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Los cálices impunes: el feminicidio de Delmira Agustini

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Pocos días después del divorcio, Delmira Agustini fue asesinada por su exmarido Enrique Job Reyes en una habitación de la calle Andes 1206, en el centro de Montevideo. Reyes le disparó a Delmira dos veces en la cabeza y luego se suicidó.

Delmira Agustini fue una poeta y escritora uruguaya que publicó sus primeros escritos y poemas desde la adolescencia en diferentes revistas, y escribió tres libros de poemas antes de su muerte a los –tan sólo– 27 años.

Su familia pertenecía a cierto sector de la burguesía uruguaya, lo que facilitó su buena formación en estudios e idiomas, además de posteriores contactos sociales. Mucho se ha escrito sobre Delmira Agustini y sobre su condición de ser, por un lado, una mujer que intentaba sobrellevar los mandatos sociales de la época y, por otro lado, su explosión como mujer deseante manifiesta en su poesía erótica y cartas epistolares. Delmira mantuvo correspondencia con grandes intelectuales de Uruguay y Argentina del 900 y de otros lugares de América Latina, como por ejemplo el poeta nicaragüense Rubén Darío, a quien le confió sus grandes pesares. Años después de la muerte de Delmira, el archivo uruguayo ha revelado que poseía una casilla de correo para recibir su correspondencia secreta utilizando el seudónimo Lía del Dream (Maíz, 2019). Este último hecho da cuenta de que Delmira tenía conciencia de los riesgos que corría por sus acciones no aceptadas socialmente para la época.

En su último libro, Los cálices vacíos, hay una fuerte impronta sobre la erótica y sexualidad femenina, que habría escandalizado a la sociedad patriarcal y conservadora de su época. Era 1914 y sin duda fue el feminicidio más mediatizado de inicios del siglo XX en el Río de la Plata. Las fotos de la habitación con los cuerpos, el de Delmira en el suelo, bañada en sangre, y el de él en la cama, estuvieron en los periódicos por varios días. El cuerpo de Delmira seguía siendo violentado incluso después de su muerte.

Una de las crónicas periodísticas narraba lo sucedido de la siguiente forma: “Loco de amor. El divorcio había trastornado el espíritu de Reyes, quien no podía consolarse del fin de sus amores […] La hipótesis más razonable hace creer que el crimen de Enrique Job Reyes no fue más que la consecuencia de su pasión” (El Día, 7 de julio de 1914). La crónica muestra al asesino como “víctima” de su amor y pasión, casi justificando su accionar. Los prejuicios de la época –muchos de ellos se mantienen actualmente– culpabilizaron a Delmira por su forma de ser, por su manera de escribir, por su inteligencia, por la comunicación por medio de cartas con otros hombres1 y por continuar viendo a su marido en una habitación luego de la separación y en proceso de divorcio.

Luego de más de cuatro años de noviazgo –en los que la pareja siguió las convenciones de la época: visitas en el hogar paterno, paseos públicos, todo bajo la supervisión de la madre de Delmira–, la pareja se casó formando un matrimonio que duró menos de dos meses, momento en que Delmira abandonó la casa matrimonial y volvió con sus padres. Hasta el día de hoy no está claro el porqué de los encuentros en los meses entre la separación y el divorcio,2 si era por la necesidad mutua de encuentro o si era por amenazas que él hizo contra ella, o incluso por las dos cosas. En el registro de las cartas recuperadas, existe una escrita por Enrique Job Reyes en el período de la separación antes del divorcio, en la que expresa claras amenazas y violencia, todo en nombre del honor: “Hasta mis oídos ha llegado la noticia de que tú quieres manchar mi nombre, que hoy es el tuyo, pues también lo llevas, con una calumnia. Si tal cosa hicieras, que no lo creeré jamás, yo sabría lavar la mancha arrojada sobre mi honor, con la sangre inocente de nuestras vidas. Y ese sería el castigo para aquella que, el día de nuestro casamiento, en una entrevista que tuvimos en la sala […] llegó a hacerme revelaciones monstruosas de impureza y deshonor”.3

Las palabras dan cuenta de ciertos mandatos de la masculinidad de la época de inicios del siglo XX, pero también responden a las prácticas sociales más conservadoras que se arrastraban desde el siglo XIX. Asimismo, en la actualidad muchos de esos mandatos de masculinidad continúan incidiendo y forman parte de prácticas de violencia de género.

