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La guerra en Ucrania como evento histórico transformador de la geopolítica internacional

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El análisis de los eventos mientras estos se desarrollan configura un gran desafío. Comúnmente, los historiadores consideran que la distancia temporal y la prevención de todo anacronismo constituyen criterios fundamentales para separar lo trascendente de lo accidental. Ambas pautas permiten diferenciar la experiencia vivida de la experiencia histórica. El historiador francés Fernand Braudel, en el capítulo “La larga duración” de su libro La historia y las ciencias sociales, explica de este modo esa limitante: “El acontecimiento, por lo que a mí se refiere, me gustaría encerrarlo, aprisionarlo en el [tiempo] de corta duración: el acontecimiento es explosivo, detonante. Echa tanto humo que llena la conciencia de los componentes; pero apenas dura, apenas se advierte su llama” (1979, páginas 64-65).

En ese marco, en verdad puede saberse si un evento fue disruptivo, al punto de generar una transformación que trasciende la coyuntura e impacta en la “larga duración”, al analizarlo con mayor distancia cronológica. Desde esta perspectiva, toda historia del tiempo presente debería ser analizada desde el evento y las consecuencias que a corto plazo pueden vislumbrarse. Esas consecuencias, eventualmente, permitirán hipotetizar sobre diversas coyunturas y, para los más osados –con grandes riesgos–, sobre la emergencia de posibles transformaciones en el largo plazo. Es desde esa premisa teórica que proponemos las siguientes observaciones sobre la guerra en Ucrania. 

Todo indica que la invasión rusa a Ucrania, que comenzó el 24 de febrero de 2022, constituye un evento histórico de acuerdo con la acepción de Fernand Braudel, y tiene el potencial de acelerar transformaciones estructurales en el sistema de relaciones internacionales, en conjunción con otros fenómenos recientes, especialmente la pandemia de covid-19. A medida que la guerra fue adquiriendo mayores proporciones, espaciales y temporales, impactó en el orden geopolítico y en las estructuras regionales de seguridad, con una fuerte tendencia a la polarización.

Hace casi 80 años, desde finales de la Segunda Guerra Mundial en 1945, que no ocurría un evento de esta magnitud en el corazón de Europa. La invasión de un país independiente y soberano de grandes proporciones (con 44 millones de habitantes) ha generado reacciones diversas en la comunidad internacional, no siempre esperadas o previsibles. Es posible identificarlas en instancias de negociación multilaterales, como la Cúpula de las Américas, la XIX Cumbre de los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y la cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Madrid, así como en pronunciamientos oficiales unilaterales.

El presidente chino, Xi Jinping, encabezó de manera virtual, desde Pekín, la cumbre de los Brics. Participaron los presidentes de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa; de Brasil, Jair Bolsonaro; de Rusia, Vladímir Putin; y el primer ministro de India, Narendra Modi. “Es necesario abandonar la mentalidad de Guerra Fría y la confrontación entre bloques, así como oponernos a las sanciones unilaterales y abusivas, y trascender los ‘pequeños círculos’ del hegemonismo”, destacó Xi Jinping en el discurso de apertura, en lo que constituía un claro mensaje a la OTAN, en especial a Estados Unidos, en respaldo a Rusia ante las sanciones impuestas a mediados de marzo. Si bien se trataron varios temas de relevancia para las economías emergentes, la guerra ocupó un lugar central en cada pronunciamiento.

En sí, el hecho de que surjan asuntos vinculados con la defensa y la seguridad internacional constituye en sí mismo un factor disruptivo y debe encender las alarmas: recordemos que el bloque Brics fue formado en 2009 con el objetivo de fortalecer el crecimiento económico y promover la cooperación sur-sur entre los países en desarrollo. Por lo tanto, el encuentro puede ser interpretado en distintas claves. En este sentido, en su alocución en el contexto de la misma cumbre, el presidente ruso criticó las sanciones: “Sólo con la base de una cooperación honesta y ventajosa para todos podremos encontrar salida a esta situación de crisis que golpea la economía mundial debido a las acciones egoístas y desconsideradas de algunos países”. También destacó el rol estratégico de los Brics: “Estamos convencidos de que ahora más que nunca el liderazgo es necesario para desarrollar un camino unificador y positivo hacia la formación de un sistema verdaderamente multipolar de relaciones intergubernamentales”. El retorno de la geopolítica, el reposicionamiento del eje chino-ruso ante las potencias occidentales y la neutralidad expresada en los discursos de Bolsonaro y Modi caracterizaron la cumbre de los emergentes, realizada tan sólo una semana antes de la cumbre de la OTAN, que organizó el gobierno español de Pedro Sánchez.

