El 9 de enero de 1948, Eleanor Roosevelt, primera presidenta de la Comisión de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas, se dirigió a la Asamblea General de ese organismo, que consideraba la Declaración Universal de Derechos Humanos. La larga noche del nazi-fascismo había terminado, la humanidad buscaba garantías de no repetición. Intentaba crear un espacio de intercambio, de escucha, de naciones unidas más allá de las diferencias y conflictos circunstanciales.
“En una época en la que hay tantos temas sobre los que nos resulta difícil alcanzar una base común de acuerdo, es un hecho significativo que 58 estados hayan encontrado un amplio acuerdo en el complejo campo de los derechos humanos. Esto debe ser tomado primero como el testimonio de nuestra aspiración común expresado en la Carta de las Naciones Unidas, para elevar a la humanidad a un mejor nivel de vida en todo lugar y a un goce mayor de libertad. Está detrás de esta Declaración el deseo de la humanidad por la paz. La comprensión de la violación flagrante de los derechos humanos por países nazis y fascistas, que sembró las semillas de la última guerra mundial, ha proporcionado el impulso necesario para la obra que nos lleva hoy aquí al momento de su realización”, declaró Roosevelt.
Pasaron 75 años desde entonces. Pasaron guerras, agresiones unilaterales, muerte y destrucción. La coyuntura actual es particularmente compleja en ese sentido, tras la invasión de Rusia a Ucrania, los ataques terroristas de Hamas, y la agresión y destrucción de Gaza por parte de Israel, que ya mató a más de 25.000 personas. No hubo una nueva guerra mundial en décadas, pero el multilateralismo no ha sido efectivo a la hora de evitar la imposición del más fuerte.
El viernes, la Corte Internacional de Justicia, órgano judicial de las Naciones Unidas, con poder vinculante sobre los estados, instó a Israel a “tomar todas las medidas” posibles para “prevenir” la crisis humanitaria en Gaza y “la comisión de un genocidio” contra el pueblo palestino, pero no le ordenó una medida cautelar de alto el fuego, como había solicitado Sudáfrica con apoyo de otros países. Cabe recordar que la Asamblea General de las Naciones Unidas, con el voto favorable de la amplia mayoría de sus miembros –y la vergonzosa abstención de Uruguay–, exigió un “alto el fuego humanitario inmediato” en Gaza en diciembre del año pasado, sin ningún resultado.
Hoy el sistema de las Naciones Unidas y el multilateralismo en general están siendo interpelados. Por su inacción, por su falta de efectividad, por un lado, y, por el otro, por la extrema derecha, que intenta demoler el discurso de los derechos humanos y el sueño de la dignidad universal agitando el fantasma de la agenda 2030 y el progresismo internacional. Es claro que a su agenda le sirven el individualismo y la imposición del más fuerte.
Podríamos caer en la tentación, en este contexto, de descreer del multilateralismo. Pero quizás la estrategia sea creer, hoy más que nunca, en que es posible tener reglas universales que protejan a los más débiles y garanticen la paz. En aquel discurso de 1948, Roosevelt aludía también a la imperfección de la humanidad y decía que esto “no importa, siempre que tratemos de mejorar”. Suena ingenuo en este contexto, así como debía sonar ingenuo, hace 75 años, pensar que la humanidad podía reconstruirse en colectivo después de tocar el fondo de la miseria y el horror.