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Ilustración: Ramiro Alonso

Por un camino que no tiene fin

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Este lunes, cuando las miradas se dirijan hacia los resultados del balotaje, se cumplirán 40 años de las elecciones nacionales de 1984, que abrieron paso a las ocho siguientes, todas ellas en su debida fecha y sin cuestionamientos a la validez de los resultados, pese a que un par de ocasiones se definieron por poco más de un punto porcentual.

Se trata sin duda de un motivo de satisfacción, aun si no tuviéramos en cuenta realidades muy distintas, en la región y en el resto del mundo, durante las últimas cuatro décadas. De todos modos, a primera vista cuesta encontrar semejanzas entre aquellas elecciones de 1984 y las que terminarán mañana.

Empezando por lo más obvio, hace 40 años el centro político era la salida de la dictadura, con diferencias en las reivindicaciones que se consideraban básicas, pero con un fuerte acuerdo sobre la necesidad de que el país retomara la senda democrática.

Por otra parte, los recursos empleados en aquella campaña fueron muy distintos, y en algunas áreas escasos y precarios si se los compara con los actuales. A quienes nacieron luego les cuesta incluso imaginar, por ejemplo, una sociedad sin internet ni celulares. Contiendas políticas con protagonismo de decenas de miles de militantes, fuerte influencia de una gran variedad de medios de prensa partidarios, muchísimos actos en los que se podía decir impunemente cualquier cosa, porque sólo escuchaban quienes estaban presentes, y un papel mucho menor de los asesores y las encuestas sobre intención de voto.

El hilo conductor pasa por otro lugar. En 1984, muchas personas pensaban que la democracia era sólo un marco institucional a recuperar, caracterizado por elecciones en un contexto de libertades políticas y por la independencia de poderes. El paso de los años y la experiencia con gobiernos de los tres mayores partidos fue mostrando que la democracia es, además, un horizonte hacia el que nunca dejamos de caminar, con avances y retrocesos.

En ese horizonte buscamos condiciones materiales mínimas para que toda la ciudadanía pueda ejercer sus libertades: alimentación, salud, vivienda, empleo, salarios, jubilaciones, cuidados, seguridad y muchas otras.

Perseguimos dignidades humanas necesarias para otras libertades, en el camino hacia la felicidad individual y colectiva. Derechos parejos para la mayoría discriminada de las mujeres y muchas minorías, para el acceso a la cultura y el desarrollo de la creatividad, para reclamar y conquistar nuevos derechos.

También aprendimos el valor de la transparencia en las actividades públicas y privadas, que prevenga y sancione todas las formas de corrupción, incluyendo el clientelismo, el tráfico de influencias y otros manejos en provecho propio de lo que pertenece al conjunto de la sociedad. Esto abarca, por ejemplo, desde la información sobre las víctimas del terrorismo de Estado hasta los recursos naturales, pasando por la utilización de ondas para emisiones de radio y televisión.

La democracia es todo eso y mucho más, un proyecto siempre inacabado. Se defiende profundizándola y se profundiza defendiéndola.

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