Pensar en arquitectura y proyecto implica analizar las distintas dimensiones y escalas de intervención y replantearnos así el rol del arquitecto en tanto constructor de ciudad en su sentido más amplio. Pensar desde nuestro escenario más corriente la ciudad como espacio físico, al mismo tiempo que nuestras realidades comienzan a desarrollarse en un espacio líquido que nos contiene, nos envuelve.
Pensar el espacio futuro será parte de los grandes desafíos de los arquitectos más jóvenes para construir las ciudades por venir, las que deberemos soñar, las que deberemos proyectar. Es en este contexto que la Sociedad de Arquitectos del Uruguay, en el marco de su 107º aniversario, propone una reflexión sobre diferentes espacios.
Espacio físico
La arquitectura es un relato de la raza humana sobre el paisaje, paisaje que hemos ido antropizando, distorsionando, habitándolo.
El proyecto de arquitectura es parte. De nuestras calles, de nuestras costas, de nuestras sierras, de nuestro territorio. Una sumatoria acumulada de pequeñas intervenciones que colectivamente construyen partes mayores, asociadas. El proyecto debe entender para operar, entender para formar parte; entender los lugares, su geografía, su cultura, sus formas de habitar, sus habitantes y sus sueños.
La ciudad es un hecho colectivo, que construimos entre todos los que operamos en ella. Una ciudad es movimiento constante; la arquitectura construye en el tiempo, con el tiempo. Los arquitectos tenemos que entender el territorio, leerlo, interpretarlo, imaginar futuros, arriesgar. En este escenario, proyectar sueños y utopías.
Espacio líquido
En este presente que nos toca vivir, tan complejo, disruptivo, rápido, efímero, tan líquido, todo parece más abstracto, más amplio. Las ciudades se conectan, los mundos se virtualizan, nuestro mundo se agranda, se expande hasta el infinito. Nuestros cuerpos parecen más ligeros, más livianos, nos movemos sin movernos.
Este nuevo territorio, amplificado potencialmente por la pandemia y sus nuevas plataformas virtuales para poder estar donde no estamos, para poder estar con quien no estamos, será nuestro nuevo territorio con el cual conversar o desde donde mirar para comprender.
Es por esto que también debemos construir desde nuestros territorios, más que nunca; debemos pensar en nuestras comunidades y ciudades, en donde realmente estamos y somos. Diseñar y proyectar para ser parte.
Recuperar lo público parece necesario desde todo punto de vista. Volver a encontrarnos en la ciudad parece sanador, para reconectarnos. Y para pensar nuevos espacios, nuevas relaciones, nuevos programas, nuevas formas de gestionar el mundo. Nuevos desafíos.
La arquitectura estará presente como siempre, es nuestro soporte físico, desde donde hemos visto y vemos pasar nuestras vidas.
Es tiempo de aprovechar estas provocaciones pandémicas para repensar y repensarnos. Repensar nuestros edificios, nuestras casas, nuestras plazas, nuestras veredas, nuestras esquinas.
La vivienda es un tema pendiente, siempre pendiente. No tenemos políticas claras, no estamos ofreciendo proyectos potentes, que puedan dar vuelta la realidad.
Pareciera que la ciudad siempre estuvo ahí, y la hemos usado sin pensar mucho. Quizás ahora reconocimos una nueva ciudad, descubrimos otra ciudad, que no usábamos o lo hacíamos de otra manera. También vivimos nuestras casas de otra forma, las practicamos de otras formas. Tuvimos tiempo para ver otras maneras de usar y ocupar los espacios.
Aprovechemos para pensar mejor nuestras ciudades y edificios. Este mundo líquido, virtual, veloz, necesita que pensemos espacios físicos, reales, para poder compartir estas nuevas formas de habitar el mundo. Una arquitectura que ampare lo imprevisible de la vida 1.
Espacio futuro
Cómo serán nuestras ciudades en el futuro seguramente es algo que ha desvelado desde siempre a arquitectas y arquitectos. En este mundo que nos está tocando vivir, qué queremos de las nuestras será nuestro desvelo.
Está claro que tenemos que pensarlas para que sean mejores. Mejores ciudades es gente más feliz. Mejores ciudades hacen mejores ciudadanos; la arquitectura en este punto es política, es una herramienta potente y necesaria.
