Las elecciones estadounidenses frenaron la pronosticada “ola republicana” y dieron un buen resultado a los demócratas. En gran medida constituyeron una reacción hacia la deriva extremista del Partido Republicano y a la ofensiva conservadora contra el aborto. De este modo, como ocurre pocas veces con los oficialismos estadounidenses en las elecciones de mitad de término, Joe Biden y los demócratas tienen motivos para celebrar.
Cuando a comienzos de 2021 Joe Biden asumió como presidente de Estados Unidos con mayoría en ambas cámaras del Congreso, el reloj comenzó inmediatamente a hacer tic-tac. El Senado se dividió en partes iguales (50-50), pero los demócratas se alzaron con el control debido al desempate de la vicepresidenta Kamala Harris. En la Cámara de Representantes los republicanos tienen un estrecho margen a su favor de 222 a 213 (cada uno de los 435 miembros de la Cámara se presenta a elecciones cada dos años, mientras que los senadores duran en sus funciones seis años, por lo que un tercio van a elecciones junto con cada elección nacional).
Tal como lo hicieron durante la presidencia de Barack Obama, los republicanos se rehusaron siempre a cooperar en asuntos de importancia. La estrechísima mayoría demócrata, requerida para aprobar cualquier ley, pronto entraría en zona de riesgo: el oficialismo casi siempre ha perdido terreno en las elecciones de medio término. Si 2022 hubiese sido un año normal, los demócratas hubiesen perdido muchas bancas. Pero la pregunta sigue siendo: ¿fue 2022 un año normal o la amenaza que representa Donald Trump ha lanzado la política estadounidense a una nueva órbita?
El veredicto que dieron las urnas el 8 de noviembre sugiere que la respuesta a esta última pregunta es un sí. El resultado electoral no fue la enorme derrota que muchos demócratas temían y los republicanos esperaban. Biden se veía encantado. Al momento de escribir este artículo, los demócratas mantendrían el control del Senado, aunque por escaso margen, y perderían el control de la Cámara de Representantes, también por poca diferencia. El control republicano de la Cámara de Representantes dará poder e influencia a los miembros más lunáticos de su bancada, lo que pondrá de relieve el extremismo del partido, que tuvo un costo en estas elecciones. Del lado demócrata, después de las elecciones de 2020 hubo tensión entre los demócratas progresistas y los demócratas moderados sobre si sus candidatos de izquierda habían corrido el partido demasiado hacia ese sector para muchos votantes. Pero los resultados de 2022, en los que ganaron terreno los demócratas progresistas, han aplazado esa discusión. Ahora son los republicanos quienes deben enfrentar la realidad de que las teorías conspirativas, la negación de los resultados electorales y el culto a la personalidad en torno a Trump impulsan y al mismo tiempo frenan al partido. “Esto es un desastre absoluto”, dijo un comentarista conservador el miércoles, “los votantes han condenado al Partido Republicano”.
Durante aproximadamente dos años en el poder, los demócratas han conseguido algunos logros reales, pero siguen muy lejos de los cambios transformadores. La primera ley importante aprobada por los demócratas, a principios de 2021, fue un programa de asistencia para hacer frente a la pandemia de covid-19. Incluía fondos para escuelas, transporte, y proveía de transferencias en efectivo a personas de bajos y medianos ingresos. Muchos objetivos progresistas clave, como un salario mínimo de 15 dólares por hora, no llegaron a incluirse en el texto final de la norma. Sin embargo, a medida que las personas regresaban al trabajo y la pandemia se debilitaba, el mercado laboral mejoró rápidamente. Desde un pico de 14,7% de desempleo en plena pandemia –en abril de 2020–, la tasa cayó rápidamente y, para diciembre de 2021, no llegaba a 4%, porcentaje en el que se ha mantenido durante todo 2022.
Pero después del Plan de Rescate los demócratas lucharon por la aprobación de más leyes. Las conversaciones se empantanaron entonces con los miembros más conservadores de la bancada en el Senado. A medida que las negociaciones se prolongaban, el desafío económico fundamental parecía cambiar: pasó de los problemas para trabajar debido a la covid-19 al problema de la inflación, ya que el aumento de los precios comenzó a erosionar los salarios reales. En un contexto de alta inflación, no se esperaba que el Estado gastase lo que se había pensado, y los demócratas comenzaron a intranquilizarse porque no lograrían ninguno de sus principales objetivos para 2020, salvo haber quitado del camino a Trump. Finalmente, en agosto de 2022 se aprobó otro proyecto de ley, eufemísticamente denominado Ley de Reducción de la Inflación, pero se trataba en realidad de una inversión, principalmente de fondos federales, en la lucha contra el cambio climático.
