Dedicarse a organizar a la gente que vive de su trabajo, a representarla y orientarla en las luchas por sus intereses, es una de las tareas más dignas y necesarias. Es construir democracia, poner el cuerpo para recuperarla cuando falta, e impulsar avances para todo el país.
Del trabajo depende la creación de riqueza y de cultura. La clave no son los logros de individuos aislados ni las políticas estatales: estos factores tienen, sin duda, importancia, pero poco valen y poco duran sin la trama social de quienes trabajan.
El sindicalismo nace de la cooperación y la solidaridad, y a su vez las impulsa. Es crucial siempre, pero se vuelve aún más indispensable en circunstancias como las que vive hoy el país. Y no sólo por su apoyo a las ollas populares.
El Poder Ejecutivo tiene entre sus prioridades declaradas “corregir” lo que considera una excesiva afinidad de quienes lo precedieron con las organizaciones de trabajadores, y a esta orientación se agrega su actitud ante la pandemia.
El presidente de la República, el director de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto y la ministra de Economía y Finanzas mantienen una firme decisión de afrontar la crisis sin exigirles aportes especiales a los grandes capitales y los altos ingresos de la actividad privada (que en más de un caso han aumentado durante la emergencia sanitaria). Después el oficialismo alega que carece de recursos para sostener a quienes deberían interrumpir su trabajo en forma transitoria y que no es posible aumentar el apoyo estatal a los sectores vulnerables, que es el más bajo de la región.
El sindicalismo uruguayo se mantiene a la altura de sus ricos antecedentes. Ha demostrado madurez y responsabilidad ante la crisis sanitaria y social, así como ante la delicada situación en que lo ubican las debilidades de la oposición política.
La gente que trabaja vive un período muy duro, agravado por la necesidad de distanciamiento físico. Es más difícil organizarse, discutir y decidir colectivamente, manifestarse y llevar adelante medidas. Los enemigos del sindicalismo acusan al PIT-CNT, sin evidencia alguna, de haber acelerado la propagación de la covid-19 con movilizaciones irresponsables (y algunos sostienen incluso que lo hizo adrede, para perjudicar al gobierno), pero la verdad es que en esta materia ha dado, una vez más, sobradas muestras de madurez.
También ha demostrado madurez y responsabilidad el movimiento sindical ante la delicada situación en que lo ubican las debilidades de la oposición política. No ha caído en la fácil tentación de responder a las demandas sociales más allá de sus competencias, y preserva una autonomía del terreno partidario que lo destaca en el panorama regional y mundial.
Por último, el PIT-CNT se mantiene a la altura de sus ricos antecedentes ante las frecuentes provocaciones de quienes, desde partidos oficialistas, hacen cuanto pueden por promover leyes que dificulten la actividad sindical (por lo general, sin siquiera dialogar previamente con los involucrados) y perseveran en el intento de desprestigiarla mediante la difamación.
Pese a esos esfuerzos dañinos, sabemos cuánto vale el sindicalismo uruguayo y cuánta falta nos hace, aunque no siempre acierte y tenga asignaturas pendientes. Lo tenemos muy presente en el Día Internacional de los Trabajadores y también los otros días.