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Una reflexión global sobre la situación de las y los docentes en la educación pública

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Finalizamos un año con varias incertidumbres, diríamos que, en materia educativa, peor que cuando lo empezamos. Al principio de 2023 lo más desconcertante era la implementación de la “transformación educativa” a nivel de ciclo básico -ahora denominada Educación Básica Integral (EBI)-, con talleres optativos, desdoblamientos de horarios y planificaciones de índole competencial que generaban una sensación de “arenas movedizas” que nos ahogaban cada vez más.

Pero lo que era el frente más difícil de todos se transformó en un anecdotario frente a lo que ocurriría a fines de marzo, principios de abril. El escenario cambió y el interés se focalizó en una arremetida por parte de las autoridades hacia el director del IAVA. Él, en un intento pedagógico y emblemático, defendió el salón gremial estudiantil, y esto culminó en una investigación administrativa, con separación del cargo y retención de la mitad de los haberes por seis meses. Es la “pena” más grande que puede existir para un docente -quienes trabajamos día a día en el aula lo sabemos-, y en vez de paralizarnos, nos lanzó a una lucha sindical que fue apoyada por una gran parte del colectivo docente.

Respiramos por unos meses aire de lucha y, para colmo, sabíamos que se nos venía una transformación curricular a nivel de educación media superior que nuevamente nos colocaría frente a la “ideología” de las competencias, y que reaccionaríamos desde diferentes perspectivas pedagógicas intentando generar condiciones para cuestionar y reflexionar sobre lo que consideramos un avance en el vaciamiento de contenidos y una postura de imposición y ataque sistemático a las y los docentes. Pero esto no es todo.

Con un fuerte y contundente mensaje, las y los docentes -afiliados al sindicato o no- nos opusimos y argumentamos en el espacio de las asambleas técnico docentes (ATD) en contra de la transformación educativa. Los números fueron claros: 238 mesas de ATD liceales, 240 personas dijimos “no” a la “propuesta” de transformación curricular de las autoridades. Y ese “no” se enmarca en una oposición política, ética y pedagógica de lo que creemos que es el desmantelamiento de la educación humanista y emancipadora. Nos opusimos a un modelo mercantilista, gerencial y competencial que pone énfasis en habilidades sistemáticas y automáticas, priorizando al solucionador de problemas prácticos frente al ser humano crítico, responsable, reflexivo y transformador de la realidad que lo rodea. Nuestra población estudiantil no necesita pensar, necesita salir en condiciones de adaptabilidad para un trabajo. Este es el mensaje de esta lógica que se deriva del mercado.

Nos opusimos a un modelo mercantilista, gerencial y competencial que pone énfasis en habilidades sistemáticas y automáticas, priorizando al solucionador de problemas prácticos frente al ser humano crítico.

En cambio, buscamos formas diversas de demostrar que ese mensaje, lejos de ser esperanzador, es apocalíptico y devastador, y que no sólo la educación es la responsable de la situación que atraviesa la juventud uruguaya. Que jóvenes de 16 y 17 años piensen en trabajar a corto plazo implica que la economía está en crisis y que, de alguna forma, para subsistir se necesita sí o sí entrar al mercado laboral precarizado. Acá no hay dos lecturas de la realidad; hay un sector importante de la juventud que sabe y convive con la idea de que la única salida posible de la vulnerabilidad en la que vive es el mercado laboral y no el acceso a estudios terciarios. Estos son vistos por muchas personas como un privilegio, y de esto no somos las y los docentes responsables, ni mucho menos, la educación pública.

Por último, en este recorrido que podemos hacer del 2023 finalizamos con el ataque a las condiciones laborales -en general- en varios momentos que se pueden enumerar: recortes en varias horas de diversas asignaturas; desmantelamiento de los cuartos años (primer año de bachillerato) en el IAVA, que fueron -en algunos casos- redistribuidos, pero en otros no; cambios en la malla curricular en formación docente con reestructura y reducción de horas en varias asignaturas, y varios etcéteras que podemos encontrar en una lectura global de la situación laboral de las y los docentes. Pero si hasta acá tenemos un panorama bastante difícil de asimilar, falta el último ataque en silencio que tenemos en este fin del 2023: el retraso en la elección de horas de docencia directa. Esto último podría ser justificado por las autoridades desde que se retrasaron los llamados a concurso hasta la desprolijidad de las listas de méritos que se conformaron para diferentes cargos. Desprolijidad por los tiempos para presentarse (entre 10 y 15 días), así como también algunas flexibilidades que se otorgaron para tapar errores propios de una gestión que hizo agua en varios momentos. Utilicen estos u otros argumentos, las y los docentes hasta finalizar 2023 no teníamos ni idea de cuál será el liceo en el que trabajaremos en 2024 a nivel de aulas, enseñando. Y esto se acrecienta con las dificultades que se atravesará por la organización de los horarios (los que se definen en cada liceo luego de que eligen horas las y los efectivos) así como por la implementación de los talleres optativos obligatorios de primer año de enseñanza media superior. Talleres que en el momento de las inscripciones son elegidos sin mucha información ni tampoco debate de cuáles pueden ser más pertinentes para la formación a futuro. En su mayoría seleccionados más por su significado nominal -que atrae a la gurisada- que desde una profundización pedagógica y responsable.

Por ello, hemos finalizado el año con más incertidumbres que certezas, con un desgaste político y pedagógico frente a la desidia de las autoridades, con sobreexplotación del trabajo administrativo de quienes desempeñaron el rol docente en EBI y, sobre todo, con un ataque sistemático a nuestra labor y nuestra presencia en el aula; hemos sido objeto de fiscalizaciones por parte de las autoridades y descalificados de muchas formas, pero también logramos instalar el debate sobre una gran interrogante que nos interpela a todas y todos quienes buscamos generar las condiciones para colaborar en la formación de seres humanos críticos, reflexivos, justos, comprometidos y responsables. ¿Es la educación la verdadera responsable de la situación actual que atraviesa el país y de la desesperanza para las nuevas generaciones? Por supuesto que mi respuesta es “no”. ¿Y la suya?

Elisa Vidal es profesora de Filosofía de secundaria.

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