Casi al mismo tiempo, Biden anunció un plan de condonación de préstamos estudiantiles de hasta 20.000 dólares para aquellos cuyos ingresos no fueran demasiado altos. Gran parte de la deuda estudiantil consiste en préstamos del gobierno federal, que da al presidente autoridad para cancelarlos recurriendo a potestades para casos de emergencia, pero el plan está hoy bloqueado por un tribunal federal conservador. Al hacer esto, Biden estaba actuando sobre parte de un reclamo de los demócratas más radicales. La cancelación de préstamos fue llevada a la arena política por las protestas de Occupy Wall Street en 2011 y fue una de las principales causas fomentadas por las campañas de Bernie Sanders de 2016 y 2020. Si bien la cancelación o la “desmercantilización” de la educación superior no es una solución estructural, es muy popular entre los jóvenes, para quienes el costo de la educación superior ha aumentado sustancialmente en comparación con las generaciones anteriores. En las elecciones de medio término, los votantes menores de 30 años –para quienes el costo de la universidad y el cambio climático son prioridades– favorecieron a los demócratas en la competencia por la Cámara de Representantes, con márgenes significativos, de 63% a 35%.
En términos más generales, los republicanos han organizado su energía en torno a causas que pueden describirse como anti woke (woke es el término utilizado por la derecha para referirse despectivamente a las ideas progresistas). Entre ellas puede encontrarse la criminalidad, relacionada con el argumento de que los demócratas están demasiado concentrados en combatir el racismo como para proteger a la gente de los delincuentes. Mucha energía de base se dedica a los temas de la “batalla cultural”: que la “cultura de la cancelación” apunta a controlar el discurso, convirtiendo así a los liberales/progresistas en verdaderos totalitarios; que la “teoría crítica de la raza” está adoctrinando contra los blancos en las escuelas; que las drag queens les leen libros a los niños en su biblioteca local o que la “ideología de género” enseñada por docentes sexualiza precozmente al alumnado; que los atletas trans vuelven desleal el deporte femenino.
La indignación cambia de un objetivo a otro con cierta regularidad, pero la furia se mantiene en un alto nivel, impulsada por los medios conservadores. Los miembros de las juntas escolares (que son elegidos en la mayoría de las ciudades y generalmente no reciben remuneración) ahora reciben amenazas de muerte con regularidad, como también las personas (incluidos los republicanos) que supervisan el conteo de votos y administran las elecciones. Y aunque el Partido Republicano aún no se ha movido en materia de política fiscal, algunos intelectuales de derecha parecen estar yendo más allá del conservadurismo del gobierno pequeño de la era Reagan y están contemplando, en cambio, la necesidad de un Estado fuerte que sea capaz de defender a las familias tradicionales de aquello que se percibe como amenaza proveniente de las instituciones woke, que van desde empresas hasta universidades. La reorientación de ciertos sectores del Partido Republicano hacia una postura nacionalista en favor de un Estado fuerte, racista, antisemita y ultrapatriótico, incluido el culto a la personalidad y la fijación con el acceso a las armas, y dotado de un sofisticado aparato de propaganda, ha generado preocupación por la violencia política y surge la duda de si es “fascismo” la palabra adecuada para describirlo (para este debate interminable prefiero usar el término “fascismo con características de reality show”).
Estas elecciones de medio término confirmaron que, a pesar de todo lo ocurrido en los últimos seis años, poco ha cambiado. El miedo y el amor por Trump siguen moldeando los comportamientos.
Así, el presidente Biden y los demócratas hicieron de la protección de la democracia en sí una pieza central de su campaña. Biden sostenía que era la mismísima democracia la que estaba en juego “en la boleta electoral”. En la Cámara de Representantes, una comisión selecta ha estado celebrando audiencias para investigar los ataques al Capitolio del 6 de enero de 2020, y han sido probablemente las audiencias del Congreso más importantes desde que las investigaciones del Watergate forzaron la renuncia de Richard Nixon a comienzos de la década de 1970. Hablando con testigos y reuniendo pruebas, han demostrado claramente que Trump fue el autor intelectual del ataque, alentando a sus seguidores con sus mentiras sobre los resultados electorales.
