El individualismo en el que Vaz Ferreira piensa no consiste en “dar a cada individuo el mayor bienestar posible”, ni siquiera “que cada individuo sea tenido en cuenta y asistido”, sino más bien en favorecer que cada uno logre lo que pueda procurarse para sus propios medios. Esta es la base de su distancia del socialismo. No concibe la tendencia a la igualdad como el objetivo de aspiraciones de justicia, ya que, para él, la idea de justicia coincide con el principio de responsabilidad individual: a cada uno según sus actos, y no se enfoca en criterios distributivos. La preocupación por el desposeído le parece más bien vinculada a la bondad, la fraternidad, la solidaridad, que pueden estar presentes en la calidad moral de los agentes de la ayuda antes que en el directo reclamo del necesitado.
La realización de un orden basado solamente en la igualdad y que sea, a la vez, éticamente aceptable es, sostiene Vaz Ferreira, imposible. La instauración de tal estado de cosas por la vía de la persuasión –“a base [...] de sentimientos”, dice nuestro autor– es una “utopía psicológica”, pues supondría “un cambio psicológico demasiado grande” (T. VII, p. 23).1 Este camino lleva como inaceptable posibilidad a la imposición tiránica. Más allá de la forma en que se haya instaurado, un régimen centrado en la igualdad es “algo que fija”: “Autoridad, leyes, gobierno, prohibiciones, imposiciones, demasiado de todo eso. Y demasiado estatismo también...” (T. VII, p. 23).
Piensa que la existencia de una cierta desigualdad, cuando se da de un modo atenuado, cauto, es una condición del progreso social. Dadas las diferencias entre los individuos, el funcionamiento espontáneo de la vida social tiende a producir desigualdades. El esfuerzo de igualación siempre supondrá una intervención deliberada sobre lo que ocurre por el mero juego de los automatismos sociales. Por eso, los socialismos, desde la perspectiva de Vaz Ferreira, aun en sus versiones más moderadas, “limitan la libertad del individuo, para buscar mejor [...] la felicidad del individuo” (T. V, pág. 178).
El individualismo emergió de las condiciones mismas de la sociedad civil burguesa preexistente al Estado burgués, del que fue, una vez instaurado, su impulsor y garante de su reproducción. Los proyectos igualitaristas cuando pretendieron entroncar con las condiciones reales del desarrollo de la civilización industrial no partieron de una realidad social desde la cual la igualdad ya realizada pudiera expandirse, sino que debieron confiar en las posibilidades de la conformación de la conciencia mediante la crítica del orden existente o, directamente, por la acción política. El punto de vista de Vaz Ferreira radica en la necesidad de desarrollar críticas a rasgos significativos del orden social de su época.
Las críticas a las desigualdades que Vaz Ferreira considera injustificadas se centran en la cuestión de la herencia, el problema de la vivienda y la necesidad de asegurar a cada uno lo suficiente.
El problema de la herencia
En el pasaje de la propiedad familiar a la titularidad individual, proceso que ejemplarmente se puede observar en la evolución del derecho romano, la herencia se constituyó en la forma en que el patrimonio siguió perteneciendo a la familia. Así, la transmisión hereditaria quedó consagrada por la costumbre, razón por la que Adam Smith la consideró de derecho natural y no fruto de la legislación civil. Graco Babeuf en 1790 y el Manifiesto de Marx y Engels de 1848 promueven su abolición. Pero también hay críticas radicales desde exponentes del individualismo burgués. Partiendo del supuesto de que la propiedad se justifica como resultado de los esfuerzos y abstenciones personales, promueven la abolición de la herencia, o al menos su restricción por verlos como una prolongación de los privilegios estamentarios. Un orden social en el que rigiera plenamente el principio de libertad supondría, entendido estrictamente, un estado de cosas según el cual la posición social que cada sujeto llegue a ocupar dependa exclusivamente de sus acciones y del resultado de la competencia entre las distintas aptitudes.
Vaz Ferreira advierte: “la desigualdad presente en el punto de partida sobrepasa: es demasiada y si alguno no lo sintiera, sería más bien porque la connaturalización con grado excesivo embota los sentimientos” (T. VII, p. 35). Un régimen auténticamente individualista debería sostener a la vez la igualdad de la esfera de acción de cada individuo y la desigualdad de los resultados. Pero esta forma de igualdad no se realiza ni siquiera aproximadamente. La herencia cumple un papel fundamental como uno de los mecanismos que alteran las condiciones necesarias para que las desigualdades efectivamente puedan ser resultado sólo de las diferencias individuales. El problema de la herencia para una perspectiva individualista consecuente es superar la introducción de la desigualdad en el punto de partida, teniendo en cuenta que se trata de un estado de cosas que si bien depende de la voluntad del causante, es independiente por completo de la acción de quien recibe.