Pensar la ciudad a futuro es pensar la vida de sus habitantes. Y la vida en colectivo es lo que nos construye como nación. ¿Cuál será el futuro de nuestras ciudades, cómo imaginaremos las nuevas arquitecturas que habitarán nuestras ciudades? ¿Serán matrices abiertas, flexibles, intercambiables, más libres, más líquidas? ¿Conversarán con la ciudad existente, crecerán de a poco –como lo han hecho siempre– o se dislocarán y tensionarán el crecimiento desde nuevos nodos? ¿Nuevos programas se infiltrarán en la ciudad prexistente, la reactivarán, la distorsionarán?
Sin duda, forma parte de nuestros desafíos como proyectistas pensar en sostener, en rehabitar, en reactivar.
Una arquitectura adecuada a cada contexto en su sentido más amplio. Eficaz, sostenible, que entienda su tiempo, que lo resignifique; una arquitectura pertinente.
Nuestra plaza
Nuevos tiempos plantean escenarios públicos diferentes. ¿Qué tan diferentes a los que tenemos? Quizás cambien las formas de utilizarlos, de ocuparlos. Y entonces se nos presenta una oportunidad para pensar en más espacio público: espacio público equipado, pero también del otro, del que nos permite imaginar usos no tan determinados. El espacio público remite a ciudadanía, a colectivo. Por eso las políticas públicas deberían enfocar más en este tipo de ciudad, una ciudad pública, más pública.
Si bien se ha construido mucho espacio público, nunca es suficiente. Los nuevos espacios que la ciudad ha incorporado, nuevas plazas, nuevos parques, nuevos espacios de ocio y deporte, han demostrado lo importante que han sido para esponjar y dar vida a diferentes tramos de ciudad. La gente usa el espacio que la ciudad le ofrece, y también lo cuida, lo siente parte.
El desafío mayor: mantenerlos, todo el tiempo, una y otra vez. Ahí está la ciudad de todos. Ahí estamos todos.
Cada árbol, cada banco, cada luminaria, cada tablero de básquetbol, cada hamaca, nos hará mejores habitantes de nuestras ciudades.
Mi casa
La vivienda es un tema pendiente, siempre pendiente. No tenemos políticas claras, no estamos ofreciendo proyectos potentes que puedan dar vuelta la realidad.
Quizás falta preguntarnos qué queremos, qué necesitamos, qué tipo de habitares necesita la gente, qué tipo de familias tenemos hoy, qué acceso a la vivienda estamos promoviendo. Cuál es la vivienda de cara al futuro, qué espacios necesita, cuáles ya no… La vida está en constante cambio y pareciera que la vivienda cambia muy lento, que va a otra velocidad.
Nuevos modos de habitar se están desarrollando en el mundo entero, nuevas formas de vivir la vida en colectivo, tanto en la ciudad central como fuera de ella. El mundo del capital está promoviendo estos nuevos modos, como mercancía, dentro del mismo sistema de consumo. En estos mundos líquidos, de cambio, de movilidad, la vivienda tiene un motor repensando, ofertando, vendiendo.
Pero ¿se piensa de la misma manera la vivienda que está más cerca del suelo, la que replica ciudades de periferias, no tan líquidas sino más ásperas?
Esta es una oportunidad que aún no hemos podido tomar para ofrecer una mejor forma de desarrollar la ciudad que crece sin pensarse, que alberga muchas familias, muchos niños. Muchos futuros.
Una ciudad que queda fuera.
Que todos estemos dentro será nuestro desafío de futuro. Que todos seamos parte.
La arquitectura es optimista, proyecta futuros.
Arquitectas y arquitectos, seamos parte de los desafíos que nos plantea el mundo que habitamos, hagamos un mundo más equitativo, más solidario, más libre, más feliz.
Hagamos nuestra parte.
Marcelo Gualano es arquitecto, director de gualano+gualano: arquitectos y profesor agregado de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República.
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Arq. Paulo Mendes da Rocha (1928-2021). Esta nota es un homenaje a su despedida este mes, a un gran maestro, que supo regalarnos una Bahía para Montevideo. Y que también alguna vez dijo: “No nacimos para morir, nacimos para continuar”. ↩