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La democracia navega en aguas turbulentas

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Lo sucedido en Brasil recientemente debería hacernos reflexionar, pensar y discutir sobre la democracia: no es un tema insignificante. Como planteó hace un tiempo Waldo Ansaldi en su artículo “La democracia en América Latina, un barco a la deriva, tocado en la línea de flotación y con piratas a estribor. Una explicación de larga duración”, podemos decir que los sectores dominantes son poco afectos a la democracia. En el fondo el problema de la democracia se da cuando los poseedores de riqueza sienten amenazados algunos de sus privilegios.

Eso fue lo que pasó en la década de los 60 del siglo pasado en toda la región, cuando los sectores populares empezaron a tener cada vez mayor poder de organización para disputar el poder a las clases dominantes que hasta ese momento concentraban la riqueza y disfrutaban de sus privilegios sin grandes sobresaltos. Es allí donde la democracia no fue un sistema confiable. Es allí donde aparecen los grupos de ultraderecha para detener la organización del movimiento popular.

Pero recordemos que en Uruguay no fue novedad que las derechas se movilizaran y actuaran para cuestionar y derrocar a la democracia (aunque una y otra vez se siga pensando en Uruguay como la “Suiza de América”). Ya en las primeras décadas del siglo XX las derechas se movilizaron y se escandalizaron con las reformas impulsadas por el batllismo. Luego vino el golpe encabezado por Gabriel Terra. Muchos de los que actuaron en ese proceso habían actuado también con las políticas que frenaron las reformas batllistas. Luego en la década del 40 se vuelve a vivir una andanada de derecha que pone en cuestión la democracia. Y allí no había peligros comunistas o subversivos. Lo que había era una política de distribución de la riqueza, en donde la oligarquía agroexportadora perdía mínimos privilegios.

Transformaciones democráticas en la región

En este avanzado siglo XXI, las derechas ya vieron cómo los sectores populares se han organizado en toda la región y han logrado tener capacidad de disputar espacios de poder y concretar en ocasiones la distribución de riqueza.

Con aciertos y errores, tres países marcaron la tónica de los primeros años de los 2000: Venezuela, Ecuador y Bolivia. Estos tres países tuvieron cambios profundos desde las mismas Constituciones.

Yamandú Acosta -en su última obra denominada Sujeto. Transmodernidad. Interculturalidad. Tres tópicos utópicos en la transformación del mundo- analiza estos cambios que se vivieron y cómo se relacionarían con una mirada que va más allá de la modernidad hegemónica. Así retomando, haciendo suyos y trascendiendo los planteos de Enrique Dussel sobre la transmodernidad plantea que tanto en Bolivia como en Ecuador se plasmaron estados plurinacionales que refundaron esos países. El trabajo político-filosófico en esos países fue muy fuerte. Esos procesos fueron un faro para los sectores que buscan cambios profundos en toda la región. Pero con los acontecimientos ocurridos en Chile queda demostrado que no todo puede trasladarse y que cada país tiene motivos y condiciones particulares para el accionar político.

Estos procesos constituyentes fueron procesos democratizadores para cada uno de esos países. Para las oligarquías, fueron inaceptables. ¿Por qué? Porque llevaron a la participación activa de los sectores populares, que se convirtieron en movimiento popular organizado, que lograron tomar en sus manos los destinos de sus países.

Al mismo tiempo que se sucedían estos avances populares en nuestra región (que se veía como laboratorio político-filosófico por parte de varios intelectuales europeos que leían y analizaban lo que aquí pasaba), el mundo estaba en un proceso de cambio. Quizá el cambio más impresionante fue la presencia de China en la región y en todo el mundo como potencia. Los intereses económicos de esta potencia también llegaron a esta región. Es así que se pasó del “Consenso de Washington al consenso de los commodities”, en palabras de Marsitela Svampa, y hoy la presencia de esta potencia en la compra de la producción de nuestros países es inmensa.

¿Democracias sin ciudadanos plenos?

La presencia del gigante asiático crece y la oligarquía local hace lo que hizo siempre: vender su producción y acumular más riquezas. No le interesa en lo más mínimo si en China existe o no una dictadura, porque mientras le compren su producción, no habrá problema.

