No es difícil identificar que nos encontramos frente a un nuevo paradigma de la construcción de nuestro Frente Amplio. Esa fuerza que fue encontrando en los sucesivos ejercicios de gobierno nuevas formas de ordenarse y organizarse, así como diferentes maneras para lograr poner en agenda enfoques y temas cruciales para distintos grupos y colectivos organizados. Un proceso que, combinado con la necesidad de romper umbrales de votación y estimulado por los mecanismos de renovación de referencias y de coparticipación junto con las generaciones más jóvenes en las dirigencias políticas de los sectores fundacionales (elemento que requeriría otra columna para abordar con la suficiente profundidad) generó un clima ideal para el surgimiento de diferentes escisiones.
Y no le quiero esquivar el bulto a otro elemento presente, producto de dicho ejercicio sostenido y la noción generada de una paulatina sustitución del Partido Colorado como el Partido de Estado (cuestión al menos suspendida, si no refutada, en los últimos comicios electorales) de grupos cuyo único fin fue el acceso a la Administración Central u otras arcas de ese gran Leviatán. Al margen de acordar o disentir con esta concepción de la política, me resulta más importante aún situar la reflexión en nuestro momento actual: es un paradigma agotado.
El Frente Amplio es hoy oposición, y ya corremos tarde la carrera de la tan mencionada autocrítica. La gran colcha de retazos que hoy se asemeja a una bandera Whipala por su forma de mosaico, de tantas y tan variopintas pequeñas piezas componentes y que pareciera seguir esa tendencia divisoria, se encuentra hoy con un elemento fundamental al que, considero, debemos prestarle especial atención, y se desprende del resultado electoral del domingo 27 de setiembre.
Esta nueva etapa nos exige transitar un camino de desatomización. Nos lo exige el momento histórico, desde ese concepto milenario, precursor de cualquier análisis politológico, del divide y vencerás.
El elemento clave para analizar aquí son los resultados que presentaron las diferentes listas que lograron aglutinar y sintetizar pequeños sectores con sus diferentes interpretaciones de la coyuntura e historia político-ideológica. Es el caso de la lista 106 en Montevideo, con ocho diferentes sectores en su composición, como máxima expresión de esto, pero no la única: el caso de El Abrazo, esta novel conformación de distintos espacios que se propuso transitar un camino colectivo en un esfuerzo de convergencia y que el electorado se lo reconoció, en más de un departamento, pero con un énfasis en su resultado capitalino por lo imprevisible de su resultado. También quiero destacar la experiencia de la lista 212199, que resistió al desmembramiento de una corriente que venía realizando un trabajo conjunto y logró, desde la complementariedad, mantener su representación departamental en Montevideo.
Pero el análisis excede la capital del país. El caso de la lista 343 de Colonia, que aglutina siete espacios diferentes y resultó la cuarta lista más votada del Frente Amplio en 43 listas presentadas, consolida la reflexión a plantear.
Esta nueva etapa nos exige transitar un camino de desatomización. Nos lo exige el momento histórico, desde ese concepto milenario, precursor de cualquier análisis politológico, del divide y vencerás, hasta los versos recientemente popularizados de una murga, que invitan a juntar a toda la izquierda. La historia nos está exigiendo superar adversidades y aspiraciones corporativas para lograr un trabajo responsable y consistente. En la capital y en los otros 18 departamentos. Y que urge que comience de inmediato. Esa es parte clave de la praxis de este proceso histórico de autocrítica, que además de los resultados políticos –profundamente necesarios para volver a transitar el camino hacia la pública felicidad– se vieron y verán acompañados de resultados electorales. La unidad paga, no me cabe duda.
Lucas Regal Larre Borges es militante de Ir.