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Ni fachos ni bolches: revolución

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Setiembre de 1968.

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Setiembre de 1968 fue un momento clave en el vínculo que se estableció entre gobierno y movimiento popular. El Uruguay Suiza de América veía su fin. El conservadurismo se instalaba en el poder y la revolución en el pueblo.

El mundo luego de la Segunda Guerra Mundial había cambiado; el conflicto este-oeste entre Estados Unidos y la Unión Soviética se expandía de forma global y se entraba en el período de la Guerra Fría. A partir de ese momento, en esta zona del mundo el escenario había quedado expuesto en términos bastante crudos. América del Sur y Central seguirían siendo el patio trasero para el imperialismo estadounidense, la idea de la amenaza comunista y la pelea contra este enemigo se instalaría en todos los países del continente. En 1954 Estados Unidos derrocaba el gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala al mismo tiempo que la CIA trabajaba desde todas sus estaciones en operaciones políticas para dar legitimidad a tales actos. El cono sur y Uruguay no serían la excepción. Desde mediados de los 60 Estados Unidos aumentaría su involucramiento en el conflicto del sureste asiático y desde los movimientos revolucionarios del mundo se tomaría la causa de Vietnam como bandera. En América Latina la intervención directa de 1965 en República Dominicana generaría similares simpatías. Desde 1959 la Revolución Cubana triunfante generaba debates sobre las reales posibilidades de un viraje político en la región. La idea de tomar el poder mediante la revolución y la construcción de una sociedad nueva pasó a ser un faro para los pueblos explotados del continente más desigual.

Sin embargo, la situación política en la región no ofrecía el mejor panorama. En Paraguay desde 1953 estaba la dictadura de Alfredo Stroessner. En 1964 se instalaba la dictadura en Brasil y en 1966 en Argentina. En Chile la derecha se fortalecía mientras la movilización social presionaba. En 1964 Uruguay rompía relaciones diplomáticas con Cuba, lo que generó grandes manifestaciones de rechazo a esta medida, que fortalecieron el sentimiento antiimperialista en los lugares de militancia. En abril de 1967 se destacó en Uruguay la ocupación de la Universidad en el contexto de la llegada de Lyndon B Johnson para concurrir a la Conferencia de Presidentes de Estados Americanos en Punta del Este. A fines de ese año en La Habana se celebró la primera conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), en la que se marcó que el rumbo de liberación era por medio de la lucha armada y la revolución. Esto planteaba la definición en torno a la discusión de la violencia revolucionaria o los caminos democráticos para la liberación popular. Los representantes de Uruguay adhirieron a la lucha armada, con excepción del Partido Comunista.

Pocos días después, la noticia de la muerte del Che recorrió el mundo. 1968 es el año de la insurgencia estudiantil en muchos lugares y claramente en Montevideo. Los jóvenes tomarían las calles de la capital desde principio de año, y el gobierno, con las medidas prontas de seguridad en junio, comenzaría un proceso autoritario anunciado y preparado desde tiempo antes.

Uruguay venía de una idea de bonanza asociada al reformismo batllista. El pasaje desde esta situación a la instalación de la dictadura cívico militar no fue de repente y tiene una explicación y análisis históricos que tiran abajo la teoría de los dos demonios, desestimada por la historiología pero muy utilizada en discursos políticos, investigaciones periodísticas y medios de comunicación en general. Desde mediados de los años 50 se observaba un desequilibrio económico que se traduce en tensiones sociales y políticas en los 60, y entre 1968 y 1973 se dio el proceso de escalada autoritaria que termina en la dictadura. 1968 significó de algún modo el fin del Uruguay país modelo, cuando se pasó a la instalación de un proyecto liberal conservador que la dictadura solidificó y que sigue vigente, desarrollándose hasta el presente.

