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Ilustración: Ramiro Alonso

La democracia plena

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El lunes pasado se realizó en el Obelisco una conmemoración que celebró una coincidencia en las diferencias: los principales partidos políticos de Uruguay recordaron el acto realizado contra la dictadura en 1983 y reafirmaron la importancia de la democracia, sin perder tiempo en discutir sus apellidos (plena, imperfecta, representativa, participativa, y más).

Hubo quienes, con todo derecho, se ausentaron. Al explicar sus motivos para hacerlo, apelaron al argumento de que en estos últimos 40 años “no siempre hubo democracia plena”. O a la presencia en el acto del principal partido político del Uruguay: “No tengo nada que hacer en un estrado con Fernando Pereira”. O a la acusación de desestabilización: “Peligra la calidad democrática cuando reiteradamente se pretende instalar un relato desestabilizador a un gobierno democrático”.

Cuatro meses atrás, la fantasía de la exclusión del otro no pudo ser más gráfica: “Hay un alambrado grande que divide a la gente de bien del Frente Amplio de Fernando Pereira y de Marcelo Abdala”, dijo un senador de la República.

En la voluntad de exclusión de los otros, de las otras, o en la intención de destruirlos, las palabras y las narrativas juegan un rol central. No deberíamos subestimarlas por inofensivas ni desestimarlas por pintorescas.

“Debes perder toda esperanza de que la posteridad te reivindique, Winston. La posteridad no sabrá nada de ti. Desaparecerás por completo de la corriente histórica. Te disolveremos en la estratósfera, por decirlo así. De ti no quedará nada: ni un nombre en un papel, ni tu recuerdo en un ser vivo. Quedarás aniquilado tanto en el pretérito como en el futuro. No habrás existido”, le asegura su torturador a Winston, el personaje principal del mundo de 1984, de George Orwell, donde un ministerio se aboca incansablemente a reescribir el pasado para borrar todo rastro de quienes se oponen al régimen.

En una plaza de Berlín, casi inadvertida para los transeúntes, hay una placa que recuerda una hoguera realizada frente a una biblioteca en 1933. Y advierte: “Los que hoy queman libros, algún día, quemarán a la gente”.

El fascismo y su concreción más terrible del odio a través de la aniquilación de millones de seres humanos quedaron, por suerte, muchas décadas atrás. Pero para llegar a la muerte hubo que alimentar el odio, como bien lo describe Orwell en la escena de los “dos minutos de odio” de 1984, donde un conjunto de espectadores son expuestos al discurso de un opositor al régimen –un “traidor” al partido– y gritan enfurecidos para silenciar sus palabras.

Contra ese odio se pararon el lunes en un estrado jóvenes del Partido Nacional, el Frente Amplio, el Partido Colorado, el Partido Independiente, el Partido de la Gente y la Unión Cívica. Para celebrar “el camino que dejaría definitivamente atrás una década de dictadura, autocracia, autoritarismo y violaciones a los derechos humanos perpetrados por parte del Estado”, como recordaron en su proclama. Para resaltar que más allá de las diferencias, “nunca en estos años transcurridos ha sido puesta en cuestión la esencial importancia de mantener la adhesión a las reglas de juego democráticas y plurales”, y para puntualizar que es en el marco de estas reglas de juego “donde deben dirimirse las diferencias, por más agudas que sean”. Para sostener que “la democracia se construye todos los días”.

Fue esta democracia imperfecta, que no es “plena” aunque así la califiquen, pero que nos permite encontrarnos en nuestras diferencias, dialogar, construir y dirimir nuestros conflictos mediante el voto popular, la que celebramos y reclamamos en los actos del Obelisco, esta semana y aquel día de hace 40 años.

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