Sobre la violencia de la opresión de género las investigadoras Ana Carcedo y Montserrat Sagot plantean que esta “violencia se manifiesta desde las formas más sutiles, como la manipulación y las presiones psicológicas a fin de que las mujeres repriman rasgos considerados inadecuados a su género, hasta las más violentas, como la violencia física y sexual” (2002: 198). En este marco, la violencia contra las mujeres es también un componente estructural que se sostiene y reproduce por medio de instituciones también atravesadas históricamente por el patriarcado, lo que conduce a que socialmente exista permisividad y cierto aval para que se desarrollen contra las mujeres prácticas cotidianas de violencia sistemática. El asesinato de mujeres en manos de sus esposos, parejas, hombres conocidos o desconocidos no es producto de casos inexplicables de conducta desviada o patológica, sino que es consecuencia de un sistema patriarcal de opresión que se expresa, en parte, en formas de cosificación, posesión y control sobre el cuerpo de las mujeres. En todos estos procesos están presentes mecanismos violentos de control, subordinación y dominación.

Marcela Lagarde4 definió el concepto de “feminicidio”, en el marco de los desarrollos teóricos feministas sobre el tema, como el “conjunto de violaciones a los derechos humanos de las mujeres que contienen los crímenes y desapariciones de mujeres” y remarcó que estos deben ser identificados como crímenes de lesa humanidad” (2011: 19). Desde los desarrollos de la autora, la complicidad social y el Estado también son responsables de continuar perpetuando las condiciones históricas de impunidad, además de no cumplir con las garantías plenas para la vida digna de las niñas y mujeres sin violencias. La violencia de género funciona como un mecanismo para reproducir la opresión contra las mujeres.

Pasados más de 100 años del feminicidio de Delmira Agustini, se mantienen discursos que plantean que fue un “crimen de amor” o que romantizan la violencia. Por ejemplo, en 2014, el autor del libro Serás mía o de nadie –novela de intento biográfico sobre Delmira Agustini y su asesinato–, Diego Fischer, expresó en una entrevista que “una de las primeras conclusiones que uno puede sacar de esta investigación es que la muerte de Delmira no fue crimen pasional, esto fue un crimen de amor, o si se quiere una tragedia de amor”.5 Más allá de los análisis e investigaciones que se puedan realizar sobre la incidencia y mandatos de la familia de Delmira sobre ella, existen registros y pruebas que evidencian la violencia de su exmarido. Delmira abandonó la casa matrimonial y fue quien solicitó el divorcio –que además solicitó en dos demandas distintas, una enseguida de la separación y otra unos meses después–. En enero de 2021, en el programa Vamo arriba, de canal 4, se convocó a Fischer en un juego a que se definiera en la intimidad con el título de un libro, a lo cual respondió “serás mía o de nadie”, lo que provocó risas y festejos por parte de quienes desarrollaban el programa. La escena no sólo fue de una falta de responsabilidad ética enorme, sino que es un ejemplo de cómo muchos medios de comunicación continúan reproduciendo estos discursos que “camuflan” lógicas machistas. El punto es que tanto Fischer en 2014 y 2021 como la crónica periodística de 1914 dan cuenta de ciertas expresiones que pueden enunciar lo que enuncian, con impunidad, porque aún son permitidas o amparadas socialmente.

En marzo de 2014 se colocó una placa y se plantó un rosal en homenaje a la poeta en la vereda de la calle Andes, frente a la casa donde se ubica la habitación en la que ocurrió el asesinato, la cual expresa en una frase: “En memoria de todas las víctimas de violencia de género. Este rosal crece donde Delmira Agustini amó por última vez”. La frase es desafortunada porque romantiza la violencia, algo que tal vez colectivamente hace unos años no lográbamos visualizar como tal, ya que el proceso social de comprensión de la complejidad de estos temas conlleva tiempos colectivos –los cuales se han intensificado en estos últimos años– y la revisión de prácticas y modos de relacionarnos. Lo que sí sabemos, sea lo que fuera que pasara en esos encuentros, es que Delmira no amó por última vez en esa habitación: lo último que sucedió entre esas paredes fue su feminicidio.

