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La cuestión palestina: clivajes de un conflicto histórico

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Asumiendo que me coloco en defensa del pueblo palestino –largamente sometido y oprimido–, aportaré algunos clivajes para entender lo que acontece en Palestina ahora mismo, sin que sea nada sorprendente ni sustancialmente novedoso, aunque sí aplicando el calificativo de barbarie y salvajismo a lo que ejecuta hoy el régimen israelí, ultrapasando todos los límites de la moral y el derecho internacional. Las premisas para poder explicar el drama palestino se fundan en algunos clivajes y conceptos básicos.

Conceptos básicos

No se trata de antisemitismo ni de antijudaísmo. Aun cuando hay individuos, grupos y organizaciones políticas que explícitamente se pronunciaron en este sentido (la historia europea nos ilustra al respecto), en este escenario resulta inadmisible aceptar las acusaciones de antisemitismo, por ser una muletilla, argumento insostenible cuando se trata de confrontaciones de un Estado contra un pueblo de “raíz semítica”. No tengo espacio aquí para desarrollarlo conceptualmente, pero es preciso impugnar esta línea argumental por falaz, engañosa y sin sustento. Más aún, el antisemitismo ha permeado la ideología sionista, de tal suerte que la retórica del actual régimen israelí expone descarnadamente la autoproclamación del “ser superior” (racismo y supremacismo, todo junto).

Acerca del terrorismo, caben precisiones conceptuales. Según la Real Academia Española, significa: “1. m. Dominación por el terror. 2. m. Sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror. 3. m. Actuación criminal de bandas organizadas, que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos”. De acuerdo a estas definiciones, es claro que, por un lado, efectivamente Hamas realizó actos terroristas, y por otro, es lo que el Estado de Israel realiza ahora mismo y desde hace largo tiempo, de manera sistemática, planificada e intencionada. El terrorismo de Estado es malamente conocido por estas latitudes –persecución, encarcelamiento, tortura, desapariciones, asesinatos masivos– y es precisamente, sin ambages, lo que el régimen sionista viene ejecutando desde hace muchas décadas en Palestina. No obstante, colocarlos en relación simétrica es un completo disparate; a) por la diferencia de poderío militar; b) por tratarse de un Estado enfrentado a un grupo de resistencia; c) porque el Estado de Israel es el ocupante y el palestino el pueblo sojuzgado. En síntesis, no se trata de una guerra propiamente dicha entre dos Estados con dos ejércitos en pugna. Asimismo, pretender legitimar la masacre de civiles (casi la mitad de ellos niños, niñas y bebés), con el supuesto de la “defensa propia”, a estas alturas carece de todo fundamento lógico y moral. Incluso podría recordarse las masacres de las bandas sionistas Irgún y Stern en la década de 1940 (antes de la creación del Estado de Israel), Deir Yessin, Tantura y muchas más, pasando por Shabra y Chatila (refugiados en el sur de Líbano) en los 80, y una larga lista de crímenes y vejaciones contra población civil palestina en Gaza y Cisjordania.

Clivajes para un mejor entendimiento

En primer lugar, consideremos el clivaje ideológico. El sionismo es una construcción teórica y conceptual de carácter supremacista, apoyada en un marco de referencia de base “sagrada” o teológica, fundada en el derecho divino del pueblo elegido a tener una tierra prometida. Es una ideología decimonónica que se resume en El Estado judío, de T Herzl (1896) y que actualmente se manifiesta con virulencia extrema y anclada en una corriente ultraderechista en el poder político de Israel. Las declaraciones de varios ministros y del propio jefe de Estado no dejan la menor duda acerca de los objetivos en Palestina. La “solución humanitaria”, “destruir Gaza” y un sinfín de proclamas fundamentalistas de los sionistas no se podrían equiparar siquiera a la postura de Hamas de “eliminar el Estado de Israel”, por cuanto se refieren, en el primer caso, al exterminio del pueblo palestino, y no del Estado palestino (por otra parte, absolutamente nominal).

La mayoría de los/as autores/as sionistas definen el sionismo como “movimiento de liberación nacional del pueblo judío” (Avineri, 2003: 1; Walzer, 2007: 125-135; Tsur, 1969; Hidalgo y Tobías, 2011: 74 y Cavero, 2009: 16) que pretendía “la autodeterminación del pueblo judío” (Taub, 2013) y la “restauración de los judíos en la Tierra de Israel” (Cohn-Sherbok, 2012: 14) (citas en Basallote-Marín, 2022: 257).

Precisamente, los líderes icónicos del sionismo han sido explícitos en su estrategia para obtener el objetivo anhelado (promesa milenaria del Eretz Israel), por lo cual, en la actual coyuntura, el argumento de la “defensa propia” se desvanece rápida y absolutamente al repasar apenas algunas de las afirmaciones de Ben Gurión, por citar uno de ellos: “Un Estado judío en una parte de Palestina no es un final, sino un principio. La creación de ese Estado judío servirá como medio a nuestros esfuerzos históricos de redimir el país en su totalidad. Traeremos al país cuantos judíos pueda contener; construiremos una economía judía sólida. Organizar una fuerza de defensa sofisticada, un ejército de élite. No tengo ninguna duda de que nuestro ejército será uno de los mejores del mundo. Y también estoy seguro de que nada nos impedirá asentarnos en todo el resto del país, ya sea por medio del entendimiento mutuo y el acuerdo con nuestros vecinos árabes o por cualquier otro medio” (citado en Reagan, 1992: 17 y en Schoeman, 1988: 40) (cita en Basallote-Marín, 2022: 258).