Asamblea de Checoslovaquia

Entre el 20 y el 21 de agosto de 1968, los integrantes del Pacto de Varsovia invadieron Checoslovaquia. El hecho tuvo una repercusión internacional muy rápida, también en Uruguay. A los pocos días de conocida la noticia, gremios, universidad, gobiernos departamentales y nacionales, instituciones públicas, entre otros, se expresaron sobre el suceso. Era la oportunidad perfecta para la derecha anticomunista de atacar a la URSS y profundizar una violenta campaña que ya se estaba llevando adelante. En ese contexto los estudiantes radicales del IAVA opinaron, y a diferencia de los estudiantes comunistas que por ortodoxia partidaria no fueron capaces de criticar, ellos sí se definieron. Era una definición difícil ser de izquierda y criticar a la Unión Soviética. La condena la intentó capitalizar la derecha, pero finalmente no fue así. Los estudiantes radicales del Frente Estudiantil Revolucionario (FER) pusieron el tema sobre la mesa por izquierda.

En el movimiento popular de 1968 se destacaron en la resistencia los estudiantes de secundaria y de preparatorios. Eran los más jóvenes, los más radicales, fueron espontáneos, horizontales y realmente creyeron en la revolución. Si bien Cuba era el horizonte, se enfrentaron al mandato soviético y en definitiva también a Fidel Castro. El 26 de agosto en la Asamblea por Checoslovaquia en el IAVA se decidió condenar la invasión luego de horas de una multitudinaria sesión que ocupó los patios del centro de estudios. Algunos testimonios dicen que ni siquiera se llegó a votar, pero que era evidente el apoyo masivo a las posturas radicales que planteaban la condena total a todo tipo de invasión.

Masivo no es unánime: la agrupación Ideas, comunista, no estaba de acuerdo con el repudio. Más tarde, esa misma jornada, hubo una manifestación en la embajada soviética en condena a la invasión donde comunistas y radicales llevaron la discusión más allá del plano teórico. También allí había varios integrantes de la derecha y ultraderecha que hacían de informantes de la Policía y de los medios de prensa más conservadores (El País, La Mañana) que al día siguiente publicarían los hechos.

En el 68 la revolución la hicieron, entre otros, los estudiantes, y llevaban la bandera de la libertad. En ese momento se abrió un proceso de crítica masiva y radical que impregnó varias áreas de la vida del país.

Fue en ese momento que los comunistas perdieron definitivamente su lugar en el movimiento estudiantil más joven, que ya venía lastimado de las largas conversaciones por el boleto mientras la Policía disparaba en las barricadas y el FER se iba perfeccionando en las manifestaciones relámpago. Ese evento en particular, la asamblea por Checoslovaquia, fue un parteaguas en ese estudiantado duramente reprimido, con muchísimos heridos, presos y un muerto. La derecha hacía tiempo que no tenía peso a nivel estudiantil. El FER capitalizó esta energía con su accionar radical, consecuente, horizontal, y hasta que en 1974 se integró en otros proyectos revolucionarios (principalmente el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros [MLN] y la Resistencia Obrero Estudiantil-Partido por la Victoria del Pueblo) fue un factor importantísimo y masivo en las movilizaciones callejeras y en los enfrentamientos con la represión. Su teoría se acercaba al materialismo histórico, pero sus métodos y organización los hacían cercanos a los anarquistas. En el 68 y a nivel social el MLN empezaba a ganarse la simpatía popular con acciones que todavía eran simbólicas pero en claro apoyo a la revolución. A partir de entonces estos espacios se llenaron de revolucionarios jóvenes. En junio los estudiantes del IAVA habían abierto y ocupado el gimnasio, donde se encontraron extraños materiales donados por Estados Unidos. En julio tomaron el salón de actos, se lo apropiaron, lo nombraron Che Guevara y, con la ayuda de los “anarcos de Bellas Artes”, pintaron una imagen del Che gigante en el fondo del salón. Para setiembre las piedras que tiraban los estudiantes ya no eran por el boleto: empezaban a creer en la libertad y en la revolución.

