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¿Qué pasa con los viejos cuando no estamos en crisis? Sobre la falta de regulación de los residenciales y otras nanas de la edad

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En los últimos días, la política del Ministerio de Desarrollo Social para cuidar a los adultos mayores ha estado presente en todos los medios. Hoteles y refugios 24 horas, con la atención y cuidados correspondientes para la población de riesgo, sumado a otras políticas sociales, podría hacernos pensar que el Estado nos sostiene la espalda cuando llegamos a viejos y lo necesitamos, pero no.

Llegar a viejo es difícil en cualquier parte del mundo, y Uruguay no es la excepción. Después de años y años de trabajo, con sus correspondientes aportes al sistema, el adulto mayor llega a su jubilación –cada vez con más años de trabajo– y le espera el inicio de una nueva etapa de la vida que en muchísimos casos puede estar cargada de felicidad y tranquilidad, pero en muchos otros llega con más problemas que soluciones.

Como es lógico, el cuerpo empieza a pasar factura de tantos años vividos y lo que al comienzo es una nueva receta de lentes y una pastilla para la presión avanza y se complica. Y de repente el club de bochas es demasiado, cuidar a los nietos no es tan fácil y es mejor dejar la caminata por la rambla para los jóvenes. Con eso llegan más enfermedades, que traen consigo lo peor: la pérdida de la independencia.

En ese momento es cuando todos esos años de hacerse cargo de hijos y nietos se dan vuelta y ahora necesitan ser cuidados, y se complica porque, en el mejor de los casos, todos los hijos y nietos trabajan y el mundo necesita seguir girando, y, en el peor de los casos, no hay hijos ni nietos. Ahí es cuando se mira esa alcancía que se llenó durante todos los años de trabajo para ver cuánta ayuda pueden comprar los ahorros de toda una vida, y la respuesta duele.

Los residenciales en Uruguay están regulados por el Ministerio de Salud Pública –aunque hasta mediados del año pasado sólo 25 de los 940 existentes estaban habilitados; mejor ni entrar en ese tema–, pero ninguna ley u organismo regula los precios. Una habitación privada en un residencial de la capital puede variar desde 50.000 hasta 110.000 pesos por mes, según un breve sondeo que hice el año pasado, mientras que la jubilación mínima para personas de 70 años o más es actualmente de 15.492 pesos. ¿Cómo se hace para pagar una habitación de 50.000 si el mayor ingreso por mes es de 15.000?

El residencial también elige cuánto le cobra a cada persona. Si se necesita enfermería las 24 horas, un poco más; si se quiere incluir fisioterapeuta, otro poco; ¿psicólogo?, unos miles más. Empecemos a sumar pañales, medicamentos varios y probablemente algún tratamiento a largo plazo. Ya perdí la cuenta de cuánto vamos.

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Un abuelo que necesita ayuda para vestirse no puede ir a marchar, un jubilado que necesita ayuda de su núcleo familiar para subsistir no puede golpear puertas de legisladores. Y, así las cosas, el problema no hace ruido.

Al Parlamento han llegado –y así como llegan se encajonan– proyectos de ley para regular el mercado de los alquileres, porque a todo el mundo le indigna que alguien pueda cobrar 25.000 pesos al mes por un monoambiente de 20 metros cuadrados que en realidad es una oficina en Barrio Sur. Cuando se pide más presupuesto para la educación –y vaya que lo necesita– se llena 18 de Julio. Si azota una emergencia sanitaria que amenaza a los adultos mayores, rápidamente mejoramos los refugios y los cuidamos. ¿Por qué no hay marchas por los abuelos? ¿Por qué no hay legisladores que se embanderan con la causa? ¿Por qué parecería que no estamos haciendo nada por ellos, fuera de la emergencia?

Yo creo que es porque son viejos. Porque ahora tienen un problema, pero si somos sinceros, no va a ser un problema por mucho tiempo. Sin embargo, los jóvenes tenemos que pagar alquileres abusivos por los próximos 20 o 30 años –pensando que en algún momento podremos llegar a ser propietarios– y eso nos indigna, nos moviliza, nos une en la lucha. Pero un abuelo que necesita ayuda para vestirse no puede ir a marchar, un jubilado que necesita ayuda de su núcleo familiar para subsistir no puede golpear puertas de legisladores. Y, así las cosas, el problema no hace ruido. Los residenciales siguen cobrando lo que quieren porque pueden, y no les importa porque saben que no hay alternativa: la mayoría de las veces, cuando se llega al residencial es porque no hay otra opción.

En ese momento es cuando se mira al Estado. Es cierto que el Sistema de Cuidados es un gran avance, pero queda muchísimo para hacer; también es cierto que en este momento de emergencia sanitaria, cuando los adultos mayores corren gran riesgo, se está prestando atención. Pero seamos sinceros: el sistema es perverso, lo sabemos, y no estamos haciendo nada.

Leticia Castro es periodista.

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