La construcción de la ciudad es una continua disputa entre múltiples intereses. En ella se demuele y se construye en forma permanente. Se desarrollan infinidad de actividades: trabajo, estudio, ocio, cultura, etcétera.
¿Cómo sería la ciudad que soñamos? La gente es lo esencial. Se hace urgente planificar y proyectar para el ser humano y cuidando el medioambiente que nos rodea.
El próximo año se cumplen 300 años del comienzo del proceso fundacional de nuestra capital. Montevideo tuvo sus primeros asentamientos formales españoles en 1724, aunque ya estaban los portugueses incursionando y esto determinó que desde la península Ibérica apuraran a don Bruno Mauricio de Zabala para que se hiciera presente en este puerto natural que se entendía estratégico en el sur de nuestro continente.
Este aniversario sirve como pretexto para una gran discusión que nos involucre a todos. No sólo los especialistas en la materia tienen que opinar, sino que toda la ciudadanía debe hacer oír su voz y poder pensar juntos cómo debería ser Montevideo y trasladar esta inquietud al resto de nuestras ciudades en todo el territorio nacional.
El cambio climático, la reciente sequía y la pandemia que sufrimos en todo el mundo son indicadores de cómo el ser humano no es cuidadoso con nuestro planeta y con la diversidad de especies que lo habitan.
La forma en que desarrollamos nuestras actividades por lo general persigue solamente el rendimiento económico y no tiene en cuenta la sustentabilidad. Debemos rever esa forma de habitar nuestro planeta, ser respetuosos con nuestro entorno.
Las viviendas deberían ser pensadas para que sean sustentables, para así captar energía solar, agua de lluvia para ser destinada a las descargas de inodoros y riego, que tengan un buen acondicionamiento térmico natural, la posibilidad de una pequeña huerta para cultivar algunos productos orgánicos, etcétera.
Resulta prioritario entonces pensar nuestras ciudades con el ser humano como su centro, viviendas adecuadas, con buen asoleamiento, buena aislación térmica, sustentables energéticamente y con buen manejo del agua.
Sin embargo, continuamos con una planificación muy centrada en la movilidad y, en particular, en el automóvil. Los conjuntos de viviendas prevén poco arbolado y casi nada de lo mencionado anteriormente, intentando sacar el mayor provecho del terreno. Asimismo, se pavimentan amplias calles y se destinan infinidad de metros cuadrados tanto en el espacio público como en el privado para que los autos duerman bajo techo, mientras que tenemos un número muy significativo de personas que duermen a la intemperie. Debería afrontarse con urgencia un plan de viviendas que intente aproximarse a una solución para tantos compatriotas.
Por ahora, los esfuerzos que hace toda la sociedad dando subsidios a planes de vivienda “social” sólo dan lugar a la especulación y a viviendas a las que puede acceder muy poca población de acuerdo a los niveles de precios de venta, que resultan muy elevados. Tampoco se ha constatado que gracias a la construcción de nuevas unidades se haya dado un descenso significativo de los precios de los alquileres.
Resulta prioritario, entonces, pensar nuestras ciudades con el ser humano como su centro, viviendas adecuadas, con buen asoleamiento, buena aislación térmica, sustentables energéticamente y con buen manejo del agua, con espacio para una huerta, espacios verdes que generen sombra, mejor calidad de aire y que colaboren en la mitigación de fenómenos climáticos extremos.
Asimismo, es necesario pensar los servicios para que los habitantes puedan acceder a ellos con un tiempo prudencial de caminata (existen trabajos teóricos en el sentido de una ciudad de “15 minutos” en la que se acceda a todos los servicios en forma peatonal no mayor a este lapso de tiempo). Espacios públicos adecuados para el disfrute. Sendas peatonales que permitan a personas de todas las edades recorrer la zona sin necesidad de recurrir a medios motorizados. Iluminación que permita tener mayor seguridad.
Todas estas medidas, que parecen razonables y sencillas, muchas veces no son tenidas en cuenta en los proyectos tanto del Estado como de privados, y de esa forma terminan siendo más costosas para toda la sociedad en el largo plazo, además de generar riesgos de vida en los desplazamientos.
Necesitamos espacios de intercambio para crear juntos una mejor forma de vida y más saludable, que supere además las diferencias político-partidarias, y así generar políticas de Estado que confluyan en una solución para todos.
Alberto Leira es arquitecto especialista en patrimonio.