La propiedad privada irrestricta supone que entre los atributos de la propiedad está el poder disponer de los bienes post mortem, pero así se consagran diferencias iniciales incompatibles con un régimen verdaderamente individualista, dando lugar a lo que Vaz Ferreira llama un “familismo vertical descendente”, en el sentido de que las posiciones iniciales quedan fijadas por la pertenencia a una determinada familia de origen, de tal forma que se hace inviable el efectivo funcionamiento de un sistema en el que cada uno reciba según lo que efectivamente ha hecho. La herencia ilimitada, afirma Vaz Ferreira, es contraria al principio individualista de justicia y a la idea misma de libertad, pues “la mayor parte de los individuos, de hecho, no actúan libremente por falta de mínimo asegurado de punto de partida”.
Se está ante un conflicto de derechos: por una parte, el derecho de las generaciones pasadas, estimuladas por los afectos al ahorro y al trabajo, a transmitir a las generaciones futuras lo que han llegado a poseer; por otra, el derecho de los individuos actuales a condiciones iniciales iguales. La solución requiere alcanzar un punto de transacción. Para lograr tal objetivo, introduce la distinción entre lo que sería transmisible por herencia y lo que no, distinguiendo entre lo que proviene del trabajo intelectual y lo que consiste en la apropiación de elementos naturales. Considera que la limitación ha de recaer fundamentalmente sobre la herencia de la “tierra de producción”.
El reformismo batllista había encontrado un límite a su impulso de cambio en el poder de los estancieros. El filósofo, para quien muchas veces el batllismo ha ido demasiado lejos en el camino de la igualación, promueve la restricción de uno de los aspectos fundamentales de la propiedad privada. Cuando, en cambio, en el bien a transmitir prima el aspecto creativo, al hacerlo no se priva de nada a nadie, por lo tanto, el beneficio del heredero recipiente no daña a nadie. Esto muestra que lo que rechaza de la herencia no es que sea reproductora de la desigualdad, sino que sustraiga injustamente recursos finitos, la tierra como ejemplo central, a los otros miembros de la generación a la que pertenece el heredero. Lo decisivo no es la falta de mérito moral en el que recibe, lo que importa es que al heredar no produzca daño por privar ilegítimamente a los cogeneracionales. “El hecho de que un individuo tenga un derecho moral a lo que adquiere mediante el esfuerzo y tenga el consecuente derecho a hacer con esas ganancias lo que quiera no parece convertir en menos moralmente arbitrario que un niño comience con todas las ventajas y otro con ninguna”.2
La herencia ilimitada, afirma Vaz Ferreira, es contraria al principio individualista de justicia y a la idea misma de libertad.
El derecho a habitar
Vaz Ferreira entiende que en la tradición de los derechos individuales se produjo el olvido del derecho de todo ser humano a estar, a habitar, tan básico como el clásico derecho al libre desplazamiento. Esta es la tesis que defiende tanto en las conferencias de 1914 reunidas en Sobre la propiedad de la tierra (1918) como en pasajes de Sobre los problemas sociales. En 1953, en una conferencia, afirma enfáticamente que “el primero, absolutamente el primero de todos los derechos individuales, no ha sido proclamado ni reconocido nunca; y es el derecho de cada individuo a estar en la tierra, a estar sin precio ni permiso en el planeta en que ha nacido” (T. XII, p. 381). Afirma que se trata de un derecho que ocupa una posición especial en el conjunto de los derechos fundamentales, a pesar de que no haya sido adecuadamente reconocido. Su primacía es nocional: reconocer el derecho a desplazarse, a vivir en el planeta, supone que se ha reconocido el derecho a estar.
Cree que la dificultad para solucionar el problema de la vivienda proviene de no distinguir la tierra de producción de la de habitación. Si bien no todos los individuos son agricultores o empresarios, todos son habitantes.