En la Cumbre de los Brics también participó el presidente argentino, Alberto Fernández, quien además había viajado a Rusia y a China en febrero, para tratar temas de la agenda bilateral. Con China se firmó el Memorándum de Entendimiento de la Franja y en su encuentro con Putin, el presidente argentino enfatizó que su país debe ser la “puerta de entrada de Rusia en América Latina de un modo más decidido”. Si bien el interés argentino por incorporarse a los Brics no es nuevo –ya estaba presente en el segundo mandato de Cristina Fernández–, en los últimos años se aceleró, gracias a la creciente cooperación con ambos países en el marco de la pandemia. El 28 de junio, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, informó que avanzaba el proceso de ampliación de Brics, haciendo expresa alusión a la incorporación de Argentina e Irán.

Asimismo, Argentina ha impulsado la búsqueda del diálogo para la paz en instancias como el G7. Incluso el 1o de julio, a pedido de la embajada ucraniana en Buenos Aires, mantuvo una comunicación telefónica con Volodímir Zelenski, en la que reiteró el compromiso argentino con el cese de las hostilidades, aunque sin hacer referencias directas a Rusia.

Todo indica que la invasión rusa a Ucrania constituye un evento histórico que tiene el potencial de acelerar transformaciones estructurales en el sistema de relaciones internacionales.

Tan sólo una semana después del encuentro de Brics, se desarrolló en Madrid la cumbre de la OTAN. Es relevante recordar que, cuando finalizó la Guerra Fría, Europa estaba dividida entre dos grandes alianzas militares: el Pacto de Varsovia, que era la alianza militar de la Unión Soviética, y la OTAN, dirigida por Estados Unidos. Cuando la Unión Soviética se disolvió en 1991, muchos analistas de las relaciones internacionales entendieron aquel episodio como un momento ideal para desarticular esas alianzas militares y crear una estructura de seguridad en Europa que incluyera a Rusia. O, en su defecto, incorporar a Rusia directamente a la OTAN.

Hubo varios pronunciamientos en este sentido. Durante la presidencia de Boris Yeltsin, uno de los principios de su política exterior indicaba que se buscaría una mayor cooperación con las organizaciones existentes (OTAN, Unión Europea) en la región euroatlántica, sin descartar su futura incorporación (Ruiz, 2012). Otro ejemplo fue la doctrina para la ampliación democrática, promovida por el segundo gobierno de Bill Clinton (Pecequilo et al., 2016). Sin embargo, esos intentos de traer a Rusia al orden internacional unipolar, promovidos en la década de 1990, fracasaron. Es más, el resultado fue justamente el contrario y Rusia se aproximó de manera progresiva a China, primero mediante la creación de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), en 2001, y luego con los Brics. Los motivos de tal fracaso, en los 90 e inicios de la década de 2000, radican fundamentalmente en la intervención occidental en la guerra en Chechenia y en Yugoslavia.

Con la guerra en Ucrania como eje central, se celebró una nueva cumbre de la OTAN, en la que participaron los 30 estados que la conforman. Allí se acordó un nuevo concepto estratégico que guiará la próxima década de la alianza militar, según el cual Rusia es definida como la amenaza más significativa y directa para la seguridad de los aliados, y para la paz y estabilidad en la zona euroatlántica. También aparece China, por primera vez, advirtiendo el reto que supone para la seguridad, intereses y valores de los miembros de la OTAN: “Las ambiciones declaradas y las políticas coercitivas de China desafían nuestros intereses, seguridad y valores” (Departamento de Estado de Estados Unidos, 29 de junio de 2022).

Además, se puso énfasis en que se defenderá “cada centímetro” de territorio aliado, con “todas las herramientas militares y no militares que se encuentren a su disposición para responder a las amenazas contra su seguridad en el momento en que corresponda” (Departamento de Estado de Estados Unidos, 29 de junio de 2022). En esta ocasión, se conoció el levantamiento del veto de Turquía para el ingreso de Finlandia y Suecia a la organización, abandonando así décadas de neutralidad. Dicha noticia fue recibida con entusiasmo, porque amplía el alcance de la alianza. Por su parte, Zelenski, mediante una videoconferencia, dijo que espera asistir “personalmente el próximo año”, aunque lamentó que la situación puede empeorar, “porque Rusia tal vez ataque a otros países”.

Las posturas del eje ruso-chino sobre la guerra de Ucrania elevan las tensiones con los países occidentales a otro nivel, del mismo modo que la declaración referida antes apunta en la misma dirección de polarización. Es difícil saber cuánto escalarán las tensiones hasta el final del conflicto, pero, a pesar de todo, resulta inimaginable un proceso de desvinculación económica radical entre China y Europa (y, sobre todo, entre Pekín y Washington, por la interdependencia existente), motivado por asuntos de seguridad y defensa internacionales. Además, las sanciones occidentales tienden a empujar a Moscú más hacia la órbita económica y geopolítica de China, convirtiendo a Rusia en un proveedor estratégico de energía y alimentos para Pekín a mediano plazo.

En este contexto de permanente tensión, la Cúpula de las Américas ha sido una instancia central para Estados Unidos, que ha procurado sostener su liderazgo en su tradicional zona de influencia, en particular en la actualidad, en que su hegemonía mundial se encuentra amenazada. En otras oportunidades, la actual administración de Joe Biden ha buscado que los países latinoamericanos se involucren en el apoyo a Ucrania. Sin embargo, los principales estados –Brasil, Argentina y México–, si bien han hecho llamados a la paz, no han condenado con claridad la invasión de Rusia. Es más, han estrechado sus relaciones con este país, ya sea por vía de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños –Celac– o a través de los Brics. Por ahora, la invasión rusa a Ucrania permitió a Estados Unidos hacer efectivo un alineamiento automático de los países europeos con sus posturas e intereses –en cierta medida, en contra de sí mismos, por lo menos en el aspecto energético y en el gasto militar– y fortalecer, bajo su liderazgo, la hasta hace poco debilitada y dividida OTAN. Sin embargo, el fortalecimiento de la cohesión de Estados Unidos y la UE en la OTAN parece correlacionarse con su paralelo distanciamiento del sur global, con especial destaque de América Latina y el Caribe.

Por cierto que todos estos cambios geopolíticos tienen impactos sobre la posición de Uruguay y sus posibilidades de inserción internacional en los actuales contextos. Con su principal socio comercial dentro de los Brics, no parece muy sensato y realista pasar casi sin transición del apuro por firmar un TLC (incluso bilateral) al distanciamiento efectivo que implicaría una asociación alineada con las posturas geopolíticas emergentes en la reciente cumbre de la OTAN. De igual manera, mientras sus gigantes e inestables vecinos, Argentina y Brasil, aun desde gobiernos tan distintos parecen converger con relación a los Brics, un fuerte distanciamiento de esas posturas ya implica bastante más que la demanda en favor de una flexibilización de los vínculos dentro del Mercosur. Con severas restricciones dentro de un contexto tan incierto en los mapas de la geopolítica y de la economía internacional, existen muchas razones para la prudencia en las definiciones de política exterior por parte del actual gobierno uruguayo.

Nastasia Barceló es docente e investigadora en la Facultad de Ciencias Sociales y del Sistema Nacional de Investigadores.

Referencias

Braudel, F. (1979). “La larga duración”, en La historia y las ciencias sociales. Madrid: Alianza.

Departamento de Estado de Estados Unidos, 29 de junio de 2022. Ficha informativa: Cumbre de la OTAN 2022 en Madrid. Recuperado de: www.state.gov/translations/spanish/ficha-informativa-cumbre-de-la-otan-2022-en-madrid/

Ruiz, F. Cultura estratégica y política de seguridad de la Federación Rusa. Unidad de Investigación sobre Seguridad y Cooperación Internacional. Unisci, 2012.

Pecequilo, C; Alessandra A. “United States and Russia: Geopolitical Convergence and Divergence (1989-2016)”. Brasilia: Meridiano 47, vol. 17, 2016.

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