Sin embargo, el trabajo de la comisión parece haber tenido poco impacto entre los republicanos. Más de 60% de ellos responden en las encuestas que siguen creyendo que la victoria de Biden en 2020 fue ilegítima.
El otro tema que unió a los demócratas en esta elección fue la protección del derecho al aborto, que también, en cierto modo, está relacionado con cuestiones de democracia y gobernabilidad. En junio pasado, por 6 votos contra 3, la Corte Suprema revocó la decisión de 1973 –tomada por una Corte Suprema diferente– que había legalizado el aborto en los cincuenta estados. Con este fallo, tal como era antes de 1973, los estados pueden decidir si el aborto es legal y bajo qué condiciones. Los conservadores calificaron la decisión como un avance en favor de la democracia y restituyeron el poder de decisión a los estados. Pero muchas mujeres se enfrentaron a la pérdida repentina de un derecho garantizado por generaciones. Esto también ha puesto en duda la legitimidad política de la Corte, sobre todo porque la mayoría conservadora de 6 a 3 es producto del abuso de poder y no de la voluntad popular. El cargo de todo juez de la Corte es vitalicio, cada miembro es designado por el presidente y necesita ser confirmado por el Senado.
Si se la considera sólo como una cuestión de política electoral, y dejando de lado algunas cuestiones de derechos fundamentales, la política sobre el aborto ha demostrado favorecer a los demócratas. Quienes se oponen al derecho al aborto son una minoría, y una mayoría consolidada de estadounidenses prefiere que sea legal. En agosto, una consulta popular especial en el conservador estado de Kansas rechazó la propuesta de una enmienda a su constitución que habría hecho ilegal el aborto. En estas elecciones, en los estados en los que el derecho al aborto figuraba en las boletas electorales como tema de referéndum, los demócratas lograron mejores resultados que los esperados. En todos los estados donde se les consultó a los votantes se terminó salvaguardando el aborto legal. Entre ellos, varios del Medio Oeste, que generalmente son proclives a favorecer a los republicanos.
Pero si es probable que este resultado alivie las tensiones internas en el Partido Demócrata, las del Partido Republicano finalmente explotarán. Entre los republicanos a los que les gustaría alejarse de Trump está el gobernador de Florida, Ron DeSantis, a quien se menciona con frecuencia como posible sucesor, y que representa una suerte de “trumpismo sin Trump”. Sus políticas no difieren mucho. En setiembre gastó algo así como 12 millones de dólares para llevar dos aviones llenos de refugiados venezolanos desde Texas a Martha’s Vineyard, una isla rica, pero mayoritariamente demócrata, en Massachusetts. Si tenía la intención de exponer la hipocresía demócrata, fracasó: una vez allí, la comunidad se solidarizó con los refugiados y los ayudó a encontrar un alojamiento más estable. Hubo dudas sobre la legalidad de las acciones de DeSantis, que podrían haberse calificado como trata de personas. Sin embargo, DeSantis no tiene el mismo tipo de energía carnavalesca que Trump.
Trump ya ha comenzado a atacar a sus posibles rivales republicanos. Su apodo para DeSantis, “Ron DeSanctimonious” no se encuentra entre sus mejores creaciones. Trump también ha amenazado con revelar información que dice tener sobre DeSantis y lo definió como un gobernador “promedio” que no habría tenido éxito sin su ayuda. Por ahora, DeSantis se ha mantenido callado. Pero si sectores de las élites republicanas están tomando esta elección como un argumento a favor de que el partido se aleje de Trump, tendrán que convencer a sus votantes para que lo hagan. Y los seguidores de Trump tienen un vínculo emocional con el expresidente que será difícil de romper.
Finalmente, estas elecciones de medio término confirmaron que, a pesar de todo lo ocurrido en los últimos seis años, poco ha cambiado. El miedo y el amor por Trump siguen moldeando los comportamientos. Queda una mayoría numérica que se opone a Trump, como siempre la ha habido. Pero los números están parejos, y la distribución del voto a favor de Trump y la voluntad de los republicanos electos de aprovechar todas las ventajas da a esa minoría un poder considerable. La democracia posiblemente esté “en la boleta electoral”, como dice Biden, y probablemente lo estará una vez y otra vez y otra más.
Patrick Iber es profesor asistente de Historia en la Universidad de Wisconsin. Una versión más extensa de este artículo fue publicada originalmente en Nueva Sociedad. Traducción: Carlos Díaz Rocca.