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Ilustración: Ramiro Alonso

Encontrar a nuestros desaparecidos es encontrarnos

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Yo no conocí a Aída, tampoco a su mamá, Elsa. Sí a su hermano Carlos y su compañera, Anabella, en el grupo de Familiares de Detenidos Desaparecidos.

Ellos buscaban a tres generaciones que había desaparecido el terrorismo de Estado. Junto con Aída habían secuestrado a su hija aún en su vientre. La hija de Aída, como la cantaba el Sabalero en la canción de cuna más triste que conocimos... La hija de Aída y Simón, decía el Sabalero.

Fuimos conociendo a Aída en los años de búsqueda, a través del relato de sus compañeras de trabajo, de su familia, y de los testimonios de quienes habían sobrevivido a la terrible experiencia del campo de concentración.

Todos los relatos que se recogían coincidían en mostrarnos a una mujer afectuosa y firme en sus convicciones, consecuente con los compromisos que asumía; así la ven sus relaciones del barrio, la describen también así en su trabajo como enfermera, en la militancia organizada del sindicato o del grupo político. Era esa Aída la que vivió y resistió las torturas en el pozo de Banfield y en Quilmes. La que vio que se llevaban a su hija recién nacida.

En Abuelas de Plaza de Mayo había una carpeta por cada niño y niña desaparecida, que contenía una hoja oficio donde estaban escritos los datos básicos de cada uno.

Las de los hijos de los uruguayos estaban juntas, en el mismo estante. Algunas, la mayoría, eran muy finitas porque no tenían más que una o dos hojas. Datos personales de sus padres y el relato de los hechos de la desaparición, con fechas y descripción de los lugares donde esos hechos se habían producido. En el caso del niño o niña ya nacido, una foto, una descripción física aportada por sus abuelas o tías.

Había en toda la tarea que se llevaba a cabo en Abuelas, en 1984, un grado de inexperiencia notoria, y eso era lógico: las que la estaban llevando adelante eran familiares de personas desaparecidas, y la situación de orfandad estatal, de inseguridad reinante, las obligaba a que tuvieran que llevar ellas mismas las tareas de tomar declaraciones, de hacer los registros y hasta de poder detectar si no se estaba ante una versión fantasiosa, hecha a conciencia o por quién sabe qué razones inconscientes.

La mayor parte de la escritura de las hojas daba cuenta de los trámites que la familia había realizado en la búsqueda: hábeas corpus, entrevistas, hospitales visitados, orfanatos, morgues, correspondencia de los pedidos de informes... todo eso mostraba la atmósfera, el campo sinuoso del terrorismo de Estado: caminar a tientas, la imprecisión era lo que generalizaba todo aquello. Es que ahí estaba presente la esencia del terrorismo de Estado, que no tenía que dejar huellas, donde todo estaba hecho para que no se conociera, para no ser encontrado, para desaparecer.

Aún recuerdo ese sentimiento que nos invadía a cada una de nosotras cuando cada mañana nos poníamos a revisar los dos biblioratos grandes donde Abuelas colocaba la información que llegaba diariamente.

Encontrar a nuestros desaparecidos es encontrarnos a nosotros mismos; buscarlos a ellos es encontrarnos nuevamente con los valores humanos que el terrorismo de Estado quiso desaparecer.

En uno decía en su tapa “niños”, y en el otro, “niñas”. Y el familiar que buscaba a la descendencia posible de su hijo o hija se introducía en un espacio de incertidumbre, tratando de encontrar rastros de los suyos a través de fechas, lugares, rasgos físicos que aportaba la información... todo en medio de la ansiedad de encontrar la coincidencia y la angustia del vacío.

Más de una vez hallamos información que aportaba los mismos datos, pero el sexo del bebé variaba. ¿En qué carpeta ponerlo?

La información llegaba de forma anónima en su gran mayoría. En muchas oportunidades proporcionada por los servicios del régimen dictatorial aún activos, con el fin de distorsionar aún más la complejidad de la búsqueda.

Un trabajo que se realizaba con partidas de nacimiento de los años de dictadura permitió conocer algunas firmadas por un médico policial, Jorge Antonio Bergés, persona que es reconocida por sobrevivientes como activo en el pozo de Banfield, donde habían ocurrido varios nacimientos.

Aunque esta información llegó en 1984, pasaron varios años antes de que se procesara. A Banfield y Quilmes, dos centros clandestinos próximos, relacionados entre ellos, fueron llevados uruguayos entre diciembre de 1977 y mayo de 1978, casi en su totalidad militantes de los Grupos de Acción Unificadora (GAU). Este fue otro operativo del Plan Cóndor en el que actuaron la Marina y el Ejército uruguayos junto con las Fuerzas Armadas argentinas.

Fue gracias a los valiosos testimonios dados por los sobrevivientes de esos campos Adriana Chamorro, Washington Rodríguez y Eduardo Corro que se pudo establecer el nacimiento de la hija de Aída y Eduardo Gallo, Carmen; también del hijo de Carlos D’Elía y Yolanda Casco, Carlos; de María Asunción Artigas y Alfredo Moyano, Victoria.

Pero yo conocí a María de las Mercedes: Carmen.

Clara Petrakos, que buscaba a su hermana nacida en Banfield, le pidió a María de las Mercedes, que ya se había acercado a la Comisión por el Derecho a la Identidad, que se realizara una prueba de ADN comparando con la genética de su familia, pensando que podía ser su hermana. El resultado fue negativo.

Fue entonces cuando Clara, a la que yo veía con frecuencia, me pidió para ver a María de las Mercedes pensando que podía ser hija de una uruguaya secuestrada en el Pozo de Banfield, más precisamente, la hija de Aída y Eduardo, por parecidos físicos.

Fue así que tuve un encuentro con María de las Mercedes en el centro de Buenos Aires y compartí la opinión de Clara, y sentí la inexplicable emoción de estar ante el reencuentro de uno más de nuestros niños/as desaparecidos/as.

Luego, Carlos y Anabella fueron al encuentro y vivieron la alegría después de la comprobación, por la prueba genética, de que habían hallado a la hija de Aída y Eduardo. Esto fue en 1999, 22 años después del nacimiento.

Cuando ubicamos a los niños, y ahora a los niños adultos, es una derrota a la impunidad. Encontrar a nuestros desaparecidos es encontrarnos a nosotros mismos; buscarlos a ellos es encontrarnos nuevamente con los valores humanos que el terrorismo de Estado quiso desaparecer.

Esta nota fue escrita a pedido del gremio de la salud para un homenaje que se hizo a Aída el 11 de setiembre de 2019. La autora quiso compartirla este 20 de mayo de 2022.

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