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El nuevo viejo continente y sus contradicciones

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El conflicto ideológico que siempre ha existido, y que opone los movimientos de izquierda a los de derecha, se profundiza hoy. Una extrema derecha agresiva y a menudo violenta en Europa emula al estadounidense Ku-Klux-Klan recurriendo a la práctica de la intimidación. El linchamiento de negros, el fuego de los incendios y la cruz en llamas han sido la marca histórica del KKK, acrónimo por el que se dio a conocer esa organización de supremacistas blancos desde que apareció en Tennessee, después de la Guerra Civil, para suprimir los derechos de los ex esclavos recién liberados y su ascensión social. Fue la semilla dañina y tóxica del racismo estadounidense histórico que todavía está presente hoy.

Hace unos días, en el pacífico Portugal, un nuevo grupo de extrema derecha, con rostro cubierto al estilo KKK, autodenominado Nuevo Orden de Avis-Resistencia Nacional, realizó un desfile y se concentró frente a la sede de SOS Racismo, una organización que defiende los derechos sociales de los negros, los gitanos y otras minorías. Mamadou Ba, jefe de la organización, dijo que “detener al Ku Klux Klan” era una advertencia que debía tomarse en serio. En las últimas elecciones legislativas, el partido neofascista Chega hizo su entrada en la política portuguesa y logró por primera vez elegir un representante al Parlamento con 1,3% de los votos. Grupos de neonazis han amenazado tanto a activistas sociales como a políticos de izquierda, incluida la brillante y combativa diputada del Bloque de Izquierda Mariana Mortágua. Además de las amenazas, exigen que abandonen la actividad política y el territorio portugués.

El domingo 16 de agosto, el Frente Unido Antifascista (FUA) promovió manifestaciones en Oporto y Lisboa para protestar contra esas amenazas. Una pancarta decía “Fascismo nunca más”, en clara alusión a los años del salazarismo, de los que el país se liberó con la Revolución de los Claveles en 1974.

El periodista Pedro Ivo Carvalho afirmó en un artículo que el mito de que Portugal es una isla de resistencia al fenómeno de la extrema derecha y sus ideas en Europa ha muerto.

En la Europa de hoy, sólo tres países no tienen representantes de la extrema derecha en sus parlamentos: Malta, Irlanda y Luxemburgo. En el resto del continente, los partidos neofascistas crecen constantemente.

Los “antifa”

En la Europa de hoy, sólo tres países no tienen representantes de la extrema derecha en sus parlamentos: Malta, Irlanda y Luxemburgo. En el resto del continente, los partidos neofascistas crecen constantemente. Estos neofascistas o neonazis dejaron de lucirse con la cabeza rapada y la cruz hitleriana tatuada en los brazos. Ahora visten trajes bien cortados, cabello peinado y se mueven con elegancia. Es la apariencia típica de la derecha tradicional, con la que buscan confundirse.

De la misma manera que ocurre hoy en Brasil, el fascismo europeo revivió la palabra “antifa”, contracción de antifascista, para identificar y demonizar a sus opositores, que consideran sus enemigos. Y miran a los antifas, negros, gitanos y refugiados e inmigrantes pobres con el mismo nivel de odio.

El movimiento antifascista, los “antifas”, tiene sus orígenes en Alemania en la década de 1930, liderado por el Partido Comunista Alemán. También creció en Estados Unidos, en la lucha de la izquierda contra los movimientos pronazis. En la Europa actual, los antifas luchan contra las movilizaciones neonazis y las enfrentan en conflictos callejeros. Actúan contra las banderas de los movimientos supremacistas blancos y sus manifestaciones y desfiles al estilo del Reich de Adolf Hitler y su partido.

Los grupos antifa, que defienden y practican la acción directa, no tienen una organización formal y son muy activos en Estados Unidos. Adoptaron el lema “Vamos donde ellos van” para las acciones que realizan con el objetivo de enfrentar las concentraciones neonazis que se están extendiendo con creciente frecuencia por todo el país.

La creciente amenaza

La expansión de la extrema derecha en Europa demuestra que el nazifascismo no fue un fenómeno limitado al siglo XX, cuando triunfó en Italia, Alemania, Francia, España y Portugal y se acercó mucho al poder en otros países. Las últimas elecciones europeas apuntan a un fuerte crecimiento de los partidos de extrema derecha, algo que no sucedía desde la década de 1930. En países como Francia, Inglaterra y Dinamarca, lograron acercarse a 30% en la preferencia de los votantes. En Francia fue la mayor sorpresa, ya que el Frente Nacional avanzó sobre el electorado de la derecha clásica y también de la izquierda social liberal y superó todas las previsiones, por pesimistas que fueran.

Lo que alimenta y une a estos partidos es el odio. Odio a los extranjeros, inmigrantes, gitanos, negros, árabes y comunistas. A eso se suma el antisemitismo, el autoritarismo, la misoginia, la homofobia, la eurofobia y el desprecio total por la democracia. Y la receta del nazifascismo está lista. Está presente en casi todos los países de Europa, y sus mejores representantes, entre otros, son la Golden Dawn griega; Jobbick, la tercera fuerza política de Hungría; Svoboda, de Ucrania; FPÖ, de Austria; Vlaams Belang, de Bélgica; sin olvidarnos de la Alternativa para Alemania (Alternative für Deutschland-AfD) y el Frente Nacional Francés (Front Nationale), de Marine Le Pen.

Los observadores y académicos que se dedican a estudiar estos fenómenos en Europa no ocultan sus temores de que la anunciada crisis del coronavirus fortalezca los movimientos de la extrema derecha europea. Lo comparan con el clima que se produjo después de la crisis de 2008, cuando el desempleo masivo y el aumento de la inmigración de África y Oriente Medio, junto con las medidas de austeridad fiscal adoptadas por los gobiernos, afectaron el nivel de vida de la población. Esta realidad provocó el descontento que ayudó a fortalecer las filas de la derecha y la extrema derecha. Y puede haber una repetición.

Celso Japiassu es un poeta y periodista brasileño. Este artículo se publicó originalmente en portugués en Carta Maior.

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