo indignante de cambiar canastas, favores y promesas por votos, la cercanía constante –ligada con la figura del caudillo– con los vecinos parece ser un factor de fuerte incidencia en la decisión de los electores. Incluso, con más peso que las propias gestiones de gobierno que han contado con buena aprobación de la ciudadanía (por ejemplo, en Paysandú y Río Negro).
En otras palabras, en muchos lugares del interior uruguayo, para muchos sectores de la ciudadanía parece ser más relevante la presencia constante de una autoridad o de un líder en cada pago, por encima de la propia institucionalidad de un Estado. El FA fortaleció la institucionalidad, pero quizá su gran pecado haya sido no haber tenido referentes constantes en cada uno de los lugares donde se concretaron obras y desarrollaron programas, sin lograr capitalizarlas políticamente.
Quizá otro gran pecado haya sido haber comunicado poco y mal cada una de esas acciones, y en este sentido quizá haya sido poca y mala la difusión de esas gestiones hacia la propia interna del FA, ligada a la débil o inexistente coordinación entre quienes fueron eventuales autoridades nacionales, departamentales y locales.
Y si no, ¿cómo podrán explicar quienes ejercieron cargos ejecutivos en el plano nacional o departamental que en tantos lugares donde llegaron recursos por voluntad de gobiernos frenteamplistas hayan sido dirigentes de la oposición quienes hayan captado la mayoría de los votos?
Por otro lado, sería interesante recordar a quienes cuestionan el voto del interior que fue el FA la fuerza política que impulsó la instalación del tercer nivel de gobierno. La formalización y origen de los municipios fue una importante apuesta que la izquierda llevó adelante, quizá desconociendo la fuerte presencia de los liderazgos y caudillos locales, quienes han sabido aprovechar la herramienta de manera efectiva. Y si no es así, entonces cómo se puede explicar que el PN haya logrado tantas victorias a nivel de municipios, incluyendo uno más en la propia capital.
Quizá sea hora de que los frenteamplistas que cuestionan al voto del interior busquen en la propia fuerza política los errores que llevaron a que el FA haya obtenido los resultados que obtuvo en el interior del país.
Tanto desde círculos dirigenciales como militantes, muchos frenteamplistas basaron su campaña en denunciar hechos inmorales o ilegales en torno a figuras nacionalistas que triunfaron de forma abrumadora en las urnas (Carlos Moreira en Colonia, Pablo Caram en Artigas y Enrique Antía en Maldonado). Sin embargo, la mayoría de los electores en esos departamentos hicieron oídos sordos a las denuncias. Quizá los frenteamplistas que cuestionan a esos votantes deberían preguntarse también por qué el FA no logra consolidarse como una alternativa real de cambio en esos lugares.
Desde que pasó el balotaje y previo a la elección del domingo, en el FA se habla de la tan ansiada autocrítica. Quizá sea el momento de que la fuerza política de izquierda más importante de Uruguay, nacida en la capital (que sigue siendo su principal bastión), ponga sobre la mesa la posibilidad de reformular su vínculo con el interior del país. Al fin y al cabo, el ciudadano del interior fue quien marcó el resultado final en las últimas dos contiendas electorales del ciclo 2019-2020. Al fin y al cabo, son los departamentos del interior (con excepción del metropolitano Canelones) los lugares donde el FA no logra retener votos ni consolidarse en los Ejecutivos departamentales.
En todo este análisis y a partir de los resultados del domingo resulta interesante mencionar lo excepcional que significa la reelección de Andrés Lima como intendente de Salto. Al comienzo de su mandato, Lima sufrió la división de la bancada oficialista en la Junta Departamental, lo que le impidió, entre otras cosas, conseguir los votos para el presupuesto que había planteado. Logró vencer pese a la constante oposición que tuvo también desde los sectores políticos, empresariales y mediáticos que apostaban por la candidatura de Carlos Albisu y Germán Coutinho. Aun ante los cuestionamientos que surgieron en su momento desde el propio FA local, paradójicamente a raíz de que en diversas ocasiones Lima fue señalado como un intendente que hacía política a la manera de un caudillo. En todo caso, ¿no será Lima quizá un ejemplo positivo para el FA en cuanto a entender e interpretar la “gestión de cercanía”, tan valorada por vecinas y vecinos que habitan en el interior del país?
En un contexto de cierre de ciclo electoral, donde la derecha uruguaya ha salido fortalecida y el FA disminuido, sería un grave error que desde los círculos de su propia militancia (consciente o inconscientemente) se pregone una grieta, una dicotomía entre Montevideo y el interior; ello podría significar una inmolación con efectos negativos para los intereses de una fuerza política que no logra seducir votantes más allá del río Santa Lucía.
Pero más erróneo sería que las altas esferas dirigenciales del FA se negaran a aceptar una debilidad evidente que implica la dificultad de entender las diferentes culturas que conviven en el interior uruguayo. Es necesario entender que más allá de fortalecer lo institucional, tiene que haber personas que den la cara por lo que dicha institucionalidad significa a la hora de solucionar demandas y gestiones para la ciudadanía.
Citando nuevamente a Solari: “Mientras no se comprendan los fenómenos, se seguirá esperando la destrucción milagrosa y rápida de los partidos tradicionales, y esta seguirá sin producirse”. El autor señalaba también que “la sociedad uruguaya es lo que es, y no lo que se imaginan algunos teóricos”.
Quizá sea hora de que los frenteamplistas que cuestionan al voto del interior busquen en la propia fuerza política los errores que llevaron a que el FA haya obtenido los resultados que obtuvo en el interior del país en el último ciclo electoral.
Juan Andrés Pardo es politólogo.