Si un equipo de fútbol gana en una tanda de penales en una final, será el campeón. Sin embargo, jamás podrá presumir que ganó por goleada. Cualquier (auto)engaño que les lleve a creerse que son muy superiores al rival podría suponer el primer paso para la próxima derrota. El resultadismo extremo causa tal ceguera que muchas veces no somos capaces de dimensionar nuestra victoria. O nuestra derrota.
Mauricio Macri necesitó una segunda vuelta para ganar en Argentina en 2015. En la primera, sólo obtuvo el apoyo de 26,7% de todo el padrón. Esa era su verdadera fuerza. Lo obtenido en el balotaje es real, pero sujeto a ‘un escenario condicionado’. Confundir lo primero con lo segundo ‒creerse más fuerte de lo que se es‒ conduce a graves errores. Ni el exceso de confianza ni la subestimación del adversario cuando este te ha empatado ‒o incluso ganado en primera instancia‒ son buenos consejeros. Ni en el fútbol ni en la política.
En el caso de Ecuador, Guillermo Lasso debe elegir qué camino tomar: el de gobernar con complejo de superioridad, considerándose a sí mismo un presidente todopoderoso tras su victoria en segunda vuelta, o, por el contrario, asumir con modestia que ganó, pero que le tocará gobernar teniendo en cuenta que en la primera vuelta sólo obtuvo 13,96 % del padrón, equivalente a 19,74 % sobre voto válido, y que en la Asamblea apenas cuenta con 12 asambleístas de 137.
Tomar uno u otro camino será decisivo para su porvenir y su estabilidad institucional. Cuatros años son demasiado tiempo como para querer gobernar en soledad o desde una posición de fuerza que no tiene. Es indiscutible que ostentar el Poder Ejecutivo le dotará de un gran músculo para gestionar el país a su manera, pero insuficiente si desea poner en marcha un programa ‘cien por cien Lasso’. No le queda más opción que buscar acuerdos que vayan más allá de pactos efímeros basados en una distribución de cuotas de poder a favor de cierta dirigencia política.
Un ejemplo es lo ocurrido para la elección de cargos en la Asamblea, que acabó con un pacto entre CREO, su partido, y una mayoría de la dirigencia de Pachakutik para que esta formación ocupara la presidencia. Dicho acuerdo tiene cimientos muy débiles fuera de los pasillos legislativos. La alianza entre ‘El Banquero’ y ‘La Dirigencia Indígena’ en la práctica es un oxímoron, servirá tan sólo para dar el puntapié inicial a la agenda legislativa. Pero a medida que comiencen a discutirse políticas e iniciativas, es muy probable que el Ejecutivo tenga gran dificultad para lograr mayorías. Y, lo que es aún más importante, para disponer del apoyo de una ciudadanía ecuatoriana ideológicamente muy variopinta, pero que ha demostrado con creces su capacidad de movilización cuando se toman decisiones en su contra (a pesar de no estar excesivamente partidizada).
Lasso tendrá una oposición muy poliédrica. En lo político, tendrá enfrente al correísmo, con una bancada de 49 asambleístas y con una votación de primera vuelta superior a la suya y de segunda no tan lejana (apenas 400.000 votos de diferencia). Si esta fuerza se dedica a hacer una oposición frontal, sin concesiones, poniendo el oído en la calle y sintonizando con los problemas de la gente, será un sujeto político cada vez más importante y con el que Lasso tendrá que disputar en clave democrática.
Pero la oposición política también le vendrá por otros flancos: a) el movimiento indígena, que va más allá de un importante porcentaje de su dirigencia entreguista (aún quedan liderazgos como Leonidas Iza, quien dará mucho que hablar, y unas bases que votaron nulo y no a favor de Lasso); b) el viejo Partido Social Cristiano, con quien ya ha tenido el primer rifirrafe en el inicio del nuevo curso legislativo (aunque probablemente se acabarán entendiendo más pronto que tarde, porque comparten casi el mismo corpus ideológico); c) un sector ciudadano no afiliado a ningún partido, que electoralmente supuso casi 30 puntos de voto en primera vuelta (votaron a Xavier Hervas y a otras candidaturas).
A este cuadro complejo hay que sumarle lo económico, visto también desde diferentes aristas. Por un lado, en el corto plazo, la impaciencia del pueblo para que se resuelva una situación extremadamente delicada que afecta a los salarios, empleo, deuda familiar, etcétera. Por otro lado, la presión del Fondo Monetario Internacional y eso que llaman “el mercado” para que se tomen decisiones justamente en contra de los ciudadanos. Y por último, la dificultad que tendrá Lasso para compatibilizar su trato de favor al sector más afín, el financiero, así como a sus aliados económicos, por encima de otros grupos empresariales. No hay que olvidar que el poder económico jamás es monolítico. Y Lenín Moreno pudo contentar a todos porque no pertenecía a ningún bando. El caso de Lasso es diferente.
Nada está escrito. Veremos si Lasso asume que se trata de un “presidente débil” y actúa en consecuencia o, si en cambio, opta por disfrazarse de Superman para acabar siendo Macri, Iván Duque, Pedro Pablo Kuczynski o hasta el mismo Sebastián Piñera. Son malos tiempos para ser un extremista neoliberal.
Alfredo Serrano Mancilla es doctor en Economía y director del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag).