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Profesores y maestros en cuestión: ¿formación en educación “universitaria”?

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En los últimos días, mucho se ha dicho en relación con la noticia sobre la denuncia de plagio en el documento sobre transformación curricular del Consejo de Formación en Educación de la Administración Nacional de Educación Pública, pero lo importante es que reflexionemos un poco más al respecto.

El estatus “universitario” que tanto persigue el Consejo de Formación en Educación (CFE) no es algo nuevo, sino que es un proceso de acciones que datan de hace casi una década. A pesar de que, verdaderamente, es un debate aún más antiguo. A lo que me refiero es concretamente al gran impulso que hubo en 2016 por la transformación curricular.

Ese año, el CFE presentó una serie de borradores de trabajo que dieron origen a una ponencia presentada en las VII Jornadas Académicas de Investigación de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación: “Lugar de la enseñanza en la reforma curricular del Consejo de Formación en Educación: un análisis discursivo de documentos de trabajo”. En este trabajo ya se advertía una serie de dificultades discursivas y, por tanto, teóricas sobre cómo se concibe la enseñanza universitaria por parte del CFE. Ese aspecto aún no se alcanza a definir y, a su vez, es ontológico.

Hoy en día el debate cambia su enfoque y parecería como si tan sólo se tratase de poner la codiciada palabra “universitario/a” en los títulos, sumar una revisión de los programas, y una vez más, se deja por fuera las cuestiones realmente importantes. No se debería tratar como una mera puja. El reciente error con relación al documento de trabajo (sobre la “transformación curricular”), que carece de las fuentes citadas, es un acontecimiento que habla per se. Que carece de referencias no puede negarse, y que presenta un alto grado de similitud con el de Conectar Igualdad (Argentina) también es innegable.

Empleando la misma colección de teóricos, hay “competencias”, “habilidades” y “destrezas” por parte de los investigadores (o técnicos del planeamiento educativo) que redactaron tal documento que parecería que desconocen cómo se trabaja convencionalmente con fuentes y referencias. Al menos eso deja en evidencia el borrador. Aspecto que es trabajado y se enfatiza en todas las carreras universitarias desde las primeras unidades curriculares. Se sensibiliza a toda la comunidad universitaria en estas cuestiones que hasta son éticas. Justamente, para que las situaciones de plagio no sucedan hay que comenzar dando el ejemplo. Se aprende mucho al respecto fomentando el sometimiento de las producciones de docentes y estudiantes a revistas arbitradas, congresos, foros, etcétera, tal y como lo hacen las universidades. Son actividades que componen el ejercicio profesional. En los ámbitos universitarios, las producciones, además de ser valoradas por otros profesionales con expertise en la materia, en varias ocasiones se someten a software detectores de plagio para conocer el nivel de originalidad y prevenir así las situaciones de plagio.

¿Cuál es el mensaje que se les da a las nuevas y actuales generaciones de maestros y profesores en formación? ¿Con qué argumentos penalizará el CFE las presuntas situaciones de plagio que puedan existir?

Este descuido en un texto académico tan relevante como el que está en juego habla más de lo faltante que de lo presente. Nos referimos, ni más, ni menos, al documento donde se sientan las bases de la transformación curricular y, por tanto, las intenciones que existen respecto del nuevo currículum.

Los errores son naturalmente oportunidades de aprendizaje. Pero aquí el problema es principalmente cultural. Citar a otros autores supone reconocer que esa idea no me pertenece. Es una forma de decir que desde la voz de otra persona me inspiro para poder pensar el problema que estoy abordando. Incluso, al citar correctamente, aporto rigurosidad a ese texto que estoy produciendo. En cambio, al no hacerlo, atribuyo a mi texto ideas que no me pertenecen. A toda persona le gusta ser reconocida por lo que hace, ¿verdad?

El cambio o transformación debe darse en la cultura institucional. Es decir, en el cotidiano institucional: en el hacer. A su vez, minimizar este tipo de error es un fallo gravísimo. Preguntémonos entonces: ¿cuál es el mensaje que se les da a las nuevas y actuales generaciones de maestros y profesores en formación? ¿Con qué argumentos penalizará el CFE las presuntas situaciones de plagio que puedan existir? Así es que, de este modo, queda evidenciada la tensión entre la tradición normalista y la tradición universitaria, por tanto, hay en juego la implicancia de un cambio de tradición.

Estas pistas nos dicen que aún hay mucho camino por andar para alcanzar la transformación tan deseada por todos y sigue latiendo la pregunta: ¿qué es lo que hace universitaria a una formación? ¿Alcanza con la presencia de la palabra “universitario”?

Alexandre Texeira es licenciado en Educación.

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