La libertad de la que hablan las oligarquías locales es la libertad de mercado y la libertad para hacer negocios. La libertad se termina cuando aparecen los reclamos y las protestas. Lo estamos viviendo en Uruguay con respecto a la lucha que están desarrollando los estudiantes y docentes respecto a la reforma de la educación que se está imponiendo de manera inconsulta y exprés.

Es imposible no tener presente que lo que sucede en los dos países vecinos influye en nuestro país, porque las derechas continentales actúan de manera coordinada.

El argumento de las autoridades es el mismo que plantearon al momento de presentar la Ley de Urgente Consideración (LUC) en 2020: la ciudadanía votó un cambio y ese cambio le brindaría al gobierno carta libre para llevar adelante cualquier política. Los opositores a estos cambios no respetarían la democracia, serían el “palo en la rueda”. El argumento es simplista: la democracia debería conformarse con el acto eleccionario cada cinco años. Luego los gobernantes tendrían libertad de acción.

Para poder actuar y desarrollar este sentido de la democracia que tiene incorporada la oligarquía local es que están una y otra vez violentando la convivencia y los espacios de discusión, investigando y llevando a la justicia a opositores. Los primeros que fueron investigados y enjuiciados por el sistema político fueron docentes pertenecientes a la Federación Nacional de Profesores de Enseñanza Secundaria (Fenapes) y hoy ya hay legisladores de la oposición que están siendo investigados y judicializados.

También se hostiga a los opositores y no se les permite hacer uso del derecho a la protesta (es el caso de los estudiantes de secundaria), se los “escracha” en redes sociales (el caso de un estudiante del Instituto Profesores “Artigas” es quizá el más conocido), se los persigue y sanciona por declarar en la prensa violando el derecho y la libertad de expresión.

En Uruguay gobierna una coalición multipartidaria que tiene como líder a un representante de la vieja oligarquía. A su vez está presente con mucho peso político un partido que representa a los sectores más conservadores de los militares que continúan luchando por mantener y extender la impunidad en el país. Hay otros partidos pero son menores.

Los herreristas (hoy el Partido Nacional está desdibujado y está buscando crear una fuerza alternativa al sector del presidente pero que no tiene ninguna chance real de ganar) y cabildantes también tienen intereses empresariales concretos pues varios de ellos son grandes productores o dueños de tierras de grandes extensiones. Por eso la Confederación de Cámaras Empresariales es una aliada fiel en cada una de las medidas que toma el gobierno. Es por ese motivo que el gobierno no puede visualizar la penuria de miles de uruguayos que comen en ollas populares o cómo la inseguridad y los narcotraficantes ganan terreno en los barrios populares, abandonados por este gobierno que decidió recortar presupuesto en esos barrios dejando nulas perspectivas de futuro.

De esta manera se desarrolla una visión de la democracia que aumenta la desigualdad entre la ciudadanía y logra mantener a una población apática de los procesos políticos. Así se logra que el ciudadano sea un mero votante. Se apuesta a la despolitización de la ciudadanía, para que sea una masa que sigue a jefes o a agencias de publicidad que marcan lo que hay que hablar y pensar en los grandes medios de comunicación. De este modo tenemos “democracias pobres” y es por ello que “la democracia está lejos de estar consolidada [en nuestra región]”, sostiene el sociólogo Waldo Ansaldi. Afirma que la democracia “es como un barco a la deriva que no termina de encontrar rumbo (...) amenazado a estribor (derecha) por piratas que sólo piensan en el botín”.

Este es el sentido que está en disputa en toda la región: el sentido que tenemos de lo que se entiende que es un sistema democrático. Es imposible no tener presente que lo que sucede en los dos países vecinos influye en nuestro país, porque las derechas continentales actúan de manera coordinada. Brasil está viviendo un final de campaña electoral con un nivel de violencia ejercida por los sectores bolsonaristas de manera exacerbada. Y en Argentina el intento de magnicidio es quizá la culminación de una política que ha llevado a la derecha a levantar el odio y la crispación en buena parte de la sociedad. Es por eso que las aguas están turbulentas y nada se sabe de lo que puede suceder con el barco llamado democracia.

Héctor Altamirano es docente de Historia.

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