En segundo lugar, consideremos el clivaje económico (control de los recursos naturales, industria militar). Desde el ángulo de los intereses en juego, debe subrayarse la posesión de los recursos naturales que vuelven muy apreciada la región. Por un lado, el recurso vital del agua, y por otro, el gas en plataforma marítima justo frente a las costas de Gaza y también en el continente. A ello le agregamos el interés de la industria armamentística que registra tasas de ganancia exorbitantes, sea suministrando repuestos, maquinarias, armas de todo calibre o tecnología aplicada a la guerra.

También el clivaje geopolítico, que expone la disputa por la hegemonía en el cruce del Medio Oriente con “Occidente”, sea en el control de las rutas de comercialización propiamente dichas, sea en la construcción de alianzas locales que constituyan frenos a las potencias del Medio y Lejano Oriente.

Y finalmente, el clivaje religioso, que explica sólo parcialmente un aspecto del conflicto, aun cuando debe reconocerse su complejidad que enfrenta incluso a diversas visiones desde el judaísmo relativas a los postulados del sionismo. De ahí que, durante décadas, varios sectores israelíes y judíos no sionistas se hayan opuesto a la política expansionista del Estado de Israel. Lo que resulta claro es que no se trata de judíos versus musulmanes y que, en último caso, se enfrentan algunas visiones fundamentalistas de signo contrario.

Debe colocarse la vía de la negociación bajo condiciones que supongan el levantamiento del bloqueo, el fin del proceso de colonización y de la ocupación, el cese de la lógica de muerte y destrucción de los palestinos.

Perspectiva histórica

El conflicto desatado no empieza el 7 de octubre de 2023 y tampoco se trata de una “guerra convencional”; sin embargo, el discurso mediático impone una visión distorsionada o, en su mejor versión, sesgada y miope. Hace más de siete décadas que el pueblo palestino sufre el oprobio, sojuzgamiento y opresión, desde la Nakba (catástrofe) en 1948, cuando la Organización de las Naciones Unidas (ONU) le adjudicó el 54% del territorio a la población judía (los que ya vivían y a los nuevos colonos), mientras que a la enorme mayoría del pueblo nativo le otorgó la restante porción. Al respecto cabe consignar que la Palestina milenaria estaba ocupada por el Imperio Otomano, y luego de la Primera Guerra Mundial quedó bajo mandato de los británicos. Precisamente, y a fin de satisfacer los reclamos del sionismo, es necesario recordar el acuerdo Sykes-Picot en 1916 y posteriormente la Declaración Balfour en 1917, en la que la potencia colonialista de entonces –Gran Bretaña– le prometió el “hogar nacional en Palestina”, sobre todo al movimiento sionista, en pleno crecimiento político.

Las soluciones y escenarios posibles

Los acuerdos de Oslo I y II fueron desconocidos por el régimen israelí. A partir de la firma de ambos acuerdos, el Estado ocupante nunca aceptó ni puso plenamente en práctica las decisiones y contenidos suscritos por Isaac Rabin (luego asesinado por un judío radical) y Yasser Arafat (fallecido en circunstancias dudosas).

La enorme cantidad de resoluciones de la ONU fueron desconocidas por los sucesivos gobiernos de Israel, de suerte que se avanzó en la colonización de Cisjordania (usurpación de tierras, construcción del Muro de la Vergüenza, de 800 kilómetros de longitud y ocho metros de altura), además del literal cercamiento de Gaza.

¿Cuáles son entonces los escenarios posibles?

a. Un Estado multiconfesional (modelo libanés). A esta altura de la historia esta opción no parece viable, toda vez que no halla en la sociedad israelí y tampoco en amplias corrientes palestinas un consenso posible.

b. Dos estados independientes, la hoja de ruta manchada de sangre. Más allá de todas las iniciativas implementadas para detener las masacres sistemáticas y planificadas en Palestina, todas ellas fueron al canasto de los fracasos.

c. ¿La libre autodeterminación palestina o la Solución Final del sionismo? La impugnación de la identidad palestina y la cancelación de la vía pacífica parece ser –no cabe duda– la estrategia del actual gobierno en Israel. Frente a esta actitud que empuja a la Solución Final (de triste memoria para la humanidad) a la cuestión palestina debe colocarse la vía de la negociación bajo condiciones que supongan el levantamiento del bloqueo, el fin del proceso de colonización y de la ocupación, el cese de la lógica de muerte y destrucción de los palestinos, el reconocimiento de la libre autodeterminación y la emergencia del Estado palestino plenamente soberano, con fronteras seguras y garantías suficientes.

Tanto Estados Unidos como la Organización del Tratado del Atlántico Norte han decidido apoyar la lógica del sionismo en su versión más radical. Frente a esta alianza, el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sufáfrica) y otros estados se han opuesto, denunciando las atrocidades y levantando las banderas de libertad del pueblo palestino, y han concitado el rechazo del actual gobierno de Israel.

La postura del gobierno uruguayo ha significado la regresión o el camino invertido respecto de los posicionamientos históricos en materia de política exterior, en particular los vinculados a la causa palestina.

Finalmente, debe subrayarse que todo pueblo tiene el derecho legítimo de sublevarse ante la opresión del Estado colonialista, derecho consagrado a nivel mundial. Nuestros próceres latinoamericanos no fueron a suplicar la libertad e independencia, sencillamente las conquistaron. Tarde o temprano, el pueblo palestino habrá de lograrlo.

Christian Mirza es profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.

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