El drama de las cárceles uruguayas es constante desde hace décadas. Cada tanto, algún hecho atroz se hace público y causa un estado de alarma breve. Luego gran parte de la ciudadanía se olvida o se quiere olvidar de lo que sucede todos los días.
La señal de alarma más reciente fue el informe del comisionado parlamentario para el sistema carcelario, Juan Miguel Petit, sobre el incendio del 9 de diciembre en el módulo 4 del ex Comcar, que causó la muerte de cuatro personas y quemaduras graves a otra, aún internada.
El informe de Petit, al que le dedicamos una nota ayer, es claro, elocuente y estremecedor. El módulo 4 está previsto para la reclusión de 400 personas, pero el 9 de diciembre alojaba a 653. El hacinamiento fue determinante para que comenzara el incendio, debido a un cortocircuito por sobrecarga en la celda 35, donde había cinco personas durmiendo. La escasez de ventilación de las celdas de ese módulo fue una entre varias razones de su identificación, en 2020, como un área de “trato cruel, inhumano o degradante”.
Cuando se produjo el incendio, en el turno de 19.00 a 7.00, había sólo dos funcionarios encargados de custodiar a las 653 personas mencionadas. La celda 35 está en el segundo piso; el lugar de trabajo de los dos guardias es la planta baja. En cada piso hay un espacio central vidriado, al que llaman “consola”, previsto como puesto de observación y vigilancia. Como muchos similares, hace años que está en desuso por carencias de personal, logísticas y de mantenimiento.
La mayoría de las cárceles uruguayas están deterioradas y mal mantenidas; a esto se le agregan problemas graves de convivencia entre las personas recluidas, y entre estas y los funcionarios. Son un pésimo lugar de trabajo, mal remunerado, al que poca gente aspira. Muchos lo dejan apenas tienen otra posibilidad, o simplemente porque no aguantan. Es crónico que haya presos de más y guardias de menos; esto contribuye a instalar un círculo vicioso, junto con varios otros factores.
Uno de los motivos para que existan las “consolas” es que desde ellas se puede intervenir con la rapidez necesaria ante situaciones críticas, como la causada por un incendio. Pero en el segundo piso no había –y no hay– funcionarios, sensores de temperatura o humo, rociadores, cámaras de seguridad ni “botones de pánico”. Se les llamó la atención a los dos guardias de la planta baja con gritos y golpeteos. Cuando los escucharon y acudieron al segundo piso se había perdido un tiempo precioso.
Tras aquel incendio, desde el Ministerio del Interior alegaron que “no se podía hacer nada para evitarlo”. Eso sólo es cierto en referencia al momento mismo en que se produjo. Antes se podía, y hoy se puede para que no vuelva a suceder algo igual o peor. 2021 fue el año con más muertes en las cárceles uruguayas desde que se lleva registro: esto tampoco fue inevitable.
Muchas personas creen que lo más importante es “que los delincuentes estén presos”. Entre ellas, unas cuantas consideran correcto y necesario que la pasen muy mal, y rechazan la idea de que el Estado destine más dinero a mejorar sus condiciones de reclusión. Así estamos.