Desde ayer y hasta hoy se realiza en Montevideo un coloquio de alto nivel sobre integración regional, en vísperas del “retiro” de presidentes sudamericanos en Brasilia, convocado por Luiz Inácio Lula da Silva para dialogar acerca del mismo tema, en un contexto más propicio que el de las cumbres formales con presencia de periodistas y transmisión en directo.
Lula y otros presidentes de la región le pidieron a José Mujica, meses atrás, que articulara criterios y propuestas para reencaminar los esfuerzos integradores, a partir de una autocrítica sobre experiencias previas. Sus aportes han señalado, entre otros aspectos, la importancia de “construir cercanía” y consensos graduales que involucren a los pueblos, desde la experiencia concreta y el sentimiento. Es necesario, aunque no sea suficiente.
La cuestión es mucho más profunda que discutir si se reflota o no la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), creada durante el predominio en la región de gobiernos “progresistas” y desmantelada cuando pasaron a predominar los de derecha. Más bien habría que pensar cómo arraigar proyectos sin bruscos vaivenes por el estilo, porque dispersos y agrietados valemos mucho menos, y hoy no hay espacio –si alguna vez lo hubo– para que países como Uruguay alienten fantasías unilaterales de “apertura al mundo”.
Es preciso liberarnos también de otras fantasías voluntaristas. En el Tratado de Asunción, firmado en 1991, se acordó entre otras cosas que tres años después habría “libre circulación de bienes, servicios y factores productivos” entre Argentina, Brasil Paraguay y Uruguay; “una política comercial común” hacia el resto del mundo; y “coordinación de políticas macroeconómicas y sectoriales”, incluyendo las políticas fiscal, monetaria y cambiaria.
Resulta muy evidente que el desarrollo del Mercosur no se produjo de acuerdo con lo previsto. Como muestra basta apenas con ver, 32 años después, los problemas que causa en Uruguay la actual brecha cambiaria con Argentina, así como la imposibilidad de que ambos países adopten medidas para resolverlos. Pero la conclusión no es que la integración con nuestros vecinos más cercanos sea innecesaria o inviable, sino que urge y está terriblemente retrasada, como muchos otros procesos iniciados aún antes.
Una encuesta entre integrantes actuales del Parlamento uruguayo aporta por lo menos tres motivos adicionales de preocupación. Por una parte, la mayoría opinó que el objetivo más importante de la política exterior es aumentar las exportaciones, y esto indica una percepción muy limitada de lo que implica la integración (y de las tareas de una cancillería).
Por otra parte, y en lo que tiene que ver con la siempre reclamada política de Estado en este terreno, quedó a la vista que no existen coincidencias amplias en el Parlamento sobre qué acuerdos comerciales serían más beneficiosos para Uruguay, ni sobre cuáles son los principales aliados estratégicos de nuestro país. Es más difícil integrarnos con otros sin un mínimo de integración interna.