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Los criminales también estudian en Pittsburgh

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Usaron hornos crematorios. Los paramilitares en Colombia metieron cadáveres en hornos para no dejar rastro de las personas a las que asesinaron. Lo acaba de confirmar el exparamilitar Salvatore Mancuso el 10 de mayo de 2023 en declaraciones a la Justicia Especial para la Paz (JEP), que se creó el 23 de setiembre de 2015 en el marco del proceso de paz del gobierno de Juan Manuel Santos con la exguerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Hace unos años, la estudiante de mi clase de periodismo investigativo en Bogotá Brenda Katherine Beltrán entrevistó al periodista colombiano Javier Osuna, quien escribió el libro Me hablarás del fuego, en el que trata justamente este tema. “En octubre de 2008 Jorge Iván Laverde Zapata, alias El Iguano, pasó a ser el primer comandante paramilitar que confesó el uso de hornos crematorios de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), durante una audiencia de versión libre con motivo de la Ley de Justicia y Paz. Laverde manifestó que en Villa del Rosario (en el norte de Santander) el frente Fronteras construyó un horno en 2001 con el motivo de incinerar 98 cadáveres de personas que fueron asesinadas en Cúcuta y en algunos municipios aledaños”, cuenta Osuna apenas empezando el libro.

“Lo que Javier Osuna nos muestra entonces es que todo crimen es un genocidio, que en cada ser humano torturado o asesinado se asesina a la humanidad entera”, escribe el poeta chileno Raúl Zurita, represaliado en la dictadura de Augusto Pinochet, en el prólogo del libro del periodista colombiano. Y por escribirlo estuvo a punto de perder su vida. El 22 de agosto de 2014 entraron a su apartamento en Bogotá y le quemaron la información que había recolectado. “Yo vivo con un perro, que es una de las compañías que uno tiene, pero a ese animal casi me lo matan. Lo golpearon, incluso lo noquearon para entrar al apartamento. Yo me imagino que el perro habrá intentado reaccionar cuando estas personas ingresaron”, le dijo Javier a Brenda.

La Comisión de la Verdad, que se creó en el marco del Acuerdo Final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera, suscrito entre el gobierno de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP), dice que entre 1995 y 1996 diferentes grupos armados fueron registrados ante la Superintendencia de Seguridad y Vigilancia privada bajo la figura de las Convivir, y que en muchos casos, sus representantes legales o fundadores eran reconocidos paramilitares. El expresidente Álvaro Uribe Vélez, confirmado por él mismo en un video que circula en las redes sociales, ha dicho que apoyó a las Convivir. “Unas lo hicieron bien y otras delinquieron”, dijo. Mancuso, en las declaraciones del 10 de mayo, contó que el político antioqueño Pedro Juan Moreno les recomendó usar a las Convivir para consolidar y expandir a las autodefensas, porque podían usarlas para conseguir armamento y apoyo. Finalmente, aseguró que las Convivir eran una política pública.

Para algunas generaciones en Colombia, la herencia es esta. Estas son las gramáticas del horror que hemos heredado, y la tarea es transgredirlas, cambiarlas.

Escuchar a Mancuso decir que en su organización paramilitar asesina y macabra los cómplices pasan por militares de los más altos rangos, por empresas como Postobón (industria de refrescos de propiedad de Ardila Lulle, uno de los empresarios más adinerados de Colombia), Bavaria (la cervecería más grande de Colombia), Coca-Cola, Ecopetrol (la Empresa Colombiana de Petróleos); por medios de comunicación como el diario El Tiempo; por personas como Francisco Santos (exvicepresidente del gobierno de Álvaro Uribe Vélez y primo del expresidente Juan Manuel Santos), entre otros, permite pensar que, si lo que dice Mancuso es cierto, se confirman las sospechas que se tenían: durante años fuimos víctimas de un entramado delincuencial que permeó al Estado y que nos condenó a años y años de una violencia inenarrable.

Theodor Adorno, en una conferencia realizada por la radio de Hesse el 18 de abril de 1966, dijo que la exigencia de que Auschwitz no se repita era la primera de todas en la educación. Pero, ¿cómo hacerlo en países como Colombia, en donde grupos armados ilegales aliados con las fuerzas militares han replicado los más atroces mecanismos del holocausto nazi? ¿Qué nos queda en un lugar del mundo como este en el que nos tocó sobrevivir? ¿Cómo encontrarle sentido a la existencia para mostrar caminos que puedan llevar a otros a que encuentren el de su propia vida?

Sabemos, dijo el filósofo, crítico y teórico de la literatura George Steiner en su ensayo Lenguaje y silencio, que un hombre puede leer a Goethe o a Rilke por la noche, que puede tocar a Bach o Schubert, e ir por la mañana a su trabajo en Auschwitz. Timothy Garton, por su parte y en concordancia con lo planeado por Steiner, se preguntaba si realmente el humanismo y las humanidades humanizan. Que somos herederos, dice el filósofo Joan Carles Mèlich, que cuando nacemos, ya el mundo está ahí, moviéndose, y que, en el fondo, nos vamos haciendo, como un cuento, con base en las historias que nos cuentan acerca de ese mundo de cuando nosotros no estábamos. “Llegamos al mundo y heredamos una gramática, símbolos, mitos, lenguaje, una moral, pero la tensión se origina cuando nos preguntamos si podemos transgredir ese mundo, esa moral, si podemos ser otros. Esa es la cuestión”, dice Mèlich. Para algunas generaciones en Colombia, la herencia es esta. Estas son las gramáticas del horror que hemos heredado, y la tarea es transgredirlas, cambiarlas.

Mancuso nació el 17 de agosto de 1964 en la ciudad de Montería, departamento de Córdoba, en el norte de Colombia. Estudió ingeniería, pero no terminó la carrera y luego cursó administración agropecuaria en Colombia y también hizo estudios en la Universidad de Pittsburgh, en Estados Unidos. Ante el tribunal de la ciudad de Barranquilla podría responder por 1.116 homicidios, 2.023 casos de desplazamiento forzado, 371 hechos de desaparición forzada, 28 delitos por violencia basada en género, diez casos de reclutamiento ilícitos y más hechos delictivos.

John Rodríguez Saavedra es periodista colombiano.

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