La igualación, dice Vaz Ferreira, más allá del aseguramiento de la habitación, es progresivamente más dificultosa y está sometida a mayores obstáculos, de factibilidad antes que de deseabilidad. En general las medidas de igualación alteran los resultados de lo que el individuo logra por sus propias acciones y en principio van en contra de la justicia que, para Vaz Ferreira, indica que cada uno ha de recibir lo que resulte como consecuencia de los propios actos. La resolución de los conflictos producidos por los requerimientos enfrentados de la libertad y la igualdad no puede ser del tipo todo o nada. De lo que se trata es de llegar a “una fórmula para los espíritus sinceros y comprensivos. Simplificando: todos deberían coincidir en: 1º asegurar al individuo hasta cierto grado; 2º, después, dejarlo: entregarlo a la libertad, con las consecuencias de su conducta y de sus aptitudes. Esta fórmula es para todos. Y, la diferencia, en el grado: unos serían partidarios de dejar libre al individuo con menos asegurado; otros de asegurarle más, para de ahí, dejarlo libre” (T. VII, p. 32).
La fórmula que usa en Los problemas sociales tiene por objetivo la búsqueda de un compromiso de mínimos que el mismo Vaz Ferreira representa en forma de diagrama como tres círculos concéntricos.
El círculo central (A) corresponde al espacio asegurado a cada uno, la corona externa (L) representa el espacio entregado a la libertad, donde el individuo no es asistido y queda librado a sus propias fuerzas. Vaz Ferreira entiende que una sociedad en la que todo fuera A sería rígida y negaría las diferencias individuales, en cambio si todo fuera L dejaríamos a los individuos librados por completo a su suerte, sin auxilio frente a los infortunios que inevitablemente amenazan la existencia, muchos de los cuales ocurren independientemente de las responsabilidades individuales. La corona intermedia (D) es un espacio variable en su extensión, en el que pueden divergir las personas de buena voluntad, según que se inclinen por extender la libertad o por expandir la igualdad. Es una cuestión de grados. Las coincidencias y las divergencias son el resultado de sentimientos y no de la aplicación de fórmulas prescriptivas, las argumentaciones movilizarán a quienes actúen de buena voluntad. Estos sujetos son el resultado del progreso evolutivo, sin los cuales no hay acuerdos posibles que permitan progresar en la cuestión social.
En este punto de encuentro, el individualista puede acordar con el socialista que sostenga programas parciales, no con aquel que busque un igualitarismo total, al que considera utópico y retardatario. Los términos viables de la solución suponen una transacción entre valores sobre el ordenamiento social, y consiste en el establecimiento de “una organización que pudiera asegurar a cada individuo como tal, además de salud, instrucción y “dónde estar”, también ciertas cosas materiales de la necesidad gruesa, como alimentación, vivienda, abrigo, etcétera, ya que “esa a nadie le repugnaría aún desde el punto de vista de las posibilidades futuras, de la libertad, de la personalidad, de la fermentalidad; todos la admitirían como deseable... Pero ahí, donde no existen todavía las complicaciones de deseabilidad, existen ya, y graves, las complicaciones de posibilidad” (T. VII, p. 23).
De lo que se trata es de disponer el derecho a “algo asegurado al individuo (a cada uno y como tal: por ser hombre)” (T. VII, p. 26). Lo relevante es el mero hecho de pertenecer a la especie humana, sin necesidad de ninguna otra cualidad. Vaz Ferreira está pensando en lo que un individuo ha de tener asegurado por ser tal, independientemente de que posea o no cualquier otra característica”.
Las condiciones de este acuerdo excluyen en un extremo aquellas posiciones que promuevan un igualitarismo radical (todo es A), que no dejan espacio a la libertad, a la responsabilidad individual, a las diferencias en las capacidades para los diversos logros posibles, y en el otro a formas de individualismo propietarista como las que hoy conocemos como libertarianismo, que dejan todo librado a los individuos, todo el espacio está ocupado por L, sin ninguna responsabilización por la suerte del otro, dejando el curso abierto al descarte selectivo.
En su perspectiva, la mejor organización de la producción supone dejar el espacio abierto a una competencia desde posiciones iniciales equitativas; la igualación, en cambio, es pedida por el sentimiento moral. El progreso de la especie supone que funcionen los mecanismos competitivos, pero la evolución efectivamente ocurre si da lugar a sujetos crecientemente abiertos a sentimientos altruistas.
Miguel Andreoli es docente libre de Filosofía de la Práctica de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Este artículo es continuación de uno publicado recientemente: https://ladiaria.com.uy/opinion/articulo/2022/6/vaz-ferreira-y-el-problema-social/