El 18 de setiembre de 1968 fue la primera vez que se utilizaron escopetas de perdigones en la represión en las calles de Montevideo. Esas mismas armas mataron dos días después a Susana Pintos y a Hugo de los Santos. La adquisición se hizo mediante un pedido del presidente Jorge Pacheco a la embajada de Estados Unidos. Ese día Pacheco estaba en una visita oficial en Chile. Mientras, en Montevideo numerosos manifestantes fueron heridos, principalmente en las movilizaciones en las inmediaciones del Palacio Legislativo y la Facultad de Medicina. Allí cayó herido de gravedad, por la explosión de una bomba de fragmentación, Maximiliano Pereira. Nunca se recuperó, y algunos años después murió como consecuencia de las heridas. Maximiliano era estudiante de la Escuela Nacional de Bellas Artes y ese día estaba, como tantas otras veces, jugándosela en los enfrentamientos. Simpatizante de los radicales del FER, al año siguiente la agrupación del FER de Bellas Artes tomó el nombre de Agrupación 18 de Setiembre, Maximiliano Pereyra.

El IAVA, ocupado

El movimiento estudiantil y el FER ya tenían experiencia en enfrentamientos callejeros; habían profundizado el uso de las manifestaciones relámpago, de gran efectividad contra la represión, y sabían que se jugaban la vida. A nivel social la cosa estaba complicada. La Universidad había sido allanada y los centros de estudio clausurados hasta fines de agosto. El 17 de setiembre de 1968 el comité de movilizaciones del IAVA puso en marcha las medidas de lucha por la situación de represión y autoritarismo que se vivía. En la ocupación se fortaleció la militancia estudiantil radical y revolucionaria, las asambleas de clase y la consigna “Todo el poder a las bases”. Se realizaron relámpagos, barricadas, quemas de neumáticos, peajes, apoyo a las ocupaciones de fábricas, propaganda variada y mesas redondas con personajes destacados. La formación teórica tenía un lugar importante en esa revolución. El Vásquez Acevedo era centro de operaciones de las manifestaciones por su ubicación estratégica y por la fuerza de su militancia.

Eran estudiantes que ya empezaban a ser revolucionarios y que en ese setiembre habían tomado varias decisiones. Por un lado, derrotar el poder conservador y de derecha. Por otro, desvincularse de cualquier tipo de discurso dialoguista y demócrata, manifestándose abiertamente a favor de la revolución por medio de la lucha armada. Aquí empieza la historia de un proyecto revolucionario que caló hondo y dejó una huella perdurable en su entorno. La consigna “Todo el poder a las asambleas de clase” implicaba una forma de hacer política. Por eso, en ese setiembre del 68 la revolución enfrentó al autoritarismo de derecha y al dogmatismo comunista y vertical. El FER se veía a sí mismo como un motor de la revolución; la Policía también lo consideró un “enemigo a eliminar”, hecho demostrado por el volumen de carpetas dedicadas a esta agrupación en los archivos policiales. La sociedad supo responder a la oportunidad sumándose a ese proyecto que se desarticuló recién en 1974, cuando la mayoría de integrantes se sumaron a otros grupos y organizaciones. Hoy esa parte de la historia no se cuenta. La historia no sólo la escriben los que ganan; entre los que pierden también hay historia oficial.

El miedo a la revolución es una situación bastante repetida a lo largo de la historia. En el 68 la revolución la hicieron, entre otros, los estudiantes, y llevaban la bandera de la libertad. En ese momento se abrió un proceso de crítica masiva y radical que impregnó varias áreas de la vida social, política y cultural del país. Fue necesaria una respuesta de una violencia exacerbada por parte del Estado y las clases dominantes para frenar ese impulso e instaurar, dictadura mediante, las bases de la sociedad en la que vivimos hoy. Ahora el relato histórico y el discurso político y mediático mantienen ese miedo a cualquier perspectiva de cambio revolucionario. Uno de los triunfos del pensamiento conservador es que la democracia pasó a ser un tótem, y la revolución, una mala palabra.

Ludmila Katzenstein Bermúdez. Este artículo forma parte de una investigación en proceso sobre el Frente Estudiantil Revolucionario-FER entre 1967 y 1974.

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