La opresión de género y las distintas violencias que sufrimos las mujeres han sido estudiadas, investigadas, conceptualizadas y denunciadas por gran cantidad de mujeres en distintas partes del mundo desde hace mucho tiempo. Se puede afirmar que la violencia contra las mujeres es transhistórica y transcultural, y que forma parte de la condición de género de todas las mujeres, aunque también existen características particulares dependiendo del contexto sociohistórico y de elementos de clase y racialidad (Ravelo, 2011; Castañeda, 2012). Así, por ejemplo, las investigaciones de Julia Monárrez (2009) en Ciudad Juárez dan cuenta de “códigos comunes” en las mujeres asesinadas en esa ciudad, códigos que son transversales y se presentan también en otras latitudes, pero que en cada sitio contienen características particulares del contexto.

La gran cantidad de producción teórica feminista sobre la opresión de género y feminicidios dan pautas imprescindibles para avanzar en la erradicación de todas estas violencias.

Noelia Correa García es feminista, psicóloga, magíster en Psicología Social. Docente en la Facultad de Psicología de la Universidad de la República. Doctoranda en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Bibliografía - Agustini, Delmira (2006). Cartas de amor. Montevideo: Cal y Canto.
- Castañeda Salgado, Martha Patricia (2012). Epistemología feminista y estudios sobre violencia de género: apuntes para una reflexión. En: Ravelo Blancas, Patricia y Héctor Domínguez Ruvalcaba (coords.). Diálogos interdisciplinarios sobre violencia sexual. México: Fonca.
- Carcedo, Ana y Sagot, Montserrat (2002). Femicidio en Costa Rica, 1990-1999. San José, Costa Rica: Organización Panamericana de la Salud.
- Lagarde y de los Ríos, Marcela (2011). Prefacio: claves feministas en torno al feminicidio. Construcción teórica, política y jurídica. En: Fregoso, Rosa Linda (coord.). Feminicidio en América Latina. México: CEIICH-UNAM, Red de Investigadoras por la Vida y la Libertad de las Mujeres.
- Maíz, Claudio (2019). Correspondencia de Delmira Agustini con Rubén Darío, Manuel Ugarte y Enrique Reyes. Pasiones y sensibilidades en el novecientos uruguayo. Acta literaria. Enero de 2019.
- Monárrez Fragoso, Julia (2009). Trama de una injusticia. Feminicidio sexual sistémico en Ciudad Juárez. México. El Colegio de la Frontera Norte, Miguel Ángel Porrúa.
- Ravelo Blancas, Patricia (2011). Miradas etnológicas. Violencia sexual y de género en Ciudad Juárez, Chihuahua. Estructura, política, cultura y subjetividad. México: Diversidad sin Violencia. UAM-Iztapalapa, Ediciones Eón, Chicano Studies UTEP, Conacyt, Ciesas.


  1. Particularmente, durante el período de su separación y el divorcio se han recuperado cartas de índole amorosa, principalmente con el escritor argentino Manuel Ugarte. 

  2. La Ley de Divorcio se aprobó en Uruguay en 1907 y contemplaba la posibilidad de disolver el vínculo matrimonial por la intervención de causales o por mutuo consentimiento. En 1912 se realizó una modificación que agregó la posibilidad por la sola voluntad de uno de los cónyuges. Delmira solicitó el divorcio amparada en la ley por la sola voluntad, alegando injurias y malos tratos, y presentó dos testigos. Fue la segunda mujer en usar esa causal y su abogado fue Carlos Oneto (uno de los autores del proyecto de ley de divorcio). Fue una de las primeras mujeres en solicitar el divorcio en Uruguay. 

  3. Carta de Enrique Job Reyes en Agustini, 2006: 44. 

  4. En el artículo citado Marcela Lagarde explica que la categoría feminicidio es parte de los desarrollos teóricos feministas, y son Diana Russell y Jill Radfor quienes realizaron el trabajo de síntesis bajo la noción en inglés femicide, la cual tendría su traducción como femicidio (tal como se utiliza en varios países de habla hispana), pero para evitar la homologación en castellano como únicamente homicidios de mujeres, Lagarde propuso la traducción y conceptualización como feminicidio, para hacer también hincapié en la responsabilidad social y estatal. 

  5. Entrevista realizada en el programa En perspectiva de la radio El Espectador, 4 de julio de 2014. Disponible en: http://historico.espectador.com/cultura/294803/muerte-de-delmira-agustini-fue-una-tragedia-de-amor 

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