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Brasil y la creciente violencia en las escuelas

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El creciente número de casos de violencia en las escuelas de Brasil pone de manifiesto el abandono en el que se encuentran las escuelas y la comunidad escolar. El problema es multifacético, pero una de sus raíces es la propagación –principalmente online– de una ideología basada en la masculinidad, el individualismo y la supuesta superioridad, donde se legitima el uso de la violencia para alcanzar objetivos ideológicos.

En 2023, dos sucesos conmocionaron al país. Desde principios de la década de 2000 hasta abril de este año, se registraron al menos 24 ataques contra escuelas. 12 de ellos ocurrieron en 2022 y el primer cuatrimestre de 2023, como señala un informe sobre ataques a las escuelas en el país.1

Dos elementos deben ser destacados. En primer lugar, la violencia en las escuelas no es cualquier violencia: forma parte de lo que se denomina extremismo violento y el componente ideológico es clave. En segundo lugar, la familia no es la única institución responsable de la educación, y es que la escuela no puede centrarse únicamente en la formación académica, sino que también debe ser un lugar para el desarrollo de valores.

En la violencia hacia las escuelas existe una fuerte conexión con motivaciones ideológicas extremistas y los ataques son planificados. Como afirma la investigadora Telma Vinha, de la Universidad Estadual de Campinas, los ataques no son inesperados. La persona que comete los actos, generalmente varón, joven, blanco, heterosexual, pasa por un proceso de radicalización en el que se le hace creer que debe buscar la realización personal por encima de todo y que su expresión identitaria y sus ideas son superiores a las de otras personas. Es este proceso de radicalización el que puede conducir al extremismo violento.

Los discursos masculinistas, racistas, supremacistas, xenófobos, de intolerancia religiosa y antidemocráticos impregnan los pensamientos y validan los comportamientos de estos jóvenes que se radicalizan. Se trata de discursos de odio hacia cualquier grupo minoritario que, a medida que avanzan en la conquista de sus derechos, son percibidos como amenazas por quienes se mueven en el entorno promotor del extremismo violento.

Hay en estos jóvenes un sentimiento de injusticia social sobre sí mismos y también de falta de pertenencia, y la escuela se asocia a veces a estos sentimientos. Además, la escuela es una institución importante en la sociedad, que da visibilidad a la ideología que se quiere promover, por lo que a menudo se convierte en objetivo.

Es en la búsqueda de una solución a los problemas que perciben como causantes de sus sentimientos de injusticia social y falta de pertenencia cuando los jóvenes pueden verse inducidos al odio, especialmente aquellos que son más vulnerables por formar parte de entornos familiares autoritarios o haber sido víctimas de acoso escolar. Este fenómeno se ve potenciado por factores como unas relaciones interpersonales ya contaminadas por el discurso del odio o por un escenario político que fomenta el descrédito en las instituciones y en los valores de un Estado democrático de derecho, entre otros.

Una década de radicalización

En Brasil no se puede disociar esta radicalización del avance de la extrema derecha. En 2013 las protestas iniciales contra el aumento de las tarifas de autobús pronto ganaron otras motivaciones y grupos más vinculados a la derecha se fortalecieron, como el Movimento Brasil Livre (MBL). En las elecciones de 2014, bajo el clima de escándalos de corrupción, el discurso de odio comenzó a ser más explícito, especialmente contra los grupos favorecidos por las políticas afirmativas de los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT), como la población negra e indígena, con las cuotas raciales en las universidades, y la población de clase baja, con el programa Bolsa Família. Es importante destacar que el machismo institucional estuvo presente durante el mandato de la expresidenta Dilma Rousseff (2010-2016).

Los discursos masculinistas, racistas, supremacistas, xenófobos, de intolerancia religiosa y antidemocráticos impregnan los pensamientos y validan los comportamientos de estos jóvenes que se radicalizan.

Bajo la defensa de una moral que podría ser corrompida por otro mandato de izquierda, también han ganado visibilidad iniciativas como el Movimiento Escuela sin Partido, activo entre 2004 y 2019. Según Human Rights Watch, estas iniciativas han dejado un legado de leyes y amenazas a los docentes a partir de la supuesta lucha contra el “adoctrinamiento”.

En 2014 también surgió con fuerza el debate en torno a la “ideología de género”. Así, la extrema derecha, abrazando agendas conservadoras y sentimientos antisistema, se fortaleció y se convirtió en una opción para parte de la población descontenta con el escenario entonces vigente. La falta de regulación de internet y la apropiación de los recursos digitales que ofrecen los medios y redes sociales han permitido la gran propagación de la ideología de extrema derecha.

Promover la paz mediante la educación en derechos humanos

Para combatir la cultura del odio y la violencia es necesario actuar a partir de lo que sugieren la educación en derechos humanos y la cultura de paz. La educación en derechos humanos, como política pública en Brasil, sugiere que educar sobre, con y para los derechos humanos es un camino para alcanzar el respeto a las diferencias y la convivencia en un ambiente democrático, donde todas las personas viven con dignidad. La cultura de paz, a su vez, puede ser entendida como un conjunto de acciones que reconoce y acoge los conflictos, buscando transformarlos por medio del diálogo y de la no violencia.

En las escuelas la promoción de la convivencia en espacios heterogéneos es fundamental para la construcción de estrategias que erradiquen y prevengan la radicalización de los jóvenes. Buscar soluciones a la violencia en las escuelas mediante la militarización o mecanismos de seguridad como en Estados Unidos es simplista y no es sostenible.

La construcción de la paz basada en los derechos humanos y comprometida con la acogida de los conflictos, la gestión de las emociones y el diálogo tiene más posibilidades de perdurar porque pone a las personas en el centro del análisis y la búsqueda de soluciones. Y la escuela, si cuenta con el apoyo del Estado, de las familias y de la sociedad, tiene el potencial de ser un lugar de refugio y no un objetivo.

Michele Bravos es directora ejecutiva del Instituto Aurora para la Educación en Derechos Humanos. Este artículo fue publicado originalmente en latinoamerica21.com.

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