Hace más de un año, el Fondo de Población de la Organización de las Naciones Unidas nos convocó para un proyecto piloto con las mujeres de las ollas y merenderos populares de las zonas más pobres de Montevideo. En ese momento se nos planteó el gran desafío de trabajar sin ser invasivas ni intervenir desde un pedestal del saber académico con este grupo de mujeres que tienen una tarea enorme sobre sus espaldas, con el fin de reflexionar de forma colectiva sobre el lugar que ocupan en el barrio, sobre el hambre, las redes y la solidaridad con una perspectiva de género. De esa experiencia surgen estas líneas.
En un primer momento establecimos contacto con las mujeres que llevan adelante las ollas y buscamos generar cercanía y cierta confianza que nos permitió desarrollar algunos talleres sobre violencia de género y derechos sexuales y reproductivos, mientras conocíamos sus intereses y preocupaciones, sus formas de organización y dificultades, entre otros temas.
Esta etapa culminó en un primer encuentro en diciembre de 2021, una reunión en la que por primera vez se veían las caras mujeres que llevan adelante la misma tarea en distintas zonas de Montevideo y con diferentes herramientas, recursos y apoyos. Allí se pusieron sobre la mesa sus preocupaciones. Por un lado, cómo seguir sosteniendo la olla y la necesidad de fuentes laborales y de capacitaciones para el empleo; por otro, en un segundo nivel surgieron el flagelo del consumo problemático de drogas en sus comunidades, la violencia de género y el embarazo adolescente. De ese encuentro también surgió una serie de testimonios que mostraron sus reclamos y sentires.1
En junio de 2022 comenzó la segunda etapa del proyecto, cuyo objetivo fue contribuir en esos dos barrios de Montevideo con el fortalecimiento de la malla solidaria femenina a través de una serie de actividades de articulación y capacitación con una perspectiva de derechos y de género. En esta segunda fase tuvimos la misma precaución: no ser invasivas ni sobrecargar de tareas adicionales a las mujeres que llevan adelante el enorme trabajo de cocinar y repartir cerca de 34.000 porciones semanales en las zonas de Cuenca Casavalle y Los Bulevares.
En las reuniones de coordinación que llevan adelante estas mujeres se nota el desgaste que llevaban consigo, tanto personal como colectivo. Las principales preocupaciones son la reducción en los insumos, la falta de constancia en las entregas, los desafíos de coordinación con instituciones de gobierno nacionales y subnacionales y la falta de reconocimiento de algunas ollas que están funcionando desde hace más de un año gracias a la solidaridad de otras ollas.
Acercarse y escuchar
El mes pasado tuvo lugar la segunda reunión de las mujeres referentes de las ollas de Los Bulevares y Cuenca Casavalle. Salir del barrio, estar en un espacio en el que son ellas las protagonistas, no tener que preparar la comida y que haya animadores para entretener a sus hijos e hijas (o a sus nietos y nietas) fueron aspectos motivadores para la concurrencia. En esta nueva instancia hubo 40% más de participación.
En el segundo encuentro se problematizó el funcionamiento de las ollas, las articulaciones con los actores institucionales locales, las demandas más urgentes y las posibilidades de trabajar en red de mujeres. A la hora de intercambiar fueron frontales y demostraron tener una aguda capacidad de análisis para identificar las dificultades y el impacto que genera la gestión de las ollas y merenderos en sus barrios, en sus vidas y las de sus familias.
El recorte de insumos y el incremento de la demanda de porciones de comida surgió como la dificultad central en el sostenimiento de las ollas. Señalaron que hubo una reducción de las porciones y posibilidades de variación cada vez más acotadas: ante la falta de insumos para otros menús, el guiso es el plato que más se elabora.
Las mujeres referentes de las ollas no ven un futuro inmediato muy alentador. Reconocen que hubo un aumento de la complejidad de la gestión de las ollas y los merenderos, y que se enfrentan a hacer más con menos.
El desgaste físico de sostener este trabajo solidario pero, sobre todo, el desgaste emocional fue lo que resaltaron de forma unánime. La angustia, el estrés, los cuadros de ansiedad y las descompensaciones de su salud se instalan como una preocupación real y sentida. Las agobia la falta de apoyos y las responsabilidades de sostén alimentario que asumen en soledad frente a la comunidad. Hay una desprotección y una vulnerabilidad de sus derechos como mujeres y trabajadoras, que se exponen a contextos de violencia incrementados en el último período (robos, amenazas, agresiones), problemas que aumentan la precariedad y la inseguridad en que desarrollan su trabajo.
Ellas son conscientes de a lo que se enfrentan, pero aun así las sigue moviendo la solidaridad y prevalecen más las urgencias de las personas de sus entornos que su cuidado personal. Estas mujeres han transitado un proceso de aprendizaje en la gestión de las ollas, que capitalizaron en lo personal y en lo social: las hace visibles y las ubica en un lugar de liderazgo legítimo, con una carga de responsabilidad muy grande, pero también de gran fragilidad por las condiciones en que lo ejercen.
Estas mujeres asumen con energía y les gratifica el cometido que cumplen en su comunidad. Un rol que trasciende el soporte alimentario, que se extiende al desarrollo de otras tareas que suman a las que realizan habitualmente, como las campañas de abrigo, las actividades para los niños y niñas, la recolección de muebles, de colchones y materiales ante situaciones de incendio o inundaciones, las campañas de recolección de útiles escolares, la contención y escucha frente a casos de violencia doméstica y abuso sexual infantil, la búsqueda de ayuda para estas situaciones, entre tantas cosas.
El límite de sus responsabilidades con la comunidad en el sostenimiento de las ollas también apareció en las conversaciones. Se cuestionaron qué pasa cuando están demasiado cansadas o enfermas, cuando un día no pueden cocinar; surgieron interrogantes de cómo manejarse ante los reclamos de comensales que esperan la porción de comida, se preguntaron si se sienten responsables o culpables por no cumplir con lo que se espera de ellas.
Por otro lado, expresaron una carga de estrés adicional que les supone la contención de las personas que acuden a la olla. En la medida en que no cuentan con recursos, servicios ni con la información adecuada para compartir u orientar, se sienten desbordadas: “Yo hay días que no quiero escuchar más nada, porque no puedo más, no quiero que me cuenten nada, porque no sé qué hacer y me quedo con eso en la cabeza, me enferma”, sostuvo una de las participantes durante el encuentro.
La cuestión de hasta cuándo y cómo sostener toda esta trama de cuidados apareció como un dilema. Una dificultad justificada, si se tiene en cuenta que 15% de los hogares tiene inseguridad alimentaria moderada o grave, según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).
En este contexto, las mujeres referentes de las ollas no ven un futuro inmediato muy alentador. Reconocen que hubo un aumento de la complejidad de la gestión de las ollas y los merenderos, y que se enfrentan a hacer más con menos y a resolver cómo y a quiénes dar. Lo que hace unos meses se percibía como difícil y excluyente desde el punto de vista económico y social se agravó, y no avizoran posibilidades de que esto se revierta a corto y mediano plazo.
Soledad González y Milka Sorribas son feministas con una amplia trayectoria de trabajo con colectivos de mujeres.
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Se pueden ver los testimonios en https://www.youtube.com/watch?v=Eg6IfndVHVg. ↩